«Gracias a la tecnología de vigilancia, ahora un país puede evitar la masacre de manifestantes. Hoy en día, puedes identificar y vigilar al próximo Nelson Mandela incluso antes de que él mismo sepa que es Nelson Mandela».

Eitay Mack, abogado de derechos humanos (entrevista con el autor en marzo de 2021)

Griselda Triana es una periodista mexicana y activista de derechos humanos cuyo marido, Javier Valdez Cárdenas, fue asesinado por un cártel de la droga el 15 de mayo de 2017, en Culiacán, la capital del estado de Sinaloa. Valdez era el cofundador del medio de comunicación Riodoce, que investigaba casos de corrupción y delitos, y escribía sobre la sangrienta guerra contra las drogas. Pagó el precio: en 2009 lanzaron una granada a su oficina. Había recibido amenazas de muerte los meses anteriores, pero de todos modos continuó haciendo su trabajo con valentía.

Diez días después de su asesinato, Griselda Triana empezó a recibir mensajes inesperados en su teléfono móvil. No supo que eran mensajes sospechosos hasta casi un año más tarde, cuando descubrió que habían intentado infiltrar su teléfono con el sistema Pegasus, un sistema de espionaje telefónico vendido por la empresa israelí NSO Group; casi con toda seguridad los mensajes procedían de ciertos elementos del Estado mexicano. «Antes del asesinato de Javier yo no sabía que estábamos siendo vigilados», me contó.

México ha sido un importante campo de pruebas para la tecnología de NSO Group. «El problema es que se ha utilizado para espiar a personas que no representan ningún peligro para el país»

Javier nunca le había informado sobre la posibilidad de que le intervinieran el teléfono, y ella suponía que él estaba tomando precauciones por su seguridad. «Javier conocía los riesgos de cubrir actividades criminales; sin embargo, él creía que alguien tenía que documentar las atrocidades de las organizaciones criminales». El asesinato de Javier devastó a Griselda. «Mi reacción ante la muerte de Javier fue tremenda. Era mi marido y el padre de mis dos hijos. Estaba verdaderamente en shock porque Javier no quería irse de Sinaloa a pesar de que sabía que [los cárteles] podían matarlo». Le pregunté por qué creía ella que la habían espiado con Pegasus. Ella creía que era porque «ellos pensaban que interviniendo los teléfonos podrían conseguir datos de varias informantes o escuchar las llamadas relacionadas con las investigaciones de Javier». A día de hoy, el Estado mexicano no le ha dicho a Griselda Triana por qué la espiaban y no ha habido proceso judicial contra el hombre acusado de planear el asesinato de su marido.

Tanto el Gobierno mexicano como NSO Group afirman que Pegasus se utiliza únicamente para luchar contra el crimen y el terrorismo, pero el caso de Griselda Triana demuestra que esa afirmación es falsa. México ha sido un importante campo de pruebas para la tecnología de NSO Group. «El problema es que se ha utilizado para espiar a personas que no representan ningún peligro para el país».

Tras la muerte de Javier, Griselda se mudó a Ciudad de México, donde trabaja como periodista y activista. Sin embargo, el miedo nunca ha desaparecido: se siente ultrajada por la cruenta muerte de su marido y por la intrusión del Estado en sus comunicaciones. «Tengo miedo cada vez que voy a Culiacán. Es algo que no he podido superar».

El aparato de vigilancia de Israel es a la vez competidor y aliado de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, por sus siglas en inglés) de Washington, la red de escuchas más poderosa del mundo. A pesar de que le superan en términos de mano de obra, Israel tiene una larga historia de espiar a su aliado más estrecho, un hecho que no parece molestar abiertamente a la superpotencia. Algunas estimaciones sugieren que unos trescientos cincuenta oficiales de inteligencia estadounidenses se ocupan de intentar espiar al Estado judío. A pesar de esto, la NSA se ha asociado con el Estado judío y ha compartido software de extracción y análisis de datos.

Israel tiene una larga historia de espiar a su aliado más estrecho, un hecho que no parece molestar abiertamente a la superpotencia

A su vez, cuenta Bill Binney, antiguo oficial de inteligencia de la NSA, Israel transfiere esta tecnología a las empresas privadas israelíes, lo cual les permite recabar una cantidad ingente de información económica, diplomática y militar sensible que pueden compartir con los funcionarios israelíes.

