Ya ha empezado la segunda vuelta de las elecciones en Francia. Los dos candidatos clasificados esbozan su discurso para la final de la competición. Para el centrista Emmanuel Macron y sus apoyos, la democracia abierta hace frente a la división y la xenofobia. Para la eurófoba y ultranacionalista Marine Le Pen, los franceses tienen que decidir entre “la mundialización salvaje” y “la protección de las fronteras”. Las dos versiones tienen elementos de verdad. Pero quien imponga su relato obtendrá la victoria.

Los adversarios de Le Pen tienen razón cuando la presentan como la heredera de una extrema derecha xenófoba. El Frente Nacional (FN), fundado por el padre de Marine, Jean-Marie Le Pen, ha limpiado, bajo la batuta  de la hija, los elementos más abiertamente racistas de su discurso y de su equipo. Ha dado una importancia inédita a la protección social de las víctimas de la crisis económica. Pero sigue utilizando y alimentando el miedo al otro como principal elemento de diferenciación programática.

Le Pen tiene razones para presentar a Macron como el campeón del liberalismo. François Hollande reclutó al ex banquero de Rothschild como ministro de Economía. Macron cumplió su misión: liberalizó sectores de la economía e impulsó una reforma laboral aplaudida por las empresas y denostada por los sindicatos. Paradójicamente, el ejercicio del poder por parte de Macron puso a ese desconocido en órbita presidencial… mientras empujaba al presidente en ejercicio hacia el abismo de la impopularidad.

Le Pen tiene razones para presentar a Macron como el campeón del liberalismo

Ahora bien, el combate de los relatos no es, a primera vista, nada equilibrado. Con el “demócrata” o el “republicano” Macron están todos. O, si no están con él, al menos están contra ella, contra la “extremista”, la “xenófoba”, la “divisora”, la del “marasmo económico”. El candidato que llegó tercero, François Fillon (Los Republicanos, derecha), dijo que votaría a Macron porque Le Pen sólo podía traer “la desgracia y la división”.

El otro representante de un partido histórico en vías de implosión, Benoit Hamon (Partido Socialista), llamó a votar a Macron porque, “aunque no es de izquierdas”, hay que diferenciar “entre un adversario político y la enemiga de la democracia”.

Sólo uno se niega a dar una dirección de voto, Jean-Luc Mélenchon (Francia Insumisa, izquierda radical), que quiere someter la decisión al voto de sus bases. Ocurre que, entre los grandes candidatos, Mélenchon es, junto a Le Pen, el más alejado del liberalismo económico.

Le Pen se encuentra muy sola cuando describe a Macron como el diablo de la globalización liberal. Nadie fuera del Frente Nacional pide votar a Le Pen. Con todo, su soledad en el escenario oficial no se corresponde exactamente con el voto de los franceses. La mitad de los electores ha votado a favor de más protección frente al mercado liberal y abierto a todas las economías. A los de Le Pen se suman los de Mélenchon, una parte de los de Hamon, el candidato más a la izquierda del PS desde François Mitterrand, y los de varios pequeños candidatos.

La mitad de los electores ha votado a favor de más protección frente al mercado liberal

Francia inventó los conceptos de izquierda y de derecha, cuando, durante la revolución de 1789, los diputados se colocaron en uno u otro lado del hemiciclo según sus afinidades ideológicas. Pero en este mismo país tenemos ahora a una candidata que no se considera “ni de izquierdas, ni de derechas”, y a otro que defiende medidas de izquierdas “y a la vez” (un tic verbal que reivindica) medidas de derechas.

A esta división tradicional izquierda/derecha se añade ahora un eje liberalismo/proteccionismo. Ya lo hemos visto en acción, de forma espectacular, en Estados Unidos y en el Reino Unido.

Por un lado, el candidato, de aspecto correcto y amable, de formación inmejorable, que alaba los beneficios de la globalización liberal. Por otro, la candidata agresiva y antisistema, que defiende las ventajas de la frontera. Aquí, el preferido de las clases acomodadas y diplomadas. Allá la campeona de los obreros y las víctimas de la crisis.

En Estados Unidos y en el Reino Unido ganaron los proteccionistas. Esa es la gran base de Le Pen. Pero ella tiene una dificultad añadida: su incapacidad para sumar electores en segunda vuelta por el tabú moral de votar al Frente Nacional, una marca electoral manchada por la historia de la extrema derecha.

Marine Le Pen ha empezado a “desdiabolizar” el FN. La cuestión de saber si los cuernos y el rabo han desaparecido para una mayoría de los electores es la clave de esta segunda vuelta.

A los partidos tradicionales les quedan ahora la tercera y cuarta vueltas, es decir, las legislativas

Ya han arrancado la tercera y cuarta vueltas. Es decir, las elecciones legislativas, que tendrán lugar los 11 y 18 de junio. Es lo que queda a Los Republicanos (LR) y el Partido Socialista (PS), encarnaciones de las dos grandes corrientes políticas que han gobernado Francia desde la fundación de la V República en 1958.

Es lo único que les queda. Parece un premio de consolación tras su espectacular derrota, pero tener un partido histórico y estructurado, cuando el próximo presidente no lo tendrá, puede ser una base de mucho peso.

Pese a su larga trayectoria, el Frente Nacional es un partido que aún carece de experiencia en el ejercicio del poder. De En Marche, el movimiento creado hace apenas un año por Macron, los franceses no conocen ni al número dos.

Macron planea investir a candidatos de “la sociedad civil”, recurriendo al voto de las bases. Un proceso muy complicado con tan poco tiempo. Confiar en 577 desconocidos para cubrir las circunscripciones de la Asamblea nacional es un riesgo muy alto. Ya lo saben en España los “nuevos partidos”, que tuvieron que excluir o investigar a algunos de sus responsables locales.

Los más pragmáticos dentro de los partidos tradicionales se plantean utilizar ese handicap del centrista en beneficio propio. Por mucha renovación que predique, Macron necesita a profesionales. En Marche no los tiene, LR y PS se lo pueden proveer, y negociar el precio.

Este lunes los grandes partidos reunirán a sus órganos de dirección. Tendrán que zanjar rápidamente la cuestión del liderazgo. Algunos ya han empezado a cargar contra su propio candidato en los platós de televisión. Vae Victis. Pero los dos -¡aún!- grandes partidos también tendrán que fijar urgentemente su estrategia para las legislativas.

Para ellos, socialistas y conservadores es cuestión de vida o muerte. Para Francia, será la clave de su política en los próximos cinco años.

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Mathieu de Taillac es corresponsal en España de Le Figaro y Radio France.