Pedro Sánchez anunció ayer que el próximo 28 de mayo España reconocerá al Estado de Palestina. A la declaración se sumarán Noruega e Irlanda.

La decisión ha causado el enfado de Israel, cuyo gobierno ha llamado a consultas a sus embajadores en los tres países, y la alegría de la Autoridad Nacional de Palestina (ANP) y del grupo terrorista Hamás, que ve el reconocimiento como "un paso en la creación del Estado Palestino con Jerusalén como capital".

El ministro de Exteriores israelí, Israel Katz, ha calificado la decisión de los tres países europeos como la "concesión de una medalla de oro a los asesinos y violadores de Hamás".

El reconocimiento del Estado de Palestina tendrá consecuencias para España. No sólo porque Israel puede suspender la venta y asesoramiento en el uso de tecnología punta a los servicios de inteligencia y a las fuerzas armadas, sino porque el gesto tampoco ha gustado a Estados Unidos, que cada vez se inclina más hacia Marruecos en su consideración de socio estratégico en el Estrecho.

En realidad, el reconocimiento del Estado de Palestina tiene sólo un carácter simbólico. En la situación actual, Palestina tiene un territorio dividido, en el que mandan dos grupos diferentes y enfrentados: la ANP controla Cisjordania, mientras que Hamás ha mandado en Gaza hasta ahora. El reconocimiento no mejorará en nada la precariedad en la que viven los palestinos, ni supone un paso sólido en la creación de un Estado real con todo lo que ello supone.

Lo que sí tendría repercusión práctica sería el reconocimiento de Palestina como miembro de pleno derecho de la ONU. Pero ese paso sigue vetado por Estados Unidos.

El reconocimiento del Estado de Palestina ahora no es un paso para lograr la paz, sino un varapalo a Israel por su guerra total en Gaza

La idea de los dos Estados ha sido una cuestión permanente en la relación entre Israel y los representantes de Palestina desde los Acuerdos de Madrid (1991), que luego se concretaron en los Acuerdos de Oslo (1993), que sellaron Bill Clinton, Yasser Arafat e Isaac Rabin. La creación de un Estado Palestino, con la aquiescencia de Israel y el visto bueno de la comunidad internacional, se veía como el medio más eficaz para lograr la paz en la región. Por distintos motivos, ese objetivo ha sido imposible de alcanzar.

Lo que hace España ahora no tiene nada que ver con esos acuerdos. En primer lugar, porque no cuenta con el respaldo de Israel y, en segundo término, porque tampoco Estados Unidos lo respalda. Es, por tanto, un brindis al sol.

Sánchez ha justificado implícitamente el reconocimiento del Estado de Palestina como una respuesta a la brutal invasión de Gaza por parte del ejército de Israel. Es, por tanto, un gesto de castigo hacia Israel, más que un medio para alcanzar la paz.

Sin duda, como le reprocharon ayer sus socios, la decisión de Sánchez tiene un tufo electoral que no se puede ocultar. Reconocer a Palestina como Estado en plena campaña de elecciones europeas sólo tiene un fin: arrebañar votos de los partidos a la izquierda del PSOE, que son los que han dicho las mayores barbaridades sobre Israel, hasta el punto de rozar el antisemitismo.

Como decíamos ayer en el caso del conflicto con Argentina, el presidente del Gobierno ha primado en decisiones clave de política exterior sus intereses en política interna. Pero la política exterior tiene consecuencias a medio y largo plazo. Digamos que Sánchez quiere cobrarse la pieza en forma de votos ahora y aplaza para más adelante la solución a las negativas consecuencias que sus acciones van a tener no sobre él o su partido, sino sobre España en su conjunto.

Sánchez intentó convencer a la mayoría de los países de la UE de que debían reconocer al Estado de Palestina. Pero su periplo europeo devino en fracaso. Ni Francia, ni Alemania, ni Italia se han sumado a este golpe de castigo a Israel.

Criticar el reconocimiento del Estado de Palestina ahora, precisamente ahora, no es comulgar con la política de Netanyahu, ni aplaudir la guerra de destrucción total que está llevando a cabo el ejército israelí en Gaza. El primer ministro israelí es, de hecho, uno de los principales obstáculos para la paz en Oriente Medio.

Criticar a Netanyahu, apoyar sanciones a Israel o suscribir el embargo de venta de armas a su ejército son medidas razonables. Sin embargo, reconocer ahora al Estado de Palestina es decirles a los palestinos que Hamás tenía razón, que la violencia extrema es la única solución a las penalidades de su pueblo.