¿Cómo no sentir una bochornosa sensación de ridículo al ver cómo Carles Puigdemont aparecía y desaparecía del centro de Barcelona burlando la orden de detención que pesaba sobre él? ¿Cómo no indignarse al ver a los Mossos montando una 'Operación Jaula', después de haber sido engañados por el prófugo, pidiendo a los conductores de vehículos que se dirigían a La Junquera que abriesen sus maleteros o a los motoristas que se quitasen el casco, no vaya a ser...?

Si no ha habido un pacto entre Puigdemont y la Generalitat para que se le permitiera aparecer en un estrado junto al Arco del Triunfo, dar su mitin y largarse a continuación, a cambio de que el Pleno de Parlament se celebrase 'sin incidentes' reseñables, si no ha existido ese pasteleo infame, entonces estamos ante la constatación evidente de que la dirección de los Mossos no sirve para nada. Hay una tercera posibilidad, y es que se le haya dejado hacer sin ninguna contrapartida porque el ex president, al fin y al cabo, es 'uno de los nuestros'. ¿O acaso no sucedió algo parecido durante el 1-O cuando los Mossos se dedicaron a mirar y dejaron la parte desagradable de su trabajo a la Policía y la Guardia Civil?

Lo ocurrido este 8 de agosto es un reflejo de la anomalía en la que está viviendo la política catalana desde hace 14 años. Desde que Artur Mas, que parecía el más serio de los aspirantes a hereu de los que se rodeó Jordi Pujol, dijo aquello de la "astucia" como la herramienta más eficaz para hacer frente al Estado español, los políticos independentistas han estado jugando a ver quién era el más listo o el más zorro. A eso les ha ganado a todos Puigdemont. Y su aparición y desaparición no ha sido más que un acto más de zorrería, que no va a ningún sitio, sino a alimentar su ego y a demostrar que él ha brillado más que Salvador Illa el día de su investidura.

Pues bien, a este tipo le votaron en las últimas elecciones autonómicas, celebradas el pasado mes de mayo, casi 700.000 catalanes, y su partido (Junts) quedó en segunda posición, tras el PSC. ¿No es acaso una muestra de que el seny es ya tan sólo un recuerdo de algo que fue pero que ya no es propio de la sociedad catalana?

Mientras el ex president se mofaba de los Mossos, el candidato del PSC asumía que "Cataluña es una nación dentro de un Estado plurinacional"

Porque, reconozcámoslo, el trastorno no sólo viene derivado de que haya un individuo que se cree eterno president y que puede jugar con la ley y la Justicia y hacerle tururú a los Mossos. No. Es más profundo, y tiene a otros partidos, considerados sensatos, como cómplices de esa realidad mágica en la que se ha ido cociendo Cataluña durante lustros.

Ahí tenemos, por ejemplo, el discurso de investidura de Illa, opacado por la jugarreta de Puigdemont. Afortunadamente para él.

Detengámonos un momento en su línea maestra argumental: el hecho de que Cataluña es una nación que goza de una idiosincrasia que la hace única y admirable. Dice Illa que en el mundo se están produciendo cambios, históricos naturalmente. Lo que ha pasado en Francia -donde ganó la izquierda-, en el Reino Unido -donde ganaron los laboristas-, y lo que va a pasar en Estados Unidos -donde vaticino ganará Kamala-, eso es lo que también ha ocurrido en Cataluña, nación en la que gobernará una coalición de izquierdas y separatistas. Vean que el aspirante a presidir la Generalitat ha situado a Cataluña al mismo nivel que Francia, Reino Unido y Estados Unidos. Me recuerda a esa España gobernada por Zapatero en combinación con unos Estados Unidos gobernados por Obama. ¡Cómo los astros pudieron ser tan audaces, se asombraba Leire Pajín, de situar al planeta bajo esa gobernanza progresista global!

Illa será presidente de la Generalitat gracias a que le ha comprado a ERC todo su material averiado. Ese discurso que consiste en admitir sin ninguna duda que Cataluña es una nación y, por tanto, que necesita un estado propio. El PSC y Pedro Sánchez ya le han proporcionado a los independentistas la base sobre la que cimentar esa nación: un pacto fiscal que sitúa a Cataluña fuera del marco común que rige para el resto de autonomías (excepto, claro, País Vasco y Navarra).

Si Illa cree que Cataluña es una nación, dentro de "un estado plurinacional", el resto tenemos derecho a preguntarnos: ¿pero nosotros qué somos?. ¿Qué es entonces España, señor Illa? ¿Una entelequia? ¿Una convención formal para agrupar a una serie de territorios, unos nación, otros no, como los pimientos de Padrón? ¿Una selección de fútbol?

No hay ni en Illa ni en Pedro Sánchez la más mínima convicción o principio. Todo su ideario se construye sobre la base de unos pactos necesarios para alcanzar el poder. Lo dramático de esa forma de actuar, de hacer política, no es sólo que uno ya nunca se pueda fiar de lo que se dicen o prometen esos políticos oportunistas, sino que, poco a poco, van dándole la razón a los que de verdad sí tiene una meta, por muy alocada y destructiva que esta sea.

Este jueves 8 de agosto no sólo se ha escapado Puigdemont (¡otra vez!), sino que Cataluña ha perdido la oportunidad de recuperar una parte de ese seny que perdió hace mucho tiempo