A la altura de 2020, Israel afronta sus terceras elecciones en menos de un año. En abril y en septiembre de 2019, el empate entre las dos principales fuerzas políticas, el partido derechista Likud, de Benjamín Netanyahu, y la alianza centrista Kahol Lavan (“Azul y Blanco”), de Benny Gantz, impidieron la formación de un gobierno en ambas ocasiones. Gantz fue jefe del Estado Mayor del ejército israelí entre 2011 y 2015, y, por tanto, es el máximo responsable militar de los bombardeos masivos contra la Franja de Gaza de 2012 y 2014. El caso es que, después de tres mandatos seguidos como primer ministro, las acusaciones de corrupción contra Netanyahu marcaron las campañas electorales de 2019 y 2020. Si bien desde 2016 el líder del Likud venía siendo investigado, en noviembre de 2019 la fiscalía general israelí le acusó de abuso de confianza, cohecho y fraude. Netanyahu rehusó dimitir e inició una campaña para denunciar lo que denominó como “un intento de golpe de Estado” (Sanz, 2019).

Además de la siempre presente y de primera línea cuestión palestina, en la que al menos en teoría Gantz podría tener una posición menos dura que Netanyahu, otros asuntos internos que marcaron las campañas fueron de carácter económico y social. En primer lugar, el alto coste de la vida y en especial de la vivienda, que ya fue un elemento crucial en las protestas judías israelíes de 2011, en la que se crearon acampadas mayoritariamente de jóvenes en unas 20 ciudades (Livio y Katriel, 2014). En segundo lugar, la importancia de las distintas versiones del judaísmo y la relación gubernamental con partidos religiosos, en especial con los dos principales: Shas —formación ultraortodoxa (haredí) creada en 1984, representante de los intereses sefardíes y mizrajíes, y que obtuvo entre la tercera y la cuarta posición en las elecciones de 2019— y United Torah Judaism —alianza de grupos ultraortodoxos asquenazíes formada en 1992, cuarta y sexta fuerza en el Knesset en 2019—.

El Acuerdo del Siglo, tildado de forma crítica como “Apartheid del Siglo”, “Fraude del Siglo” o “Robo del Siglo”, ha sido un capítulo más en el proyecto activo de colonialismo

Por su parte, también es relevante mencionar al partido derechista no religioso y vinculado a la población judía de origen ruso-soviético Yisrael Beiteinu. A pesar de quedar, respectivamente, en séptimo y en quinto lugar en las elecciones de abril y septiembre de 2019, sus escaños fueron claves a la hora de no formar gobierno. Es necesario conocer a su líder, Avigdor Lieberman (Abunimah, 2014: 36-38), que fue seis veces ministro de manera interrumpida entre 2001 y 2018. Juzgado por corrupción y autor confeso de una agresión contra un menor, Lieberman declaró en distintos momentos que había que “ahogar a los prisioneros palestinos en el Mar Muerto” o que las personas palestinas israelíes “desleales” merecían la “decapitación a hachazos”. Además, Lieberman insinuó su apoyo al lanzamiento de una bomba atómica israelí sobre Gaza. El caso es que, como muestra de la tensión y discusión política en torno a la cuestión religiosa en Israel, Yisrael Beiteinu se resistió a apoyar a Netanyahu en 2019 por su alianza con partidos religiosos, a pesar de que en otras ocasiones anteriores había respaldado al líder del Likud. Por el otro lado, Lieberman también se negó a dar su apoyo a Gantz por su posible entendimiento con los partidos o la coalición (Lista Unida) de la minoría palestina con ciudadanía israelí. La Lista Unida quedó en tercera posición con algo más de un 10 por ciento de los votos tanto en las elecciones israelíes de 2015 como en las de septiembre de 2019. En abril de 2019 no se presentó, ya que las organizaciones que forman la coalición (Balad —izquierda antisionista—, Hadash —izquierda no sionista judía y no judía—, la Lista Árabe Unida —apoyada en gran medida por las comunidades beduinas y con mayor identidad islámica— y Ta’al —antisionismo ecléctico—) concurrieron por separado o coaligadas entre algunas de ellas.

