El presidente del gobierno ha dado a la oposición una muestra de cómo se marca la agenda política.

Asuntos desagradables, como el pacto fiscal para Cataluña firmado con ERC, el ya olvidado ridículo de las fuerzas de seguridad por la fuga de Puigdemont, o la llegada masiva de inmigrantes a Canarias y Ceuta, han quedado en segundo plano. En la ejecutiva del pasado lunes, tras filtrarlo convenientemente a El País, Sánchez anunció la celebración del Congreso Federal del PSOE para finales de noviembre, un año antes de lo que estaba previsto; el día 4 Carlos Cuerpo anunció en el Congreso que el presidente había designado a José Luis Escrivá como nuevo gobernador del Banco de España; ese mismo día el propio Sánchez abrió formalmente el curso político en el Instituto Cervantes anunciando más financiación para todas las autonomías y una subida de impuesto para los ricos; también informó desde Moncloa que el sustituto de Escrivá en el Ministerio de Digitalización sería su jefe de Gabinete, Oscar López, y que a este le sustituiría un fontanero de Moncloa llamado Diego Rubio. El sábado se celebró el Comité Federal, máximo órgano entre congresos, en el que Sánchez, en lugar de explicar en qué consiste el acuerdo con ERC, abrazó un discurso populista contra los ricos y el PP. Curiosamente, dedicó un párrafo al líder de la oposición venezolana, Edmundo González, al que "no abandonaremos", dijo. El presidente ya le había concedido el asilo político en España, pero eso se lo guardó para las portadas de los periódicos del domingo.

¡Quien da más! El PP, que ha estado prácticamente desaparecido durante el mes de agosto, no ha tenido resuello para responder a esa ofensiva tan intensa como planificada.

Poco tenía que ver el Sánchez optimista y pujante del discurso en el Instituto Cervantes, y del Comité Federal del sábado, con el hombre que el 24 de abril transmitió por la red social X a la ciudadanía: "Necesito parar y reflexionar", dejando al país en vilo durante cinco días sobre su continuidad en Moncloa.

Desde entonces han pasado poco más de cuatro meses. Pero parece que ha pasado un siglo. Es como si a Sánchez ya no le preocupa que su esposa y su hermano estén imputados por asuntos de corrupción. Viéndolo con retrospectiva, el amago de dimisión fue más un gesto de cara a la galería que una amenaza real provocada por una situación de acoso insoportable.

Feijóo parece resignado a aceptar que Sánchez va a gobernar otros tres años más

El presidente se ha dado cuenta de que, aunque la mayoría del país no le quiera como a él le gustaría, la matemática parlamentaria le convierte en inmune a todo tipo de avatares. Puede hacer y deshacer a su antojo porque el PP y Vox no suman lo suficiente como para echarle en una moción de censura. Los siete votos de Junts, logrados gracias a la amnistía, siguen siendo su talón de Aquiles, pero Sánchez sabe que Puigdemont nunca avalaría una mayoría que le permitiera a Feijóo alcanzar el gobierno de España.

Por eso, el presidente no ha tenido empacho en dar luz verde a un acuerdo con ERC que hace saltar por los aires el modelo de financiación autonómica. Él ha logrado su objetivo: Illa ya es presidente de la Generalitat.

En los próximos meses mareará la perdiz ofreciendo a las autonomías más dinero del que ahora reciben -como anunció en el Instituto Cervantes y en el Comité Federal- y romper así el frente que Feijóo quiere construir para tratar de impedir que se lleve adelante su plan de financiación especial, a la vasca, para Cataluña.

Veremos cómo encara el recorte que piensa aplicar a Madrid en su autonomía fiscal, para evitar que Díaz Ayuso de una parte del dinero público "a los ricos". Esa será otra de las claves de esta legislatura que no acaba de arrancar y que promete una escasa actividad legislativa, según confesión del propio Sánchez.

Es evidente que ese vendaval mediático y político que ha desplegado el presidente en el inicio del curso político no ha sido improvisado. Marcar la agenda significa que los temas de conversación se generan desde la posición que toma la iniciativa. Es más fácil desde el gobierno, eso es verdad. Pero, precisamente por eso, el PP estaba obligado a diseñar una estrategia que obligara al gobierno a cambiar sus planes. No ha sido así.

Es más, en la entrevista que ayer publicó El Mundo, Núñez Feijóo no ofrece ninguna expectativa de que las cosas puedan cambiar en el corto y medio plazo. Se limita a constatar que "la moción de censura es tan imprescindible como imposible". Con lo cual, le viene a dar la razón al presidente: "Hay gobierno para rato".

En el PP parece que hay gente que vive cómoda estando en la oposición. "¡Ya llegarán las elecciones generales!". Largo me lo fiais. Porque Sánchez no va a parar. Y tampoco es tan seguro que lo que dicen ahora las encuestas -que hay una mayoría de votos para PP y Vox- se convierta en realidad dentro de tres años.

Desde que ocupa la dirección del PP Feijóo no ha puesto ni una vez contra las cuerdas a Sánchez. Pudo hacerlo tras la victoria de las elecciones municipales y autonómicas de 2023, pero su miopía política, al permitir que algunos barones pactaran con el partido de Abascal, le dio al presidente la baza de adelantar las generales y dejar, de nuevo, al PP en la oposición.

No. Esto no es fácil. Y menos con un rival tan rocoso y falto de escrúpulos como Pedro Sánchez.

Feijóo tiene que pensar cómo sale de este aparente callejón sin salida que consiste en que, haga lo que haga Sánchez, tiene asegurado el poder, al menos, hasta 2027. Si quiere que los españoles le vean como futuro presidente de gobierno tiene que hacer algo más que aparentar que ya está asentado en la Moncloa.