Hay oraciones que son bastante fáciles de traducir del inglés. Por ejemplo, este titular del Telegraph es bastante sencillo de interpretar: "Prostitutes, a porn star and a bouncer – Spanish PM Sanchez embroiled in corruption scandal". Lo que vendría a ser: "Prostitutas, una estrella del porno y un escolta - El primer ministro Sánchez, envuelto en un escándalo de corrupción".
Ejemplos se han producido a patadas durante las últimas semanas, en las que diferentes cabeceras internacionales han comenzado a comportarse de forma injusta con el líder político que maneja con acierto el rumbo del país. Reuters coronó el pasado viernes uno de sus cables informativos con la siguiente frase: "Spanish police enter ruling party HQ in corruption probe". Su traducción también es bastante intuitiva: "La policía española entra en la sede del partido gobernante en una investigación por corrupción". Por fortuna, sus periodistas matizaron que aquello no era "un registro", sino una entrada para buscar información y aprehender dispositivos.
Unas horas antes, The Economist difundió un artículo cuyo titular afirmaba: "Corruption at the heart of his party wounds Spain’s prime minister". Lo que, en español vendría a ser: "La corrupción en el seno de su partido hiere al presidente de España".
En abril, un artículo de opinión difundido en el diario estadounidense Politico expresó lo siguiente con respecto a las coacciones del Gobierno de España a la prensa crítica, ejercidas mediante castigos con la publicidad institucional, mediante amenazas sobre cambios legislativos y mediante los mordiscos de caniches mediáticos que llevan varios años insultando a los periodistas críticos. "Recent moves by Spanish Prime Minister Pedro Sánchez appear to be straight out of the Vučić playbook: In July 2024, Sánchez announced media law reforms aimed at countering “pseudo-media,” but the result exploited the EMFA to limit which organizations qualify for public funding".
Más o menos, esto: "Los movimientos recientes del primer ministro español, Pedro Sánchez, parecen sacados directamente del manual de Aleksandar Vučić: en julio de 2024, Sánchez anunció reformas de la ley de medios destinadas a combatir los “pseudo-medios”; y, en la práctica, aprovechó el (proceso de aplicación) del Reglamento Europeo de Medios de Comunicación para limitar (amenazar con ello, más bien) qué organizaciones pueden acceder a financiación pública.
El dominio del inglés
El nivel de inglés de Sánchez seguro que es suficiente para entender estos artículos en el idioma original y, seguramente, para aporrearse el pecho cuando lo consiga, con una mezcla de satisfacción por su bilingüismo -el famoso B2lingüismo-, pero dolor por las críticas allende nuestras fronteras. A lo mejor, por esto último, no pide que se los traduzcan a Alberto Núñez Feijóo, al igual que hizo el pasado domingo, en un tuit chulesco, marca de la casa o de sus chuchos, relacionado con el contenido de la carta que le envió esa misma tarde el secretario general de la OTAN.
La cosa tuvo su gracia porque la propaganda vendió a media tarde un acuerdo histórico con Mark Rutte para no gastar más allá del 2,1% del PIB en la carrera armamentística europea, más allá del 1,5% adicional en ciberseguridad. Pedro Sánchez anunció la cuestión en la sala de prensa de Moncloa, que estaba vacía, como la taberna de El Resplandor, pero en la que miraba para los lados mientras hablaba, quizás creyéndose rodeado de una audiencia excepcional, menos preguntona de lo habitual. Explicó que, sin esa nueva "excepción ibérica", la educación, las pensiones y las prestaciones por desempleo corrían peligro.
Al día siguiente, Rutte aclaró que todos los países de la OTAN debían cumplir con el objetivo acordado por la Alianza Atlántica, más allá de la estrategia temporal y presupuestaria que eligieran para conseguirlo. No tardó en aclararse que todos los países se habían comprometido a destinar el 5% en 2035, aunque por el camino la delegación española explicó, en perfecto castellano, que se podía alcanzar el 3,5% con un gasto de tan sólo un 2,1% -ojo a la afirmación- y que en el texto final no se habla de "todos los aliados", sino de "los aliados", lo que da pie a excepciones.
Porcentajes y demás
El lío discursivo es tal que cuesta mucho entender lo que defiende realmente España, lo que le sirve especialmente a Pedro Sánchez, que por un lado ha firmado el mismo documento que los demás, pero, por otro, podrá intentar manipular a Podemos y a Sumar para colocarles el mensaje de que, en realidad, el 5 es un 3,5 que, en realidad, es un 2,1 al que no se va a llegar, lo cual, para qué nos vamos a engañar, le asemeja más a un vendedor de concesionario de coches que a un presidente serio.
Se han debido dar cuenta de ello sus compañeros de pupitre, de ahí que Donald Trump -con una de sus típicas bravuconadas- haya avisado a España de que, como no invierta lo acordado y utilice requiebros, que suenan a tomadura de pelo, a lo mejor le impone una subida de aranceles capaz de provocar un movimiento de tierras en España.
Digamos que aquí ha pasado como en el famoso chiste de Eugenio. "Oiga, ¿usted domina el inglés? / Hombre, si es bajito y se deja...". Infravaloró Pedro Sánchez a Trump, con su 1,90. No era una cuestión de adaptar la traducción a los intereses políticos, sino de fuerza.
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