La repetición electoral y los cargos por corrupción contra Netanyahu han estado vinculados a la publicación del denominado “Acuerdo del Siglo” en enero de 2020, a pesar de que la presentación de este se había pospuesto en varias ocasiones. Es decir, la ostentosa ceremonia por la que se ha hecho público este proyecto político-económico sobre Palestina-Israel ha pretendido ser utilizada por el líder del Likud como una cortina de humo sobre sus problemas con la justicia. Al tiempo, Netanyahu ha buscado exhibir la sintonía y el gran apoyo que recibe del presidente estadounidense Donald Trump. De manera similar, Trump también ha intentado a través de este asunto desviar la atención de su proceso de destitución (impeachment), que se saldó con la absolución del Senado a principios de febrero de 2020. No puede olvidarse que tanto Netanyahu como Trump afrontan elecciones en 2020.

El Acuerdo del Siglo, tildado de forma crítica como “Apartheid del Siglo”, “Fraude del Siglo” o “Robo del Siglo” (Pérez, 2020), ha sido un capítulo más o un intento más en el proyecto activo de colonialismo de asentamiento sionista que pretende anexionarse el máximo de territorio posible con el mínimo de población palestina. Se trata de un plan del tándem Israel-EE UU, pero sobre todo de las autoridades israelíes y de Netanyahu, de legalizar los hechos consumados ilegales que viene practicando el Estado de Israel sobre territorio palestino desde hace décadas. Como plan colonial-neocolonial, desprecia e impide la participación del pueblo nativo palestino, intenta establecer qué es lo que este supuestamente “quiere” o “merece” y niega la condición de sujeto y sus voces. Con el Acuerdo del Siglo, Netanyahu y Trump pretenden dar una imagen positiva al mundo, basada la clásica idea de que son ellos quienes actúan, realizan propuestas y ofrecen soluciones, pero en el fondo es un intento de validar y sofisticar tanto el apartheid israelí como la endocolonización de asentamiento.

El Acuerdo del Siglo viola de manera flagrante el derecho internacional intentando que el Estado de Israel se anexione las colonias y territorio ilegalmente ocupado como Al-Quds-Jerusalén Este y el Valle del Jordán, despojando de recursos hídricos al pueblo palestino, manteniendo la barrera de seguridad o Muro de apartheid, desplazando la capital palestina a algún barrio o municipio fuera propiamente de Al-Quds-Jerusalén Este, prosiguiendo con el bloqueo sobre la Franja de Gaza y un largo etcétera. De hecho, sobre las resoluciones de la ONU, este proyecto afirma que “a veces son inconsistentes” y que “no resolverán el conflicto”. Su aplicación supondría un avance en la bantustanización o guetización del territorio, es decir, en la megaprisión palestina. Aumentaría todavía más el aislamiento y la desconexión entre las ciudades, los pueblos y las zonas palestinas, unas “islas” (Domínguez, 2020) ya enormemente fragmentadas por las áreas A, B y C, las autopistas por las que no pueden circular las personas palestinas bajo ocupación militar, las colonias, el Muro, las reservas naturales israelíes o las zonas militares cerradas. Los mapas comparando el mapa de este plan con la Sudáfrica del apartheid y sus bantustanes proliferaron en redes sociales tras su presentación.

Además, este plan obliga a Palestina a pedir permiso previo a Israel cuando intente unirse a cualquier organismo internacional. Asimismo, impide que Israel pueda ser juzgado en la Corte Penal Internacional. Se trata de un tribunal al que el Estado de Palestina ha solicitado que abra una investigación por presuntos crímenes en su territorio. Esto ha sido posible porque en 2015 Palestina pasó a formar parte del Estatuto de Roma, el texto constitutivo de la Corte Penal Internacional (Adem, 2019). Así, en diciembre de 2019, la fiscal jefa de este tribunal, Fatou Bensouda, reclamó abrir una investigación en Palestina por supuestos crímenes de guerra. El Estado de Israel tildó de “sesgada e indignante” esta noticia y rechazó cualquier intervención, al tiempo que Netanyahu consideró que la Corte Penal Internacional carecía de jurisdicción en Palestina, ya que “nunca hubo un Estado palestino”.

