La repercusión que ha tenido la irrupción de Felipe González, que ha acusado a Pedro Sánchez de haberle engañado sobre su voluntad de abstenerse en la segunda votación de investidura, es la prueba más evidente de la crisis de liderazgo que vive el PSOE. Es como si la oposición al secretario general hubiera estado esperando la aparición de un catalizador, de un redentor, dado que, hasta el momento, nadie en el partido se ha presentado como alternativa, a pesar de que todos los ojos miran hacia la presidenta de la Junta de Andalucía.

González ha sido uno de los políticos más importantes de España desde la muerte de Franco. Pero dejó de ser presidente del gobierno en 1996 y, desde entonces, se ha dedicado a labores de asesoramiento y a dar conferencias por todo el mundo. Si su partido no estuviera en una situación tan calamitosa, su opinión tendría un valor casi simbólico, pero estaría muy lejos de provocar el terremoto que su entrevista en la Cadena Ser ha causado. Es una anomalía que revela la profundidad de los males que aquejan al Partido Socialista.

A ningún demócrata debería alegrarle que el PSOE pueda estar en peligro de derrumbarse o dividirse. Los socialistas han sido un pilar básico de nuestra democracia y deben seguir cumpliendo ese papel. El único beneficiario de la debacle sería el populismo de Podemos, cuyas propuestas rayan la insensatez.

La crisis del PSOE no es sólo producto de la gestión de Pedro Sánchez, si bien éste no ha hecho sino ahondarla. La segunda mitad de la legislatura de Rodríguez Zapatero, marcada por una durísima recesión económica, y el periodo en el que Pérez Rubalcaba se hizo con las riendas del partido componen el marco de desorientación política que le ha llevado a perder casi cinco millones de votos y, lo que es casi más grave, su papel como referente de la izquierda.

La falta de alternativas claras a las propuestas de la derecha es un mal que aqueja a toda la socialdemocracia europea. Pero en España esa enfermedad ha coincidido con un liderazgo débil.

Sánchez no lo ha tenido fácil. Casi desde el principio de su mandato, hace poco más de dos años, ha tenido que lidiar con una dura oposición interna, a veces silenciosa, otras alborotada.

Pero no ha sabido crear consensos, alianzas internas para consolidarse en la secretaría general. Bien al contrario, se ha rodeado de fieles y ha roto todo contacto con poderosos dirigentes de su organización, como Fernández Vara, García Page y, por supuesto, Susana Díaz.

Pedro Sánchez afronta una difícil situación tras la dimisión de 17 miembros de la Ejecutiva pero, según ha declarado César Luena, el secretario general está a decidido a convocar un Comité Federal y un Congreso Extraordinario, lo que causó el estupor de los críticos, que pretenden la constitución de una gestora. Está en su derecho de presentar batalla, pero ¿qué logrará si consigue mantener un pulso que podría acabar en los tribunales? ¿Cuál será el futuro de un PSOE fracturado?

En estos momentos, todos los dirigentes del PSOE, tanto Sánchez como Susana Díaz, deben pensar en qué es lo mejor para el partido. Y esa decisión no se puede desligar de la posición respecto a qué es lo mejor para España.

El PSOE debería hacer todo lo posible para evitar unas nuevas elecciones que, en todo caso, no le serían propicias. Abstenerse en una nueva investidura no es regalarle nada a Rajoy. Tiene que convertirse en el partido líder de la oposición y poner en marcha, a cambio de su abstención, algunas de sus más valiosas propuestas.

Desde la oposición, el PSOE tiene que recomponerse. Naturalmente, tiene que hacer un Congreso, pero no con el prisma de solventar una disputa por el poder, sino con el objetivo de rearmarse ideológicamente. Sánchez tiene la legitimidad para dar la batalla y, si logra el apoyo de la militancia, revalidarse en la secretaría general.

Nadie, en esta pugna a veces poco ejemplar, puede dar lecciones. Ni Sánchez es el malo de esta historia, ni los opositores son los salvadores del partido. Lo que espera la sociedad del PSOE es que vuelva a ser un partido grande y digno de confianza. De sus dirigentes depende que esto vuelva a ser así.