Mientras Sánchez, colgando de la tribuna del Congreso como una chaqueta grande en una percha, hablaba del "esperpento" del PP, el fiscal general del Estado y la fontanera quedaban unidos de tribunal a tribunal como por un puente levadizo. A Leire Díez la conocimos diciendo aquello de "necesito a Balas", con esa cosa que tiene ella de sheriff o de madre del sheriff, y resulta que allí estaba Balas, teniente coronel de la UCO, en el Supremo, declarando cómo se percibía en las conversaciones intervenidas "el dominio y la jerarquía" de la Fiscalía General y situando allí la filtración. El dominio en este caso no significa simple poderío jerárquico o folclórico (el fiscal general parece una tonadillera del sanchismo, con franela y caracolillo). El "dominio del hecho" es un concepto jurídico, que se refiere al control del hecho delictivo. El correo, o el tema del correo, lo mismo lo conocían 600 o no tantos, más tarde o más temprano, con más secreto o más hambre, pero el control, la decisión sobre el hecho, sobre la filtración, el qué, el cuándo, el cómo y sobre todo por qué y para qué, no dependía del bedel, del último fiscal del entresuelo ni del periodista con lamparón de mostaza en la corbata de paramecios pasada de moda. Balas, que llegó vivo, podía decirlo. De ahí la urgencia de su caza.

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Álvaro García Ortiz y Leire Díez parecían bailar sin tocarse, como dos patinadores, desde sus respectivos tribunales, que a lo mejor a esto no lo llama Sánchez esperpento porque parece más una escena de La La Land. Ya entendemos por qué era tan importante Balas, que ahora aparecía sobrevivido y un poco terrizo, casi con la sombra de la horca en el cuello (me he acordado también de Cometieron dos errores). Pero no sólo Balas salía del espagueti western o la comedia con gánster de Leire (Balas sobre el fiscal general, claro) y se colaba en la película de juicios de Ortiz, sino que el fiscal general salía también de su propia película de Imperio Argentina para colarse en la película de psicofonías de Leire. En el famoso audio de tres horas de Stampa, casi con entreacto, y en el que la madre del sheriff se explica y explaya como todas las madres, también aparece el fiscal general. Y aparece como uno de los jefes enterados y por enterarse de las andanzas y cabalgadas de la fontanera de pistolas humeantes, aunque, eso sí, por arriba estaba Bolaños, el teleñeco, y "el máximo", que por cierto me parece muy apropiado para un césar. Yo creo que esto es casi bello, esta sincronía, este entrelazamiento, este orden, esta intención. 

Mientras Sánchez, como el fantasma de la ópera, sonaba a fonógrafo en el Congreso y pretendía adornar de romanticismo y góndolas las cloacas, el fiscal general, desvestido de sus ropajes, como un bebé desvestido, declaraba sin decir nada y sin contestar más que a su defensa (la fiscalía, para que vean ustedes el despropósito, esta vez forma parte de la defensa). No creo que Ortiz se defendiera muy bien, o quizá no se defendió nada, que eso de soltar como explicación y parapeto los bulos de unos y las malas intenciones de otros no sirve ante los jueces, sólo ante las tertulias (ya decía yo ayer que se trata de hacer un juicio televisivo, como si fuera a Kiko Rivera, porque se espera más la sentencia de las comadres que del Supremo). Lo que me pareció más impactante de la declaración fue eso de que "no coge llamadas", como el que no lleva pistola. Pero, insisto, la verdad judicial no es la literatura romántica de unos ni de otros, ni siquiera mi literatura a vuelapluma. Sin embargo, uno no puede evitar pensar que, en este sistema perfecto e implacable del sanchismo, en el que son posibles Leire con lazo de rodeo y el fiscal general luchando por el "relato" político, lo difícil o lo increíble es que lo que parece no sea.

Mientras Sánchez, como el fantasma de la ópera, sonaba a fonógrafo en el Congreso y pretendía adornar de romanticismo y góndolas las cloacas, el fiscal general, desvestido de sus ropajes, como un bebé desvestido, declaraba sin decir nada y sin contestar más que a su defensa

Sánchez, estampado en la tribuna del Congreso como el coyote del correcaminos, hablaba de "esperpento" del PP, y de mordidas y corrupciones tan cercanas que no le tocaban (él, para pasear en el Peugeot y pasear por la corrupción, usa escafandra, como viajando por un planeta venenoso). Mientras, el sanchismo parecía sonar por todos los tribunales como campanas de Roma. "Esperpento", esa palabra ramajo, ya ven, teniendo el presidente a Ábalos y sus putas cantareras, a Koldo y sus chistorras con regüeldo, como Sangonereta (Cañas y barro), a Cerdán con su cosa de alunicero del PSOE, a Leire y sus cartucheras con flecos, al fiscal general devorado por el pánico y el apremio como por el ganchillo de sus puñetas o canastillas, al hermano lírico como una esposa sin talento de Charles Foster Kane, y a la esposa sin talento como una esposa sin talento… Sí, pero yo creo que por encima de este feísmo grotesco está la belleza sublime de la armonía y de la intención.

Sánchez, en la tribuna del Congreso, como un cristo ahorcado, delgado y fuera de lugar, decía lo de siempre y respiraba como siempre, sin respirar, que ni eso necesita ya, menos a Puigdemont, y menos todavía, diría ya también, la absolución de unos jueces a los que, como los antisistema, los indepes o los etarras, no les reconoce legitimidad. Mientras, fuera, de un tribunal a otro como de una cúpula a otra, como un rayo, Leire y Ortiz se comunicaban o se fundían en sus causas, procesos, destinos o esencias. Los personajes se encuentran o intercambian, las historias se enredan o desenredan, pero todo tiene sentido. El sanchismo es en sí mismo la refutación de todas las casualidades, el triunfo de la pura voluntad, sintagma de horripilante sonoridad pero perfecto encaje en este caso. No es que lo que parezca sea, es que lo que es necesario se hará. Y, por supuesto, cuando vemos que lo necesario se ha hecho, parece evidente quién ha sido. Uno no pretende que esto sirva en los tribunales, sólo en esta literatura con prisas (el periodismo es prisa, no apostolado) y, eso sí, en la memoria y en las urnas.

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