Por último, de manera similar a Oslo I y II, el Acuerdo del Siglo pretende insuflar una gran cantidad de dinero para seguir transformando en algo económico, humanitario y de seguridad una cuestión política que debería resolverse con la aplicación del derecho internacional y los derechos humanos. De hecho, de las 181 páginas que contiene el texto oficial del proyecto que se ha hecho público, solo 57 abordan la propuesta político-jurídica y el plan sobre el terreno. Las 124 páginas restantes se refieren especialmente a aspectos administrativos, económicos y técnicos. Aunque en numerosos sentidos el Acuerdo del Siglo es más de lo mismo, en otros ningún presidente estadounidense se había atrevido a presentar un plan tan favorable al proyecto histórico de colonización de asentamiento sionista como ha hecho Trump.

Por su parte, el presidente Abbás, que en marzo de 2020 cumple 85 años, cada vez cuenta con menos apoyos y su popularidad es baja, algo que también ocurre con la ANP o la estructura político-institucional del Estado de Palestina. De manera similar, la solución de los dos estados cada vez parece más inviable y aumentan las voces que abogan por un único Estado democrático en Palestina-Israel con igualdad para todas y todos sus habitantes (Schwarze, 2015). A pesar de que la presentación del Acuerdo del Siglo ha provocado cierta unidad en el pueblo palestino, las relaciones entre Fatah y Hamás siguen siendo difíciles en numerosos aspectos.

Con todo, en un mundo que deja de ser unipolar, Palestina-Israel sigue estando en el centro de la agenda diplomática, mediática y política internacional

Diversas petromonarquías y Arabia Saudí han estrechado lazos con el Estado de Israel. Entre otros factores, esto se debe a que les une un gran enemigo: Irán. En enero de 2020, la tensión aumentó en el sudoeste asiático por el asesinato por parte de EE UU del general iraní Qasem Soleimani, de enorme popularidad y prestigio en la región, y el comandante iraquí Abu Mahdi al-Muhandis, entre otros. Esto provocó que el Consejo de Representantes de Irak aprobara la expulsión de las fuerzas extranjeras y el cierre del espacio aéreo a las actividades militares estadounidenses en el país casi 17 años después de la invasión y ocupación de la coalición liderada por EE UU Además, la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán respondió con el lanzamiento de misiles balísticos contra dos bases militares utilizadas por fuerzas estadounidenses e iraquíes. En el fondo, el equilibrio o desequilibrio de poderes se mueve en la región. Crece la importancia de China y de Rusia, que consiguieron mantener en el poder en Siria a Bashar al-Assad, aliado de Hezbolá e Irán, tras la guerra iniciada en 2011. Con todo, en un mundo que deja de ser unipolar, Palestina-Israel sigue estando en el centro de la agenda diplomática, mediática y política internacional. Al mismo tiempo, resuenan palabras como las del poeta palestino Mahmoud Darwish: “Bajo sitio, la vida se torna tiempo. Memoria del principio, olvido del final”. 


Extracto de Una historia contemporánea de Palestina-Israel, publicado por Libros de la Catarata.

Jorge Ramos Tolosa es doctor en Historia Contemporánea (su tesis doctoral tuvo Mención Internacional y recibió el Premio Extraordinario de Doctorado) y profesor de Historia Contemporánea de la Universitat de València. Autor de Los años clave de Palestina-Israel. Pablo de Azcárate y la ONU (1947-1952) (Marcial Pons, 2019) y especialista en Palestina-Israel, estudios poscoloniales, decoloniales y arabo-islámicos, y en la historia y memoria de la Segunda República y la Guerra Civil española.