Begoña Gómez, muda, embobada y como de jaboncillo, igual que la sirenita, desarma ella sola todas las conspiraciones. Una conspiración cuesta mucho trabajo construirla, que hay que meter muy forzada y apresuradamente, como muchas vedetes en un solo taxi, a jueces de charol, a periodistas taurinos o futboleros, a empresarios de servilletón como empresarios de los toros o del fútbol, y hasta a la gente que espera el autobús en Madrid para ir a un jurado o a un genocidio, que son tan malvados que van a los genocidios como a los toros de Carabanchel o al fútbol de Florentino. Como los escándalos de Sánchez no cesan, la conspiración ya no cabe en los taxis, ni en el Madrid de los taxis y los toreros en calesa, ni en la fachosfera que no deja de hincharse con sus entorchados como un globo de los Montgolfier. O sea que la conspiración ya es como un paisito dentro de España, como esos países de cuento que son un país de caramelo dentro de un país de castillos. Todo para que Begoña, sólo con sus correos y sus amistades, desinhibidos como los de la época galante,se cargue toda la fantasía.

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La conspiración requiere una arquitectura casi teológica, incluso con esos círculos concéntricos de serafines que son las jerarquías concéntricas de los tribunales. Lo que pasa es que, como ocurre con todas las teologías, se caen con un soplido de sentido común. Los correos de Begoña, las amistades de Begoña, los negocios de Begoña alrededor de las fuentes de la Moncloa como fuentes de Versalles, dejan poco espacio para la fantasía, para la imaginación y para la fe. Claro que uno siempre puede decidir creerse lo que quiera, también el mito de la sirenita (adaptación de los muchos mitos con ninfa acuática hechizada, boba y enamorada, más o menos alegoría y más o menos pescado) o incluso el mito del socialdemócrata. La verdad es que lo de Begoña, con su inglés increíble de folclórica y su carrera increíble de hada de los retruécanos de LinkedIn con orla de CCC, se podría llamar un milagro. Como las adjudicaciones a Barrabés, escritas en el viento o dictadas desde las nubes. Todo lo de Sánchez es un increíble milagro, desde su ascenso a su ceguera y a su inmortalidad. Pero uno es poco milagrero, sobre todo cuando al santo se le ven el cartón y el hueso, blanquísimos de cal, y a la sirenita se le ven los pinreles negros de fango o ceniza.

Uno tiene que querer creer mucho, hasta tragarse mitos eslavos o mitos españolísimos, como el del político santo, el ladrón benefactor o la suerte de Doña Manolita, para creerse a los Sánchez

Que uno ve más una pareja de trotaconventos que de reyes socialdemócratas como reyes católicos. Sacar la navaja de Occam, que es sólo de Aristóteles, es ya como sacar la faca de chispero, una vulgaridad, pero, de todas formas, una pareja de aguilillas resulta una explicación mucho más sencilla para todo (y ya van siendo 10 años de explicaciones milagreras) que la conspiración de tantos particulares, instituciones, tribunales y mitologías derechonas como mitologías micénicas. Sobre todo si los hechos están ahí, sin ningún pudor, mostrando los negocietes como negocietes, los enchufes como enchufes, las mordidas como mordidas, la fontanería como fontanería y el feldespato de sus caras como el feldespato de la corteza terrestre, siempre presente y siempre olvidado. A ver si las cosas van a ser, simplemente, lo que parece que son, y no hay milagro ni hay conspiración. O sea, que lo que hay es lo vemos, tan claramente como vemos una sardina sin confundirla con una sirena, o un sapo sin confundirlo con un príncipe.

Las cátedras, los patrocinios, los puestos de embajadora repentina como de Cenicienta azafata, las cartas de recomendación como de cura del pueblo y el ascenso de Barrabés como el de un torero de pueblo, el inspirado software rápidamente registrado como el invento españolísimo del chupachups, las recepciones en la Moncloa como una Cleopatra enguatada, la asesora de la Moncloa pidiendo dinero como si llevara el sello del zar… Todo esto, y más después de escuchar un par de minutos a Begoña Gómez, resulta que sólo se puede explicar con la conspiración ultra. Y qué decir de Sánchez. Las primarias con cortinilla, la hermandad del Peugeot, los poderes de Koldo, la mano derecha de Ábalos, la otra mano derecha de Cerdán, los misterios de Delcy, las bolsas en Ferraz, los viajes a Venezuela, los negocios de Zapatero, la fontanera Leire con licencia para extorsionar, el fiscal general con licencia para revelar secretos… Todo esto después de todo lo que ha ido haciendo o deshaciendo, diciendo o desdiciendo, arrancando o pudriendo Sánchez de sus palabras y de la propia democracia. Pues nada, esto sólo se explica con la conspiración ultra.

Uno tiene que creer mucho, o no creerse nada, para defender que todo esto es una conspiración contra una sirena y un ángel, en vez de, qué se yo, un nido de sinvergüenzas desde el principio. Uno no piensa tanto en el mito del mártir perseguido, ni siquiera en el de la sirena pescada, sino más bien en el mito del joven de cara bonita, labia y botines que quiere triunfar y firma el viejo pacto con el Diablo, que quizá se le ha acercado en Peugeot como otras veces se acerca batiendo alas de hule. El pacto es el de siempre, el éxito a cambio del alma (el alma es como la mordida de comisionista que se lleva el Diablo). El joven viene con novia alelada o lista, tan mediocre o más que él, y que acepta el anillo, el castillo, el tesoro y la maldición. Cada cual puede creer lo que quiera, lo que no se puede pretender es que nos traguemos que la conspiración universal tiene más sentido que lo que ven nuestros propios ojos. Quizá todo sería más fácil si Begoña, muda y estática como una dama de reclinatorio, no se cargara todas las conspiraciones sin más que sacar los papeles de sus negocios y pecados atados con cintita rosa. Sí, luego es mucho más difícil creer que en la Moncloa las veraneantes son sirenas y los vampiros son ángeles.

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