Este es el contexto en que se ha de ver el rol de NSP Group, la empresa de cibervigilancia más exitosa del mundo, y a otras organizaciones de alta tecnología israelíes. NSO Group trabaja con el Estado israelí para promover sus objetivos de política exterior, y lo usa como zanahoria para atraer potenciales nuevos amigos. Desde sus comienzos, NSO Group ha estado financiado por una serie de actores globales, entre ellos, la empresa de capital privado de Londres Novalpina Capital. Uno de los mayores inversores en Novalpina, en el orden de los 233 millones de dólares en 2017, antes de que NSO Group apareciera en los libros de contabilidad, era el fondo de pensiones del estado de Oregón. En 2019 el dinero de las pensiones del proveedor de gas británico Centrica también se había invertido en Novalpina.

Cuando Israel le vende cibervigilancia a un país africano, se aseguran su voto en Naciones Unidas. Desde que existe la ocupación, necesitamos los votos

Amitai Ziv, periodista especializado en tecnología que escribía en Haaretz y responsable de parte de la investigación más esclarecedora para destapar a NSO Group, me contó que el poder de NSO Group no reside en el dinero, sino en la diplomacia: «Cuando Israel le vende cibervigilancia a un país africano, se aseguran su voto en Naciones Unidas. Desde que existe la ocupación, necesitamos los votos». Un experimentado periodista especializado en inteligencia nacional que lleva años investigando a NSO Group me contó que hay mucha competencia en las operaciones y «algunos competidores son incluso menos escrupulosos; les dicen a los clientes que ellos sí trabajarán donde NSO Group no lo hace». Me dijo que a pesar de que NSO Group y la empresa de inteligencia israelí Black Cube han sido denunciadas en numerosas ocasiones por «acuerdos turbios, sus negocios están en auge. Hay ventajas en ser despiadado». El COVID benefició muchísimo a las ciberempresas israelíes, que recibieron la mitad de las inversiones globales en el sector durante 2020 y 2021.

Protestas en la India tras conocerse que el país compró en 2017 Pegasus.

El denunciante de la NSA Edward Snowden denomina a NSO Group y otras empresas del estilo la «industria de la inseguridad». Lo explica claramente:

El teléfono que tienes en la mano está en un estado perpetuo de inseguridad, abierto a infecciones de quien quiera poner dinero en manos de esta nueva industria de la inseguridad. La totalidad de los negocios de esta industria implican crear nuevos tipos de infecciones que sortearán las ultimísimas vacunas digitales (también llamadas actualizaciones de seguridad) y luego venderlas a los países que ocupan la intersección color rojo vivo del diagrama de Venn entre «anhela con desesperación las herramientas de opresión» y «carece de largo de la sofisticación para producirlas localmente». Una industria como esta, cuyo único propósito es la producción de vulnerabilidad, debería ser desarticulada.5

Israel considera Arabia Saudí un aliado clave contra Irán en Oriente Próximo

Snowden tenía razón; el atractivo de las herramientas de hackeo con fines lucrativos es inmenso, ya sean controladas por una empresa o por el Estado. En el caso de NSO Group, tanto Israel como la empresa trabajan codo a codo para lograr objetivos acordados mutuamente. A través de sus laxos procedimientos para conceder licencias de exportación, el Estado israelí ha utilizado a NSO Group para promover su agenda de seguridad nacional; quizá el ejemplo más destacado sea el haber logrado el apoyo de las dictaduras árabes: Baréin, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí. Por ejemplo, en 2020, el príncipe heredero saudí Mohamed bin Salmán llamó al entonces primer ministro Benjamin Netanyahu para pedirle que se restableciera el acceso de su país a Pegasus después de que el Ministerio de Defensa de Israel denegara la renovación de la licencia después de que la teocracia suní hiciera un uso indebido. No tardaron en concederle su deseo, ya que Israel considera Arabia Saudí un aliado clave contra Irán en Oriente Próximo. La escala del alcance de NSO Group salió a la luz cuando Facebook denunció a la empresa en 2019 por utilizar un bug en su aplicación de WhatsApp para hackear a mil cuatrocientas personas de todo el mundo. Cuando una de las empresas más grandes e impunes intenta destruir una empresa israelí, queda claro que esta empresa ha pisado demasiados callos.

