Hay algo aún peor que el comportamiento obsceno y aberrante de Francisco (Paco) Salazar. Me refiero a la forma en la que Moncloa y la cúpula del PSOE le han protegido. Un encubrimiento cómplice, cuyo máximo responsable no puede ser otro que el presidente del Gobierno.
Paco era –es– uno de los suyos. Uno de los que le ayudó en 2017 a recuperar el poder en un PSOE roto, cuyo Comité Federal había decidido por mayoría, en decisión insólita, destituir a su secretario general en octubre de 2016. Paco era un hombre de Francisco Toscano, el histórico socialista que ocupó la alcaldía de Dos Hermanas durante casi 40 años, y que fue uno de los primeros en apuntarse a la aventura de los cuatro del Peugeot. En Dos Hermanas fue donde celebró Pedro Sánchez uno de sus primeros mítines en la remontada que le llevaría a ganar las primarias a la favorita del aparato, Susana Díaz.
Perito agrícola, aunque luego se licenció en Políticas por la UNED, Paco Salazar (Montellano, 1968) supo aproximarse al círculo íntimo del que luego, tras la moción de censura de mayo de 2018, se convertiría en presidente del Gobierno. Paco es un buen analista, con olfato, pegado al terreno, un socialista nacido para la fontanería, que hizo buenas migas con el fichaje estrella de Sánchez en su primer gobierno: Iván Redondo. Era una mezcla perfecta: la sabiduría popular y la política de laboratorio.
Cuando Redondo trató de ascender a ministro de la Presidencia, queriendo dar el salto definitivo desde su puesto como jefe de Gabinete para tener aún más poder del que ya le había dado Pedro Sánchez, se encendieron las luces de alarma. José Miguel Contreras y Miguel Barroso –ya fallecido– se encargaron en una comida de pararle los pies al ambicioso donostiarra. En ese almuerzo había un cuarto comensal: Paco.
Redondo salió escaldado del Gobierno y Salazar fue expulsado de Moncloa, bien es verdad que a un puesto cómodo y cercano. Se le nombró presidente del Hipódromo de la Zarzuela. Era la manera de decirle, te has pasado, pero no te vamos a dejar tirado, porque, a diferencia de Redondo, tú si eres uno de los nuestros.
Tras su dimisión en julio, Salazar no hizo ninguna declaración, ni siquiera para defenderse. Al poco tiempo ya tenía un despacho de asesoría cerca de Ferraz
No pasó mucho tiempo hasta que el presidente recuperó como director de Análisis y Estudios del Gabinete de Presidencia de Gobierno a Paco, que quedó así plenamente integrado en la sala de máquinas de la fontanería monclovita. Él solía utilizar esa imagen: "El Gobierno es como un barco: unos están arriba, en la cubierta, luciendo sus uniformes blancos; pero yo estoy abajo, en la sala de máquinas, con un mono azul, pero soy el que hace que el buque se mueva".
Su vuelta a Moncloa fue interpretada por los hombres del presidente como una prueba de que Sánchez confiaba en él plenamente. Tanto que, a no ser por una interesada filtración, Salazar se hubiera convertido en miembro del aparato colegiado de la Secretaría de Organización del PSOE que sustituiría al defenestrado Santos Cerdán.
Paco, resucitado, se sentía seguro, poderoso, intocable. Y por eso no se molestaba en disimular su machismo ramplón. Es más, lo exhibía, haciendo bromas pesadas a las mujeres jóvenes que trabajaban a su lado, y a las que él mismo llamaba "las chicas de Paco".
¿Cuántos de sus compañeros fueron testigos de su comportamiento zafio? ¿Cuántos le rieron sus vomitivas gracias? Pero, ¡ojo!, Paco era así, no había que tenérselo en cuenta.
Llegamos al fatídico 4 de julio, un día antes de que se celebrara el Comité Federal en el que Paco iba a ascender a la cúpula del partido, convirtiéndose en el nexo entre Moncloa y el PSOE, algo que había sido Ábalos, pero no Cerdán, que nunca llegó a detentar un cargo en el palacio presidencial.
