Al referirse al vocablo “clásico”, el Diccionario de la Real Academia Española, en su novena acepción, dice: “Algo típico y característico”. Y en este sentido lo empleo aquí. Porque ya se ha convertido en un clásico -en algo típico, característico, peculiar- tildar a Francisco de “comunista”. Es otra forma de ataque, de oposición y de calumnia.
Se trata de un ataque poco original. A Pablo VI, cuando publicó la encíclica “Populorum progressio”, le llamaron “marxista recalentado” desde el periódico The Wall Street Journal, portavoz de los medios financieros norteamericanos. Incluso, algunos llegaron a calificar de “marxista encubierto” a Juan Pablo II por sus encíclicas “Laborem exercens” y “Sollicitudo rei socialis”. Por eso digo que poner la etiqueta de comunista ya se ha hecho un clásico dentro de los mentideros clericales y en los ámbitos políticos, económicos y sociales más escorados a la diestra.
La cuestión estaba servida en bandeja: aires latinoamericanos, cerca de la teología de la liberación, opción por los pobres, pastoral encarnada en las periferias existenciales, crítico con la economía capitalista, preocupado por el cambio climático… O sea, el Papa Francisco era, desde el inicio de su pontificado, un blanco perfecto para que los aficionados a buscar fantasmas le pusieran la etiqueta de comunista, marxista, amigo de marxistas, sospechoso de comunista, progresista peligroso, populista izquierdoso… Y todo esto quedó plasmado y confirmado con ocasión de dos acontecimientos.
El Papa Francisco era, desde el inicio de su pontificado, un blanco perfecto para que los aficionados a buscar fantasmas le pusieran la etiqueta de comunista, marxista, amigo de marxistas, sospechoso de comunista, progresista peligroso, populista izquierdoso…
El primero fue la publicación, el 24 de noviembre de 2013, de su primer documento importante, la Exhortación apostólica “Evangelii gaudium”. Nada más aparecer este documento, ya empezaron a resonar las trompetas del escándalo en los Estados Unidos de América. Una muestra significativa: Rush Limbaugh, uno de los locutores radiofónicos más conocidos e influyentes del país, no dudó en expresar públicamente que las afirmaciones del Papa Francisco, en su Exhortación, eran “puro marxismo”. No es difícil imaginar dos cosas: o que este señor no había leído el documento de Francisco o que en Estados Unidos cualquier mínimo reparo que se ponga al capitalismo, se convierte automáticamente en marxismo. Obviamente, si Francisco dice, en el número 53 de la citada Exhortación apostólica, que “la economía de la exclusión y de la inequidad mata”, pues ya no hay más que añadir para las inefables y cuadradas mentes norteamericanas. El problema está en esas mentes.
El segundo recogió los ecos del primero. Me refiero al viaje del Papa Francisco a Estados Unidos del 22 al 28 de septiembre de 2015. Ya la víspera de aterrizar en dicho país, un famoso economista llamado Stephen Moore declaró: “Este pontífice tiene claramente tendencias marxistas”. Y similares a las declaraciones de este economista, se pueden constatar una gran cantidad de ellas en los seis días que duró la visita papal. De nada valió que Francisco dijera que su visión sobre la redistribución de la riqueza, las injusticias del sistema capitalista y la necesidad de ayudar a los más pobres proviene de los evangelios y nada tiene que ver con el marxismo o el comunismo.
Esta etiqueta de comunista que se le endosa al Papa Francisco puede venir de distintos puntos. Pero tiene más fuerza y encarnadura en las ideologías fundamentalistas del liberal-capitalismo, como se ve en la sociedad norteamericana. Allí es algo recurrente, constante y sin remedio. Incluso, el solo hecho de decir que este Papa es progresista o avanzado en cuestiones sociales, se asocia inmediatamente a comunismo. No hay término medio ni matices ni razonamientos.
En otros lugares y contextos, depende de personas y de intoxicaciones mentales. Llamó mucho la atención, por ejemplo, la postura de Javier Milei, presidente de Argentina. En plena campaña electoral y poseído de un histrionismo vesánico, escupió contra el Papa Francisco, el argentino más conocido y famoso actualmente, las mayores barbaridades, entre otras, que “el Papa tiene afinidad con los comunistas asesinos y viola los diez mandamientos al defender la justicia social”. Ejerciendo ya como presidente, fue a Roma y mostró tal devoción por Francisco que hasta le pidió permiso para besarle. Ciertamente, las astracanadas de Milei retratan el estado mental del personaje.
