A Santos Cerdán lo mandaban a la cárcel mientras Sánchez hablaba en Sevilla, rodeado de indistinguibles banderas, turbantes y bombachos, del folclore arcaizante e inútil de la ONU folclórica, arcaica e inútil. Cerdán parece que también se enfrentó al juez sólo con el pandero del folclore sanchista y el otro pandero de su cara, con la canción de la cacería política, de la persecución a los progresistas por sus gobiernos, pactos y gaitas progresistas, como Bolaños cuando dirige la sinfonía de juguetes que él dirige ante los medios (algunos periodistas acuden a las cosas de Bolaños llevando la flauta del colegio o el xilofón de colores de la guardería). Claro que a mí me parece increíble hacer esto ante un juez, como si el juez fuera Aimar Bretos. La verdad es que los socialistas no están aún tan fuera de la realidad, al menos hasta llegar a confundir la propia supervivencia con la ortodoxia monclovita. Lo que ha hecho Cerdán hay que entenderlo, pues, como la mejor opción para su supervivencia. 

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A alguien que sabe que puede acabar esa misma tarde en la cárcel haciendo marquetería o haciendo de geisha, no me lo imagino presentándose ante el juez para decir que ha sido la fachosfera como si hubieran sido los extraterrestres

Santos Cerdán no creo que pretendiera engañar al juez, ni a nadie, con una historia entre Mandela, Misión imposible y Terminator. A alguien que sabe que puede acabar esa misma tarde en la cárcel haciendo marquetería o haciendo de geisha, porque lo han pillado con toda la mandanga (y si no lo sabe se lo habrá advertido su abogado, que en este caso ha salido de un casting de abogados de causas chungas); a alguien en esta circunstancia, en fin, no me lo imagino presentándose ante el juez para decir que ha sido la fachosfera como si hubieran sido los extraterrestres. No me lo imagino porque el juez, que no es Bretos, ni siquiera Yolanda Díaz, lo va a mandar al trullo con o sin el kit del socialista que roba para los pobres o por nuestro bien. No me lo imagino salvo que, claro, la cárcel no sea lo peor. O que hacer marquetería o bailar con abanico tenga su recompensa o su consuelo, más o menos actuales o diferidos.

Lo que ocurre es que han pillado a la banda, y cuando pasa eso da igual que sean bandas de asalto a gasolinera o de asalto a los ministerios, que siempre veremos lo mismo. Es la hora de los soplones o de los desmemoriados, de los que venden o se venden, de los supervivientes en todo caso. Cada uno intentará sobrevivir con las cartas que tiene mientras se cambian los sombreros y los roles y se vigilan los unos a los otros sin estar seguros de nada, como desde detrás de espejos dobles. El que tiene una buena mano la juega, el que puede comprar una mano mejor la compra, el que ve que su silencio vale más que su mierda se calla, el que ve que su voz vale más que su silencio canta incluso inverosímilmente, como una sirenita. Esto no es un duelo a dos, con florete perfumado como un pañuelo, ni a tres, como en El bueno, el feo y el malo; esto no sabemos todavía adónde llega ni a cuántos pilla, pero parece una cama redonda que se hunde con todos en pelota. Es un sálvese quien pueda y valen las alianzas, las traiciones, las puñaladas, los sobornos, los disimulos, las putadas de todos contra todos, cruzando todo el partido y todo el Gobierno como un campo de minas.

Cuando han pillado a la banda puede pasar de todo, excepto que alguien pringue para nada, se vuelva mudo sin bozal o se ponga a cantar sin alpiste. El Santos Cerdán más increíble no es el que se declara inocente con su cara de pastorcillo con hogaza (a Puigdemont le hizo como una adoración de pesebre) y presenta sus servicios al progreso así con aire de mesonero que presenta la carta del mesón. El Santos Cerdán más increíble es el que va a la cárcel sin tener otra cosa para defenderse que parecer increíble, y sin ganar nada por ir a la cárcel, más yendo así, como con kimono o tutú. Si para algo te entrena la política es para la supervivencia, y ningún político se va a volver loco, santo, masoca o tonto justo cuando está ante el juez que lo puede mandar a la trena para la hora del café con moscas o de la ducha con pelos. Si Cerdán ya está en la cárcel, con tigre triste y armónica o pincho bajo la almohada, es porque es su mejor opción. Así serán sus opciones, y las de los demás.

Santos Cerdán, como todos los que están jugando ahora en esta mesa de tahúres y ladrones, larga y venenosa como la de Drácula, ha hecho lo que ha hecho para sobrevivir. No hay otro horizonte, no hay otra razón cuando uno está ahí, ante el precipicio de tu sopa y de tus heces como ante el precipicio mismo de la subsistencia. Según nos cuentan las baladas y los muertos con flor de sangre en el chaleco, nadie calla para nada y, sobre todo, si calla y parece que es para nada, o que incluso le perjudica, es que con la callada se beneficia otro, inaugurando o cancelando una deuda. Otro estribillo que suelen cantar ya sin dientes o sin cabeza tanto los chatos con sombrero como los señoritos con polainas es que los jefes que no callan para ellos, sino para otros, no son jefes. O sea que al jefe todavía lo esperamos.

Desde una Sevilla como un carromato que huye, Sánchez decía que “el PSOE ha actuado con contundencia” y María Jesús Montero decía que Cerdán “no tiene que ver con el PSOE”. Poco después, el pastorcillo de Sánchez callaba en vez de buscar un trato, enfadaba al juez con cuentos de marcianos y se iba a la cárcel como por peteneras, triste y folclórico como esas tribus de la ONU. Quizá la libertad está sobrevalorada, como la verdad. Sobre todo ante castigos inminentes o recompensas futuras. Como hemos visto muchas veces esta película, sabemos que esto no acaba aquí, que nunca acaba así, con los soplones sueltos por la calle y el callado tallando su flauta entre bandejazos y cerrojazos. Aún falta, por lo menos, el jefe.

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