Yo creo que a Begoña Gómez no hay manera satisfactoria de juzgarla, que ya sólo falta que alguien pida el juicio de Dios, la ordalía, echarla al río como a una bruja o a un cazador furtivo medieval, a ver si sobrevive. Quiero decir que el juicio con juez no sirve porque los jueces son fachas, y el juicio con jurado tampoco gusta porque el ciudadano también es cada vez más facha. Como lo de la ordalía es una salvajada, y además antilaico, ahí estamos, atrapados, sin saber qué hacer con esta mujer a la que quizá sólo deberían juzgar los elfos o los tertulianos de Xabier Fortes, que juegan un poco a consejo de elfos. Begoña Gómez va a ser juzgada en un juicio con jurado, no porque lo diga el juez Peinado sino porque lo dice la ley, esa ley que impulsaron los socialistas para “democratizar la justicia” y hacerla “participativa” y guay (parece que la justicia antes era sólo otra Inquisición con modales de tomar el té). Por alguna razón, a la progresía todo eso le parece ahora linchamiento, picota, humillación y, de nuevo, inquisición con modales de tomar el té. Deberíamos tener ya una ley para no molestar a Sánchez, y todo sería más fácil.
No sé qué podríamos buscarle a Begoña que no sea ni agresivo ni intimidante, ni bochornoso ni deshonroso… No sé si un confesor, o una compiyogui, o terapia con caballos, porque está claro que los jueces y los jurados la estresan a ella y estresan a nuestro presidente, que antes parecía salsón, bailón, y ahora sólo parece que tiene la tenia. Encima, nuestra presidenta se encuentra con esto del jurado, que la degrada y la expone. Yo no soy muy partidario del jurado, algo ajeno a la tradición romana de nuestro derecho y que parece impuesto por Hollywood, como Santa Claus o las calabazas con ojos apuñalados. En realidad, el jurado no lo inventaron en el Oeste, sino que su origen es germano y anglosajón, por su costumbre de someterse a juicio de los pares. En América es cierto que se consolidó por la desconfianza que les merecían los jueces de la Corona (eran como jueces del Supremo para Sánchez y sus socios), y luego, por la cultura de autogobierno de sus asentamientos y colonias. Pero uno prefiere a un juez profesional y no a unos cuantos tricoteuses cogidos del granero o la parada del autobús, con el prejuicio legañoso todavía. Claro que uno es poco progre ya.
Begoña languidece ahora no ya ante jueces inquisidores, sino ante jurados inquisidores, fachosféricos, radicalizados por la prensa de la derecha y la ultraderecha
Quizá un día lo progre, lo guay, fue traernos el jurado, como el pavo de Acción de Gracias y el brunch (el brunch sólo es el almuerzo del señorito a la hora del señorito). Pero ahora ya no queda nada, salvo, quizá, que el jurado se pueda volver a democratizar, sacándolo, por ejemplo, sólo de entre el público de Broncano, que está entre público concienciado, público de after y público de los Cantajuegos. Sin duda, Begoña, en cuya actuación no hay indicios de delito, mujer empoderada, reina del linkedinés y patrona del fundraising, que parecen títulos de Juego de tronos; mujer valiente y progresista, en fin, acosada por los ultras y vilipendiada por bulos, tendría más opciones ante un jurado popular que ante un juez, que le puede tocar de ésos de la Corona y los tirabuzones, algún lord Cayetano de Serrano o por ahí. Pero no, no se fía.
No sé qué podríamos buscarle a Begoña que no sea ni tan frío ni tan caliente, ni tan expuesto ni tan tenebroso, ni tan anglosajón ni tan carpetovetónico. Quizá ella misma podría citar a los jueces y fiscales en la Moncloa, bajo la autoridad de las panoplias del Estado, y allí, con mastín, meninas y pastitas, aclarar las cosas, como ocurría con sus patrocinadores y socios. O, digámoslo claro de una vez, quizá Begoña no debería estar sujeta a responsabilidad, como el rey, ella que es la reina de ese corazón desmayado de Sánchez y por tanto tiene algo de reina de España. Además, una reina con más funciones que llevar tiara o sujetar la cucharilla del postre, porque para salir en conversaciones sobre Air Europa hay que ser, por lo menos, musa o azafata.
Begoña, hada de la Moncloa que hacía sus negocios revoloteando por la casa como si hiciera tarta de manzana, se va a sentar en el banquillo, que tampoco es la horca ni el infierno sino simplemente ese escalón tan español en el que se han sentado cuñados del rey, ministros todopoderosos, millonarios del pelotazo, generalones de alcanfor, toreros de cojón bailón, futbolistas de inopia y estampita y tonadilleras de espinita y celosía. A quien más y a quien menos le ha tocado toparse con la justicia y, aunque algunos lo llevan con lagrimita, otros con despiste y otros con descaro, lo mejor sería llevarlo con dignidad, sobre todo en el caso de nuestros gobernantes. Pero no. Todavía se atreven a llamar acoso y lawfare a una investigación avalada por la Audiencia de Madrid sobre una mujer, a la sazón esposa del presidente del Gobierno, que se dedicaba nada menos que a la captación de fondos públicos y privados para sus cosas o las de otros usando personal, correos, perfumes y blasones de la Moncloa.
Yo no sé si a Begoña la condenarían los 12 hombres sin piedad de por allí o los 9 paisanos mirones de por aquí, ni sé qué pasará luego, aunque ellos hablan de Peinado no ya como un confabulador o un friki sino como un verdugo, como si no hubiera después un juicio y recursos. Por supuesto, ningún juez les gusta, ningún sistema les satisface, ni el tribunal kafkiano, ni el jurado cogido de la parada del bus ni, menos que nada, el pueblo llamado a las urnas. Sin duda, el sanchismo se da cuenta de que el sentido común no está de su lado, y la ley literal seguramente tampoco. Todo lo que no es impunidad es lawfare. Todo tiene que ser ya fachosfera, excepto el sotanillo y el pulmón de acero de Pedro. O es que ni Begoña ni su esposo tienen ya salvación.
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