En el saloncito de la Moncloa donde se hizo la entrevista, Sánchez parecía una mosca en una telaraña. Quizá era el suelo, su diseño, esas líneas irregulares que resultaban frágiles o pegajosas, algo entre la seda y el hielo cuarteado, entre el precipicio y la flor carnívora. O eran los movimientos de Sánchez, ese espasmo como de membrana que tienen ya su cara y sus ojos, como si fueran branquias agonizantes. Allí, como en un trapecio sobre el vacío, Gemma Nierga no hizo mala entrevista, aunque Sánchez hace mucho que ya no es un sujeto para el periodismo, sino para la ciencia. Quiero decir que lo que contesta Sánchez no conduce a ningún tipo de información útil sobre nada, sólo lo miramos como una víscera pulsante, como una colmena espumante, admirando el milagro, la fragilidad y la repulsión de lo vivo cuando está así, descarnado, viscoso, múltiple, sobreviviendo en su puridad biológica, salvaje, trémula, salpicante. De Ábalos dijo que “desde el punto de vista personal, era un gran desconocido”, cosa que me parece normal. No nos puede sorprender, asustar ni indignar que niegue a Ábalos quien se ha negado muchas veces a sí mismo. No sé qué pretendemos preguntándole cosas a alguien capaz de hacer esto, y mucho más, sin que apenas se le note un  fugaz temblor como en un tercer párpado.

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Sánchez puede decir que Ábalos era un desconocido, como pudo decir que la moción de censura contra Rajoy sólo era para convocar elecciones, o que con Bildu no iba a pactar, o que no dormiría por las noches con Podemos en la otra litera, o que iba a traer a Puigdemont para ser juzgado, o que lo del procés era claramente un delito de rebelión, o que no habría amnistía porque es anticonstitucional y de todas formas no la concedería a cambio de la investidura, o que lo de Delcy fue un encuentro casual, o que el fiscal general es inocente... O tantas otras cosas que dijo y sigue diciendo y que sólo podemos analizar como meras emanaciones gaseosas, a ver el vapor de agua, el dióxido de carbono o el ácido cianhídrico que contienen (el poquito de cianuro, que diría la fiscal Pilar Rodríguez). La anomalía que es Sánchez no es ya política sino científica. Es como contemplar a un tardígrado, en su maravilla y en su fealdad, ese bicho que puede sobrevivir en el espacio, o varios años congelado, que soporta la radiación y la deshidratación extremas, y no deja de parecer un peluche o un gusiluz, como Sánchez en sus entrevistas, ese peluche o gusiluz socialdemócrata.

Parece imposible que alguien así continúe no ya como presidente del Gobierno sino como algo más que un apestado político y social

Lo interesante no es lo que dice Sánchez, que nada de lo que dice puede ser ya creído, siquiera oído, que es como ruido blanco, como oleaje o burbujeo de tetera. Lo interesante es su existencia. A Sánchez habría que entrevistarlo como a un viajero del tiempo o a un ángel, preguntándole, antes que nada, cuál es la desconocida física que lo hace posible. Lo demás es como enchufar la aspiradora o destapar al loro. Sánchez lo niega todo, no sabe nada, no conoce a nadie, y eso que es el más listo (un killer, dicen) en esta política nuestra en la que sólo los listos o listillos medran. Sánchez no sabe nada, ni siquiera cómo sigue ahí, sólo flota como los tardígrados en su microcosmos, como las moscas de nuestros ojos, como los espectros con camisón, todo extraordinario y un poco aterrador. Sánchez es ese ser que ha mentido en todo o casi todo, que no ha dejado afirmación sin desdecir ni promesa sin romper, que no ha dejado intacto ningún principio ético ni ideológico, que no tiene mayoría en el Congreso, que no presenta presupuestos, que no puede legislar, que tiene imputado o en chirona a todo su entorno íntimo, sea político o familiar, que afirma que la ley y la justicia son una conspiración de fachas, y que, después de todo esto, y de revelarse como mentiroso irredento y ambicioso sin escrúpulos, aún sigue dando discursos y lecciones, incluso en el alambre o en la telaraña, a medio caer o a medio digerir.

A Sánchez ya hay que mirarlo científicamente, más allá ya de la sorpresa o de la sospecha, como si fuera un ornitorrinco, o más allá de nuestro conocimiento o nuestro miedo, como si fuera un alien con mandíbulas como guadañas. Parece imposible que alguien así continúe no ya como presidente del Gobierno sino como algo más que un apestado político y social. Pero esa física o biología increíble que hace posible a Sánchez, me temo que es, simplemente, España. La España cainita, trapera, baratera, vaga, enchufada, sinvergüenza, pelota, vengativa, fanática, ignorante, interesada y holgona, o una pez apestosa hecha de un poco de todo eso. Sánchez no conoce a nadie, pero todos lo conocemos a él. Nadie, ni los que lo defienden, lo pueden creer porque, simplemente, ya no queda nada que creerle, ya se ha desdicho y rebatido varias veces, incluso circularmente. Pero Sánchez, en realidad, resiste no por él, por su fisiología o por su voluntad. Resiste porque lo sostienen, y lo sostienen muchos, desde su propio partido y sus socios con mano de cazo a la prensa del Movimiento, arrastrada, aceitosa y curil. Ésa es la verdadera maravilla científica o sociológica.

En el saloncito, que por lo visto es para el café de los ministros y tenía ciertamente una pendiente o una anisotropía de vórtice o sumidero de sobras y aguachirle; allí, entre cuadros como electrocutados, cuadros de hospital como el ozono de hospital, Sánchez parecía una mosca en la telaraña o un hombre rana a punto de ser devorado por el Kraken, con sus convulsiones de supervivencia, con su aleteo mojado. Ya se le va notando algo más que la vida o la verdad se le escapan como por un esfínter, es como si estuviera mudando de piel o de élitros. Sánchez ya no es esa máscara de hielo que era antes, es más esa máscara blanda de carne y hueso mortales, con grima de tripofobia. En todo caso, él no sabe nada, no conoce a nadie, y vamos a tener que dejar de hablar de él, de preguntarle a él, porque no puede aportarnos ninguna información, ni siquiera acerca de su propia existencia. Vamos a tener que empezar a mirar a otros, a los que lo mantienen, lo defienden, lo protegen, lo compran y lo venden. No puede ser simplemente que lo prefieran a la derecha o derechona, porque el PSOE tendría más posibilidades con cualquier otro al frente y eso aún es posible. Tiene que ser otra cosa. Quizá, sin más, esa España que es pasta, aborregamiento y bostezo. Y a los de ahí ya los vamos conociendo tan bien como a Sánchez.

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