Estimada Mónica García, ministra, médica, madre... Dice usted que hay algo en la rutina de las gentes contemporáneas que le chirría, dado que necesitan café por la mañana para activarse y una pastilla de Trankimazin por la noche para desconectar esa máquina de intoxicación en la que se convierte el cerebro cuando considera que la rutina es insoportable. Cuando ve que la posibilidad de compensar los esfuerzos con satisfacciones no existe.

Ocurre cuando nos convertimos en cobayas de los otros y en víctimas de nosotros mismos, que es prácticamente todo el rato. Así ha sido siempre. Como hay que sobrevivir -y cuidar al entorno-, necesitamos entregar una buena parte de nuestro tiempo a los otros. Cuando la tarea se endurece y la presión aumenta -he aquí Freud-, buscamos vías para huir de la realidad o para soportarnos.

Ante eso, el café y el Trankimazin son herramientas, salvavidas o refugios, según se vea. Formas de esquivar la realidad o de practicar una especie de hedonismo de baja intensidad que busca evitar lo inevitable con estimulantes o fármacos. No debe ser muy saludable aquello de trabajar cada día muchas horas para poder pagar el alquiler del piso compartido, el saco de comida del perr-hijo y el smartphone con el que mover la rueda de ratón de TikTok en busca de pequeñas descargas de dopamina que alivien la angustia existencial y distraigan del saldo del banco, del silencio sepulcral de una casa en soledad o del barullo del piso compartido.

Pero así es la vida del joven crédulo contemporáneo: la prensa le prometió que la felicidad equivalía a la independencia, pero parece que la libertad está más lejana que nunca. Resulta, a fin de cuentas, que el car-sharing, el co-living, el nesting o el staycation no eran sinónimos de una vida emocionante, sino de la pobreza del siglo XXI. Así que, ante esto, cafeína y ansiolíticos. Mascotas y Marco Aurelio. FIFA 24 y Satisfyer.

Acelerar, parar y no desesperar

Somos hijos de nuestro tiempo y este mundo es ante todo veloz e imprevisible, así que requiere café y, en los casos clínicos, benzodiacepinas. Lo de beber hasta escapar de la realidad, pero en versión controlada por el médico. La desconexión es imposible, las noticias son abundantes y negativas y el WhatsApp y las redes nos atan a los jefes y a 'los Alvises' y nos alejan de la calma. Del aburrimiento. De la pared. Maravillosa pared, franca, inamovible, invariable... Refugio de pensamientos intrascendentes y de despistados. Punto de apoyo y superficie dura sobre la que empotrar las ideas. Mirando un muro escribieron Dostoievski, Cervantes, Marco Polo y Maquiavelo.

Vivimos en un constante ataque de ansiedad en el que somos carne de cañón para los oportunistas, que no sólo venden recetas de superación personal o panfletillos de autoayuda. Escribió Dumas en El Conde de Montecristo que no existen emociones intermedias en el corazón ulcerado por la desesperación. Así que quienes se sienten frustrados por no poder colmar sus expectativas a veces desvarían y acaban rodeados de criptobros o pagando un curso al Amadeo Llados de turno. Quizás se inicien en la meditación trascendental. Detecte aquí la constante, ministra: buscan soluciones rápidas y milagrosas -incluso extremas- en lugar de recurrir a lo de siempre, lo que suele funcionar: la mentalidad de hormiga. Poco a poco, día a día.

El caso es que los falsos mesías no sólo venden biblias en blanco o cursos de mejora individual, sino que también redactan programas electorales en los que se defiende el trabajar menos y, a la vez, facilitar el acceso a la vivienda y pagar impuestos justos (muchos, vaya); en los que se apuesta por legalizar drogas mientras se defiende la salud mental (todas las paradojas son reconciliables, menos ésta); y en los que se apela a priorizar el mérito sobre lo heredado mientras se reparte dinero público a mansalva para alterar mercados y sobre proteger a unos frente a otros; y para auxiliar a los desafortunados, pero también a los perezosos. O a los amigos.

Un mensaje engañoso

Está claro que la solución casi nunca está en la política. De hecho, cuando esta actividad entra en juego, generalmente es para hacernos pagar más impuestos o mayores alquileres; y para impedir nuestra capacidad de ahorro. A lo mejor el récord de recaudación de IRPF -253.000 millones hasta noviembre- ha servido para mantener las pensiones y algunos servicios públicos, pero no dudo que también ha dificultado la creación de empresas, la capacidad de los asalariados de meter dinero en el banco y la posibilidad de que se compren una casa.

Entre medias, los sueldos de los jóvenes -magros de por sí- han visto descontado en 2024 el importe de una tasa de solidaridad intergeneracional. El muchacho que sufriera este recorte y leyera el lunes las noticias deduciría que una parte de su dinero irá para pagar la medida de Ernest Urtasun -su compañero de partido, ministra-, que ha prometido entradas de cine a 2 euros para los jubilados.

Con sueldos bajos, muchos impuestos, propuestas ideológicas que no dan de comer, pero dificultan la camaradería... Sin dinero para adquirir una casa y con jornadas maratonianas entre viajes en metro, reuniones y tele-reuniones, visitas al supermercado a última hora y limpieza del baño en piso compartido... hay quien necesita de un café para empezar el día y de una pastilla para evitar caer en la desesperación nocturna, señora ministra.

A lo mejor es una generación muy blanda y llorona, ombligüista y sepultada por problemas propios del primer mundo y de una sociedad acomodada. Así lo creo. La psicología y los vende-burras les han convencido de que cualquier tarde de melancolía o situación de estrés es sinónimo de patología. Les han conducido a la auto-irrumación y, claro, cuando se cansan de sí mismos o deben remar más fuerte, se sienten perdidos. Aun así, negar la insatisfacción y el problema es erróneo. Tiene usted razón en su discurso, señora García. Pero en todo lo que hace su partido se equivoca. En lugar de poner remedio, agravan la situación.

Y, en esta circunstancia, hay médicos que confiesan que los casos de astenia se han disparado. Que hay gente que acude a la consulta porque a las 10 de la mañana no tiene fuerzas para continuar con el día y que se siente desmotivada y apática. A lo mejor todo eso es por la desesperanza. Y para eso el remedio es la prosperidad, ni más, ni menos.

Si no la hay, comprenda, señora ministra, que muchos querrán escapar de la realidad y de su propia galbana con café por la mañana y con un atajo farmacológico por la noche. Es la muestra de que, más allá del discurso mediático y de sus mentiras, la realidad es que somos más infelices y más pobres. Más quisiéramos algunos tener su sueldo, su casa y su dialéctica, con la que consigue hacer ver que es usted una paria de la tierra, pese a que... nada más lejos de al realidad.