Un día saldrá Pedro Sánchez diciéndonos que lo han asesinado. Con esa gravedad con la que él denuncia que conspiran contra su persona o que ha pasado mala noche (el ruido de la máquina de fango es como el de la barredora del ayuntamiento), nos anunciará que lo han matado. Sí, que le han puesto una bomba en los bajos de su colchón monclovita, a la altura de sus bajos presidenciales, allí donde él tiene bolas de discoteca, pura fantasía y puro funk. Y que, a resultas de la brutal explosión, algo así como una explosión de plumas y granito, ha muerto. No obstante, después de la explosión, un sicario venezolano, con hechuras del Chacal o quizá del Puma, lo ha tiroteado entre muchos ecos de pueblo del Oeste, música de armónica y maraqueo de serpiente de cascabel. Y han vuelto a matarlo, claro. Por último, un capitán de la UCO, que había fundido la calavera de plomo lorquiana que tiene todo guardia civil, arrojó el plomo candente (olía como a tranchete) sobre su cara de lápida rajada, cara y lápida como de enamorado de Poe. Y lo mató otra vez. Después de contárnoslo, Sánchez se retirará a reflexionar si merecía la pena morir, sobre todo tres veces y tan cruelmente.

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A Sánchez, el más muerto de todos los vivos, el más vivo de todos los muertos, ya le da igual todo. Hace mucho que decimos eso del chorrafuerismo de Sánchez, pero ahora ha florecido o arborecido maravillosa, heráldica y cebollescamente, como esos ases de bastos florecidos de la baraja. O sea que, por ejemplo, ustedes pueden ver a la fontanera, y oírla, y seguir todos sus pasos chancleteantes por los bajos del país, y darse cuenta de que el PSOE no la expulsa para no herir sus sentimientos (nunca hay que herir los sentimientos de los que saben demasiado), y pensar que eso necesita una explicación o necesita una implosión, pero nunca el silencio. Pero vendrá Sánchez, o sus ministros que parecen salidos de un reloj tirolés, o su tropa mediática, esos muñecos de futbolín de las tertulias, hechos como de madera de mecedora y pegados por las caderas a un hierro de pinchito, y les dirán que lo que oyen no es lo que oyen, que lo que ven no es lo que ven, que lo que parece no es lo que parece, y que es todo una cacería y un bulo. O se inventarán otro bulo para que todo quede, por lo visto, en ese empate de futbolín con el que se dan por satisfechos estos chiringuiteros.

Pero vendrá sus ministros y les dirán que lo que oyen no es lo que oyen, que lo que ven no es lo que ven, que lo que parece no es lo que parece, y que es todo una cacería y un bulo"

El bulo que ha ido creciendo estos últimos días, con esa cosa de bolo alimenticio que tiene la palabra, iba de un excapitán de la UCO fantaseando con el magnicidio de Sánchez. Un magnicidio, por cierto, yo creo que muy redundante y chatarrero, con bombas lapa, sicarios venezolanos y plomo muy usado de Marcial Lafuente Estefanía, todo superpuesto o sucesivo. Algo así como un regicidio en el Orient Express, pero con material de polvorín, de geyperman o de fuga del Equipo A. Las conversaciones privadas e informales saben ustedes que está feo difundirlas, pero a pesar de eso tuvo mucho éxito entre los ministros teletubbies y los comentaristas de gran trompeta fonográfica. Todavía más si el excapitán ahora trabaja para Ayuso, que se diría que está reclutando mercenarios para Indochina. Pero la conversación, extraída, recortada o endulzada por quien haga estas cosas (diría fontaneros, pero los fontaneros no existen), no era toda la conversación, ni el plan era tal plan, ni la fantasía una fantasía.

El variado matarile no era algo que el capitán y sus compinches pensaban para Sánchez, sino algo que ellos imaginaban que Sánchez podía pensar para ellos. Pero esa película de un comando antisanchista con la cara pintada y cuchillos para cocodrilos era demasiado potente, sobre todo si salía también Ayuso como si fuera una Lara Croft de cine mudo, con liguero de pistoleras. La información, que lanzó El Plural con parábola de lanzagranadas, no sólo no era verdad sino que era una tergiversación horrenda. Reconocieron el error primero La Sexta y luego Público, pero los ministros siguieron, y RTVE siguió, y el bulo siguió, aunque a lo mejor no era bulo, sólo cálculo o aproximación. O sea, que la verdad no sería muy diferente. Los polis, militares y guardias civiles siempre han tenido ramalazo fachilla y gatillo como un abrebotellas, así que no andará la cosa muy lejos. Es más, ¿cuántos españoles fantasean con acabar con Sánchez? Lo más fácil era acertar, siquiera a bulto.

Pero a lo que yo iba es a que esto, en realidad, ya no es relevante. El bulo está pasando de moda en el sanchismo, por eso los socialistas suenan como hermanas tacañonas cuando lo practican (esa cosa de hermanas Hurtado que tienen Óscar López y Félix Bolaños). El bulo es demasiado elaborado, casi hay que preparar una fuga de Alcatraz con ese material de costurero o talabartero que tienen. El chorrafuerismo de último nivel de Sánchez, arborecido y arborescente, ya está cerca de superar todo esto. Lo próximo no será que Sánchez salga, como la chica de la curva, a decirnos que esa mañana lo han asesinado la derecha y la ultraderecha, y luego se vaya a pasar el soponcio o la jaquequita. Yo creo que se acabará pronto lo de contar mentiras que coge un cojo, y negar lo que uno está viendo con sus propios ojos estupefactos y tumefactos de tanta obscenidad y tanta cara dura. Lo próximo será admitir la verdad.

Un día saldrá Sánchez a decir que sí, que todo es verdad, y que qué pasa. Que da amnistías porque le conviene, y que él a su Begoña le pone una cátedra, y a su hermano una orquesta con patinadores sobre hielo si hace falta, porque le da la gana. Y que controla el TC, y la Fiscalía, y la carrera judicial, y la instrucción de los casos de corrupción, y el Banco de España, y RTVE, y Telefónica, y lo que haga falta controlar, para lo que a él le venga bien. Y que claro que hay fontaneros buscando mierdas y pardillos, y que acabará con todo lo que le estorbe por las buenas o por las malas, policías, jueces, periodistas, gente que habla inglés bien y directores de orquesta con talento. Y que nos ha tomado el pelo, que nos lo merecíamos. Y que esto ya no es una democracia, y qué. Estamos a muy poco de eso, la verdad. Pero mientras anden con bulos regurgitados, esa comida para polluelos, y con sopletes peliculeros y ridículos del Equipo A, es que todavía hay esperanza.

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