Año de sombras. La política se ha tensado hasta límites desconocidos hasta ahora. El presidente del Gobierno, cada vez más solo, pero garantizando desde Moncloa reparto de premios y prebendas a los que le sirven de parapeto, ha hecho de la resistencia -resiliencia diría él— la razón última de ser de su mandato.

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Le ayuda en su causa numantina una situación económica de aparente solidez, con crecimiento de PIB y empleo, pero con empobrecimiento de las clases medias y aumento desorbitado del gasto público. Un país que va "como un cohete", como dice Pedro Sánchez, pero en el que los jóvenes no se pueden comprar una vivienda o donde se achica la renta per cápita. La burbuja crece sobre la base del endeudamiento y la llegada de fondos europeos. Pero, como ya sabemos por experiencia, toda burbuja tiene a explotar cuando alcanza su máxima expansión. Estamos llegando a ese punto. Tic, tac, tic, tac.

Le ayuda también una derecha desunida. Vox hace anti política y el PP sigue sin despegarse en los sondeos. Feijóo ganaría, si, pero necesitaría imperiosamente el apoyo de Abascal. Sánchez encuentra en el auge de la ultraderecha la excusa perfecta para defender su continuidad: yo o el desastre, Sumar, ERC, Bildu, PNV… le compran la mercancía. No porque se la creen, sino porque a Sánchez, piensan, se le puede sacar más que a Feijóo. La política ha devenido en mercadeo. Lo que antes daba un poco de vergüenza, ahora es motivo de orgullo.

Afortunadamente, nos queda la UCO y el Tribunal Supremo, dos bastiones que, por ahora, no han sucumbido al empuje de esta nueva normalidad

Sacarle cosas al gobierno es sacarle cosas al resto de los españoles que no participan del saqueo. Pero en eso estamos, la política del cambalache.

En ese contexto farragoso, la corrupción ha ido minando al presidente, pero sin derrumbarle todavía. Recordemos que Sánchez asumió la presidencia tras una moción de censura que se hizo para limpiar España y las instituciones. Ahora, el presidente ve como normal que dos secretarios de Organización del PSOE nombrados por él estén imputados por graves delitos de corrupción. Dice, sin avergonzarse, que no sabía nada de la "cotidianidad" de sus colaboradores.

Cuando fue él quien fustigó a Rajoy por no haber sabido meter en cintura al tesorero del PP Luis Bárcenas. Lo dice él, que echó a Ábalos del Grupo Parlamentario Socialista, antes incluso de estar imputado, por su responsabilidad in vigilando al nombrar a Koldo García como su asistente para todo.

Argumenta el presidente que hay "una campaña" contra él y su familia. Considera que es normal que su esposa haga negocios a la sombra de Moncloa o que a su hermano se le confeccione un puesto de trabajo ad hoc en la diputación de Badajoz. Estamos ante una "nueva normalidad" (término inventado por Iván Redondo tras el Covid) que consiste en considerar normal todo lo que hace el presidente y su entorno y bulo todo lo que supone cuestionar su honorabilidad o la de su entorno.

Así las cosas, el Estado de Derecho se va quedando en los huesos. Cada vez. más debilitado por la subversión de los valores morales y éticos que debe preservar toda sociedad que pretenda hacer compatible la democracia con la convivencia.

Afortunadamente, nos queda la UCO (Guardia Ci-vil) y el Tribunal Supremo, dos bastiones que, por ahora, no han sucumbido al empuje de esta nueva normalidad que está transformando el Estado de Derecho en una autocracia con elecciones.

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