Otras veces, puede ocurrir que la etiqueta se quede en una efímera ocurrencia de mal gusto y fruto de los cinco minutos diarios de apagón neuronal que sufrimos los humanos. Es lo que pasó cuando la ilustre secretaria de comunicación del PP de Madrid escribió aquello de “cumbre comunista en Roma”, para calificar el encuentro entre el Papa y la ministra de trabajo de España. Al poco rato, se le pasó el apagón neuronal y borró el tuit.
En esta misma línea, lo que más me ha llamado la atención es la desorbitada reacción de algunas personalidades españolas a la encíclica “Fratelli tutti”. Nada más aparecer, el 3 de octubre de 2020, este documento de ochenta páginas firmado en Asís, empezaron a surgir voces diversas inesperadas. Era previsible que algún personaje obseso y enredador como el exnuncio Carlo María Viganò tildara al Papa Francisco de “masón” por la defensa que hace la encíclica de la fraternidad universal, pero no se esperaba que en el suelo patrio comenzaran tan pronto las acusaciones contra Francisco a cuenta de una encíclica alabada y ponderada en todo el mundo.
Pero esas voces surgieron. Y todas ellas con un denominador común: este Papa piensa y siente como un comunista, y la prueba está en este escrito. Como dato curioso, la mayoría de esas voces acusadoras emplearon un medio rápido, frívolo y superficial: la red social twitter (ahora llamada X). Y, para seguir con el sainete, muchos de esos críticos intolerantes y detractores se declaraban, con orgullo, católicos de toda la vida y de generación en generación.
Para muestra, dos botones: un expresidente de una comunidad autónoma como Baleares llegó a resumir la encíclica con el siguiente brochazo: “La encíclica, como alegato comunista, es una falta de respeto a millones de católicos que cada día mejoran el mundo de manera altruista gracias a la riqueza que genera la libertad económica. Es mejor que hable de Dios y deje la economía a un lado”. Para calmar un poco mi dubitativo asombro, me atrevo a plantear tres preguntas ingenuas: ¿Qué versión de la encíclica “Fratelli tutti” leyó este político? ¿Qué avezado plumilla de su gabinete de prensa le hizo el resumen de la citada encíclica? ¿Se contentó con cuatro titulares sensacionalistas de cierta prensa amarilla?
Yo digo solamente que los comunistas nos han robado la bandera. La bandera de los pobres es cristiana. La pobreza está en el centro del evangelio
Y el director de un organismo llamado pomposamente Fundación Internacional para la Libertad, presidido por Mario Vargas Llosa, sentenció con estilo de catedrático apodíctico e infalible: “El Papa considera el derecho a la propiedad un derecho natural secundario y derivado del principio del destino universal de los bienes creados. Fantástica declaración que asumiría un comunista”.
Por cierto, ese señor liberal no se ha enterado de que tanto Pablo VI como Juan Pablo II expresaron la misma idea que Francisco sobre el eterno tema de la propiedad privada en sus respectivas encíclicas “Populorum progressio” y “Sollicitudo rei socialis”.
¿Cuál es la reacción de Francisco ante estos ataques? El 29 de junio de 2014, el diario italiano Il Messagero entrevistó al Papa Francisco y la primera pregunta fue: “El semanario inglés The Economist le dedicó a usted una portada insinuando que es comunista y que habla como los comunistas, ¿se identifica con eso?”. Y Francisco respondió con una sonrisa: “Yo digo solamente que los comunistas nos han robado la bandera. La bandera de los pobres es cristiana. La pobreza está en el centro del evangelio. Los pobres están en el centro del evangelio”. Y el 12 de septiembre de 2021, en el encuentro que tuvo con cincuenta jesuitas en su viaje a Eslovaquia, confesó: “Algunos me acusan de no hablar de la santidad. Dicen que hablo siempre de la cuestión social y que soy un comunista. Sin embargo, escribí una Exhortación apostólica completa sobre la santidad”.
Por otra parte, esta etiqueta no le quita un ápice de sueño ni le resta un solo segundo en el empeño de llevar a cabo su misión. Es sabido que su alergia a chismorreos y maledicencias le hace más fuerte y perseverante. Bien podría decir -aunque no lo dice- aquella expresión popular atribuida erróneamente a Miguel de Cervantes en el Ingenio- so hidalgo don Quijote de la Mancha: “Ladran, luego cabalgamos”.

Extracto del libro La oposición orquestada contra el Papa Francisco. Entre la estrategia y el esperpento, de Celestino Fernández. Publicado por Editorial Ceme & La Milagrosa difusiones.
Celestino Fernández es sacerdote de la Provincia San Vicente de Paúl-España. Ha sido durante 12 años director de las Hijas de la Caridad de la Provincia de Granada. Es periodista.
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