Sin embargo, da igual si NSO Group sobrevive o no, porque no supondrá un gran cambio en la floreciente industria global de herramientas de espionaje y ciberarmas. Se puede someter a países enteros, como sucedió con el ciberataque ruso a toda la infraestructura comercial y gubernamental de Ucrania en 2017, o a Gobiernos y empresas privadas insertando ataques de día cero, bugs para los que no hay soluciones conocidas, en prácticamente todas las piezas de hardware o software del planeta, desde ordenadores a televisiones o neveras. NSO Group es la punta del iceberg de esa industria en auge, que opera mayoritariamente en la sombra sin ningún escrutinio público. No se trata solo de las autoridades estadounidenses, chinas, rusas, israelíes o iraníes desatando un ciberinfierno, sino que hay un sinfín de entidades privadas, a veces creadas en democracias, que a menudo actúan como mediadores de actores estatales. La regulación es virtualmente inexistente. Si NSO Group colapsa, muchos otros correrán a ocupar su puesto y ya hay innumerables rivales israelíes en el negocio.

Una empresa, Paragon, promociona servicios parecidos y está respaldada por el antiguo primer ministro israelí Ehud Barak y veteranos de la Unidad 8200. Incluso si se diera el caso de que todas las empresas de ciberataque privadas del mundo cerraran, una situación altamente improbable, habría actores estatales mucho más poderosos, desde Israel hasta Estados Unidos o China y el Reino Unido, dispuestos a ocupar el espacio. Al menos setenta y tres naciones han utilizado spyware. NSO Group solo es la compañía de spyware más destacada, pero están apareciendo muchísimos competidores, haciendo que esas herramientas sean aún más fáciles de conseguir.

Resulta que nuestra economía depende, y no en pequeña medida, de esa exportación

El rol de la vigilancia israelí a nivel mundial está dando poder a Gobiernos antidemocráticos y fascistas, me contó el abogado de derechos humanos israelí Eitay Mack, y no se limita a atacar a periodistas y derechos humanos. El sector de defensa israelí está evolucionando y volviéndose cada vez menos público. «En los próximos años, no veo a la policía de Baréin usando rifles o drones israelíes o que Emiratos Árabes Unidos compre misiles, porque podría causar otra crisis como la de los misiles cubanos e inflamar Irán. Pero vender equipamiento de vigilancia israelí es mucho más fácil y no es detectable». Eitay Mack quiere que el spyware de NSO Group se prohíba totalmente. Cuando en 2016 Eitay Mack intentó forzar al Estado israelí a dejar de conceder la licencia de exportación a NSO Group, el Gobierno logró que todas las deliberaciones fueran privadas. La presidenta del Tribunal Supremo Esther Hayut fue honesta en relación a lo que estaba en juego: «Resulta que nuestra economía depende, y no en pequeña medida, de esa exportación». El ministro de Defensa israelí reconoció que vendían armas a unos ciento treinta países en 2021.

La trayectoria de NSO Group es sintomática de la tradición israelí de probar, comercializar y propagar la tecnología de vigilan­cia en todo el mundo.


Extracto de El laberinto palestino, publicado por Capitán Swing. El libro explica cómo Palestina se ha convertido en el campo de pruebas perfecto para el complejo militar-tecnológico israelí, armas que luego exporta a otros Estados haciendo negocio con su industria de defensa y seguridad. Los beneficios y relaciones que surgen de estas ventas permiten a Israel articular un relato internacional que apoye su causa.

Antony Loewenstein es periodista de investigación, escritor y director de cine australiano. Creció en una casa sionista liberal en Melbourne, ha cubierto la región de Israel y Palestina durante más de veinte años.  En 2023 el libro fue finalista del Premio Moore (galardón internacional de literatura y derechos humanos), y finalista del premio de periodismo más prestigioso de Australia, el Walkleys.