Existe una máxima en la vida que suelen ignorar los inconscientes, los necesitados y los enamorados. Es la que afirma que no conviene juntarse con alguien que está asediado por los conflictos, dado que, tarde o temprano, transmiten sus problemas a quienes tienen al lado; incluso hasta culparles de todos ellos. La lógica de esta afirmación es muy fácil de entender: quienes viven torturados o amenazados tienden a ser menos empáticos y solidarios, dado que viven más pendientes de su supervivencia que del bienestar de quien tiene a su lado. Sucede así muy a menudo en política, donde los duelos al amanecer, las purgas y las revanchas son demasiado habituales.

Es posible que Pedro Sánchez y Yolanda Díaz se plantearan todo esto cuando forjaron su alianza de Gobierno. Ambos se necesitaban, pero ambos eran conscientes de las tribulaciones de su compañero de viaje, que son las propias de los malos socios. De los que no son de fiar en los negocios, no tanto en este caso por irresponsables quizás, sino por lo anteriormente dicho: porque quien vive pendiente de los peligros que le rodean -y así sucede desde que empezaron a caer en las encuestas-, suele ser impredecible, como un ataque de ansiedad.

Lo que sucede en este nexo -o coalición- es que el tamaño importa. No es lo mismo Pedro que Yolanda; como tampoco lo es el PSOE que Sumar. Así que en un momento en el que los socialistas han tratado de frenar la caída de popularidad derivada de sus compromisos de investidura con Junts y ERC; y del lógico desgaste en quien gobierna, Ferraz ha vuelto a girar hacia la izquierda, lo que ha ahogado todavía más a una Díaz que ya daba las típicas señales de agotamiento de quien camina con la respiración alterada.

Pedro Sánchez y los suyos dedican estos días una parte significativa de su discurso a la vivienda, a la Memoria Democrática y a Palestina; y eso ha arrinconado un poco más a sus socios de Gobierno, que cuentan con una evidente inferioridad mediática, numérica y de fuerzas. Tal es así que en Trabajo han tenido que recurrir a choques artificiales con otros departamentos; o a acciones efectistas como la de quitar su medalla a Gerardo Díaz Ferrán. Lo que ocurre es que incluso en el terreno de lo simbólico su fuerza es menor. No impresiona lo mismo una visita a Cuelgamuros que un castigo a un expresidente de la CEOE al que puede considerarse como un Austria menor.

La utilidad de un socio

Era evidente que Sánchez y los suyos iban a recurrir tarde o temprano a esta estrategia. Sumar -al igual que Podemos en su día- tuvo y tendrá su utilidad en otros momentos. Por ejemplo, cuando se acercó el momento de formar Gobierno o cuando toque hacer pinza mediática contra la derecha. Eso no aplica en la actualidad, dado que la importancia de esos dos factores en País Vasco y Cataluña es menor -los comunes no tiene pinta de que puedan dar la presidencia a Illa- y en el frente europeo, muy insignificante. 

Allí el PSOE tiene un problema, y es que los partidos nacionalistas que ha alimentado con su constante vagar ideológico entre el centrismo manchego y el pseudo-nacionalismo provinciano ha provocado que fuerzas como el BNG o Bildu se hayan comido una parte del voto de izquierda. En Madrid, el que se fue a Podemos ha regresado en una parte a los socialistas. En estas comunidades autónomas será más difícil ese retorno debido a fundamentalmente a dos cosas: primero, a que el PSOE no gobierna y, segundo, a que despertar a los ciudadanos del sueño húmedo nacionalista no suele ser tan sencillo. Todo esto, simplificando. Porque a veces conviene hacerlo para no perderse en nudos argumentales o metáforas de partido.

En estas circunstancias, Sánchez y sus ministros han girado hacia la izquierda en algunos terrenos y eso ha arrinconado todavía más a Yolanda Díaz, que ya estaba tocada por las divisiones de esa izquierda policromática y multi-conflictiva y por su falta de pegada en Galicia, su tierra. Así que ha tocado patrimonializar algunos de sus temas más recurrentes. Entre ellos, el de la vivienda, que el PSOE ha puesto a la cabeza de sus preocupaciones (al igual que para una buena parte de la población, por cierto).

Ya no es necesario ni siquiera guardar las apariencias, de ahí que el ministro Albares no dudara el otro día en echar el alto a Díaz con el tema palestino. Lo hizo al asegurar que su departamento no estaba preparando ningún viaje de Díaz a ese territorio y que, en cualquier caso, su postura estaba bien representada en el Gobierno, donde las competencias de ese asunto las llevan los socialistas. En resumen: “Yolanda, estate quieta”.

Lo más curioso de esta maniobra es que se ejecuta a partir de ataques de baja intensidad. A nadie le conviene matar al otro, sino tan sólo perjudicarle, lo que requiere cierta habilidad y unas dosis de hipocresía que, en ocasiones, rozan lo insostenible.

Parece claro, en cualquier caso, que Sánchez tiene más dimensión que Díaz. Por lo que le rodea, claro está. Cuando la gallega se deja llevar por los nervios y la inquietud, se queda en nada. En lo que es. En una pose artificial, en un discurso ininteligible o en una iniciativa difícil de entender. Esa izquierda es especialmente virtuosa en el terreno de la ocurrencia. Errejonismo ilustrado. Eslóganes sociales vacuos y propuestas tan disparatadas como la de nacionalizar en todos los sectores estratégicos o la que -en la España preocupada por el empleo- pide trabajar menos.

Es la izquierda que se dirige a Malasaña, frente al PSOE que, con su sorprendente capacidad camaleónica, sabe mutar en cada lugar de España para adaptar su discurso a lo que el votante quiere oír. Es una batalla desigual, en definitiva. Y una maniobra de asfixia que es efectiva, según revelan las encuestas. Veremos a ver si no es excesiva y en Sumar dejan de respirar.