Lo que detiene a nuestros trenes y hasta a nuestras batidoras no es la falta de electricidad ni de ministro, sino el desgobierno. Otra vez se nos han parado los trenes por los campos de Castilla, como molinos sin viento, como trenes de segadores, y es normal que miremos a Óscar Puente como al revisor de la Renfe, con su autoridad desmesurada e infantil (el rey del tren o de los trenes es una autoridad que parece inventada por niños). Pero Óscar Puente seguramente no sabe de trenes, ni se preocupa por los trenes, ni siquiera manda en los trenes, sino que está ahí sólo como una estatua ecuestre delante de su ministerio, para salir con fondo monumental cuando hace acometidas de troll por X o por el telediario. Antes se hablaba de los tecnócratas, que eran un cruce de político y perito industrial, con el cartabón bajo el terno como una espada ropera. Pero ahora tenemos sanchócratas, esa gente que sólo atiende al relato y al zasca monclovitas y, si acaso, al Cerdán de turno que les pregunta por obras megalíticas y megalómanas, de mucho hormigón al peso y muchos millones al peso.
Se nos paran los trenes, y hasta las freidoras de aire, que ahora son las locomotoras de nuestras cocinas, porque toda la estructura gubernamental está dedicada a mantener esbirros, bronquistas, quitapelusas, rapsodas, aguilillas, enchufados, comisionistas y hasta señoritas con estampado de vaquita. Cada categoría, además, se subdivide y arborece recursivamente, de manera que cada esbirro, bronquista, quitapelusas, etc., tendrá otros esbirros, bronquistas, quitapelusas, etc. Yo creo que en estampados de vaquita, en polvos de parador y en escapadas con serrana a la sierra es en lo que más se nos va el presupuesto, porque tiene pinta de ser ésta última la categoría más numerosa y con más proyección. Así que cuando uno quiere encontrar al técnico, el que tiene que arreglar el tren, el apagón, el marrón, resulta que entre esbirros, bronquistas (así hasta a la señorita sólo con braguita y chococrispis, como Anaís), uno ha tenido que descender por el escalafón hasta llegar al armario de las escobas de una caseta por Espeluy o por ahí (Espeluy era el pueblo ferroviario fantasma de los trenes fantasma de mi niñez ferroviaria). Así, claro, da tiempo a que a los pasajeros de los trenes, o a todos los españolitos, nos dé el tabardillo o el berrinche.
Se nos paran los trenes, claro, y hasta se le saltan los plomos un día a toda España. Y es así porque los ministerios ya no están para gestionar nada aparte del ego de Sánchez
Se nos paran los trenes, claro, y hasta se le saltan los plomos un día a toda España (yo creo que porque la Moncloa quiso enchufar su propaganda o su ventilador de fango directamente al cielo). Y es así porque los ministerios ya no están para gestionar nada aparte del ego de Sánchez, que él tiene ricamente dividido en estancias palaciegas y pabelloncitos de caza. Además, recuerden, no tenemos presupuestos, o sea que no sólo hay que encontrar al técnico entre la interminable nómina de enchufados, vasallos y conejitas, sino que incluso encontrándolo nos podemos ver con que luego no hay dinero. Cuando al ciudadano hace tiempo que sólo se le vende relato y al partido hace tiempo que sólo se le venden sueldos y juerga, es más probable encontrar dinero para camionetas de putas, para paradores de putas y hasta para centrales de putas que para nuestros trenes de turistas, novios y operados de la cadera, para nuestros hospitales de menesterosos y para que no se nos paren la lavadora o la ciudad en medio del centrifugado de la mañana. O trenes o putas.
Nos vamos dando cuenta, ahora que nuestros trenes de alta velocidad sólo parecen trenes bombardeados por biplanos, del precio que tienen el relato y la propaganda, que es abandonar el verdadero servicio público. El sanchismo ya no gestiona servicios, sólo gestiona literatura y, eso sí, el gran presupuesto que se va en esa literatura. No se mantiene a esbirros, bronquistas (así hasta llegar a la señorita con marabúes para estar por casa) por mantenerlos a ellos en sí, sino por mantener a Sánchez. Es curiosa la coincidencia entre unos trenes que se detienen como atacados por indios de las praderas y esa Adif de Isabel Pardo de Vera, imputada por malversación de caudales públicos, o esas obras nuremburguesas de Cerdán subvencionadas por el mismo ministerio de Transportes. Por no hablar de las concesiones económicas a los socios de Sánchez, que han ido también vaciando nuestros cajones, hasta ésos que sólo tienen tornillos y cables, y así están nuestras catenarias. Pero no es coincidencia, sino diseño.
Incluso aunque no existiera el negocio de las mordidas, el negocio personal de Sánchez, el de mantenerse con propaganda y servidumbres pagadas por lo público, nos tenía que ir dejando sin traviesas, sin electrificación y hasta sin chóped. En la cumbre de la ONU, mientras que a Sánchez casi le instalaban un Taj Mahal en el Alcázar (quizá los presidentes profundamente enamorados lo merecen), la policía denunciaba el menú de sus agentes, con un aderezo arqueológico de moho que convertía el embutido pobre en moneda fenicia. Está todo así, anidado de herrumbre, sobrevolado de ruina, sostenido por leves palillos o por leves rezos, a merced de los vientos, la solanera o los ladrones de cobre, que algo de eso tiene Cerdán. Está todo así porque lo que le importa a Sánchez no es el servicio público, sino la toma de lo público.
Óscar Puente no va a hacer nada, ni con los trenes, ni con las vías, ni con las catenarias que se caen o pierden la tensión como cinturones de Sánchez, ahora que es el náufrago de la Moncloa. Ni siquiera va a hacer nada con los pobres pasajeros que ahora son como de tren hospital, con un miedo y una fragilidad apenas guarnecidos por sudores, harapos, quinqués, caldos y cantimploras. No está Puente ahí para eso, no está nadie en el sanchismo para eso. Lo que detiene a los trenes y al país es, simplemente, el desgobierno. Ahora estamos viendo lo que cuestan el relato y la propaganda, lo que cuesta mantener a Sánchez no ya como presidente sino como sultán. Si sigue, sólo quedará la Moncloa, dorada y apalmerada, entre favelas, garitas, hospicios y puticlubs.
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1 Comentarios
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hace 1 minuto
Poner al ministro tirapeos (como lo llama un amigo de Rubén Herranz) al frente de ese ministerio fundamental es uno más de los insultos del marido de Bego, a los que se suma el otro Óscar, el Siseñor, al frente del Administración Pública en la que no ha sabido ni gestionar el naufragio de Muface (hagan un reportaje sobre el tema y se asustarán). Por no mencionar a nulidades del tamaño del minisministro llavero, el Bistindii o la ministra secreta de infancia que no es capaz de abroncar a Saritah Santasperas. El minstro tirapeos sólo sabe de trenes de cuando hacía el trenecito en Ferraz. Le importa un pito todo, lo mismo que a su jefe, el nomberuan, el putoamo. Gente incapaz pero dispuestos a pelear en las letrinas por la lumbrera de occidente, el nomeruan.