En un periódico cercano, muy cercano al Gobierno como es elDiario.es, se publicaron unas denuncias anónimas de mujeres que hablaban de acoso por parte de Salazar. Probablemente, las denunciantes recurrieron a Adriana Lastra, la ex vicesecretaria general del PSOE que, tras la caída de Cerdán, criticó públicamente al ex secretario de Organización, en esos momentos en prisión provisional, por su acoso laboral y porque le había hecho la vida imposible. Lastra era quizás la victima más relevante de un grupo reducido pero con mucho poder, los intocables del Peugeot.
El escándalo provocó la dimisión de Salazar. El sevillano no hizo ninguna declaración. Ni siquiera para defenderse. Se mantuvo en silencio y, al poco tiempo, ya tenía un despacho de asesoría, a poco más de medio kilómetro de la sede de Ferraz, al que bautizó como Sala Rodríguez (él se apellida Salazar Rodríguez). Como ven tampoco le echó mucha imaginación, no hacía falta. Porque a ese despacho algunos dirigentes del PSOE le hicieron encargos desde que comenzó su actividad. Fuentes bien informadas aseguran que Paco ha seguido hablando con el presidente.
Tras la polvareda, el escándalo se enterró. Una de las denunciantes presentó sus quejas en el canal interno del PSOE el 8 de julio, relatando "situaciones humillantes". La segunda, lo hizo el 28 de julio, contando, entre otras cosas, la escenificación de una felación.
Poco después del almuerzo entre Salazar y Pilar Alegría las denuncias de acoso desaparecieron del canal interno del PSOE
Ninguna de ellas hizo las denuncias en su lugar de trabajo, el Palacio de la Moncloa. La explicación la refiere esta segunda en su denuncia: "No me transmite la seguridad de que no vaya a tener consecuencias". Es decir, la razón por la que no denunciaron en Moncloa es el miedo a las represalias.
Esas denuncias no han sido conocidas hasta que de nuevo elDiario.es las hizo públicas hace unos días.
Los medios, ya se sabe, vivimos con la lengua fuera, la actualidad es tan frenética que a veces unos asuntos se tapan a otros y nadie se acuerda de lo que ocurrió hace unas semanas. Hasta que...
Para sorpresa de todos los no metidos en el ajo, Salazar fue sorprendido en un almuerzo con la portavoz del Gobierno, Pilar Alegría, el pasado 3 de noviembre en un restaurante italiano cercano al Congreso. Recordemos que, cuando estalló el escándalo a principios de julio, Alegría definió a Salazar como "un compañero absolutamente íntegro".
Pues bien, pocos días después de ese amigable almuerzo las denuncias por acoso desaparecieron del canal interno del PSOE. Cuando se supo la noticia, la respuesta de la nueva secretaria de Organización, Rebeca Torró, fue que Paco ya no era militante del partido (había dimitido, ¡oh casualidad!, unos días antes, cuando los periodistas llamaron a Ferraz para preguntar por el caso) y que, por tanto, el expediente había decaído. Luego Ferraz rectificó y atribuyó el borrado a un fallo informático, algo que calificó como "ofuscación del sistema" (no se rían, es así como lo han llamado).
Algunas feministas del PSOE, además de Lastra, o la portavoz en el Congreso, Andrea Fernández, mostraron su cabreo ante lo que estaba ocurriendo, lo que provocó una reunión telemática el pasado miércoles convocada por la responsable de Igualdad del PSOE, Pilar Bernabé (que compagina su cargo con la delegación del Gobierno en la Comunidad Valenciana). La reunión con las responsables de Igualad de otras federaciones terminó mal, muy mal. Sobre todo, por la pretensión de Bernabé de mantener un pacto de silencio en torno al caso. Curiosamente, a esa cumbre no asistió la secretaria de Organización del partido, Torró (Onteniente, 1981), que fue propuesta para el cargo por el propio Salazar y sigue manteniendo con él una relación cercana.
Pese a que Ferraz ha asegurado que el Comité anti-acoso del partido sigue estudiando el caso, el PSOE se ha negado, de momento, a llevar las denuncias a la Fiscalía.
En la reciente historia del PSOE, y mira que ya hemos visto cosas, no se había producido hasta ahora un caso tan claro de encubrimiento de un comportamiento tan claramente machista, tan alejado de los principios que el partido dice defender, y tan dañino electoralmente. Sólo hay una explicación para ello: a Paco hay que protegerlo. Sabe demasiado.
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