Compartir café y extensa conversación con un profesional de la comunicación como Manuel Campo Vidal, impresiona. Y mucho. Créanme que no es una frase hecha. Ya de entrada, saber por donde empezar a sintetizar -siquiera sea sucintamente- su currículum, es todo un reto. Incluso para mí, que llevo más de veinticinco años trabajando con miles de ellos. ¿Debería comenzar por decir que ha presentado y dirigido más de dos mil informativos a lo largo de estas últimas décadas? O tal vez debiera arrancar recordando que su nombre está inscrito ya, con letras de oro, en la historia de la televisión en España, por ser quien introdujo en nuestro país la americana tradición de los debates electorales. Suya fue la iniciativa y suyo el honor de haber moderado el primero de ellos, en 1993, entre el entonces presidente del Gobierno, Felipe González, y el aspirante, un joven José María Aznar.

Campo Vidal es hombre de tono y dicción elegantes, moldeadas tras miles de horas de directo. De mirada tranquila, penetrante e indubitablemente analítica y gestos cortos y rápidos, propios de quien está acostumbrado a liderar equipos de trabajo de los que han salido grandes profesionales del periodismo español. Su rostro y su voz se popularizaron en los telediarios de TVE y en Hora 25, de la Cadena SER. Posteriormente ha sido Director General y Vicepresidente de Antena 3 TV y fundador y Presidente de Audiovisual Sport. Hoy, es Presidente de la Academia de las Ciencias y las Artes de la Televisión en España, Consejero Delegado de Lua Multimedia, Director del Instituto de Comunicación Empresarial y Presidente y Profesor de Next International Business School. Es Doctor en Sociología -tras
cursar estudios en París- y Economía Aplicada por la Universidad Complutense, Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona e Ingeniero Técnico de Telecomunicaciones. Hoy, nos ofrece su visión sobre la comunicación en España y el apasionante momento político que nos toca vivir.

Pregunta.- Acaba usted de publicar un nuevo libro en RBA bajo el sugerente título: Eres lo que comunicas. Los diez mandamientos del buen comunicador. ¿Comunicamos tan mal?

Respuesta.- En España y en el mundo latino comunicamos menos bien que en el anglosajón por la sencilla razón de que, en nuestro sistema educativo, no estuvo presente la comunicación personal. No salíamos a la pizarra como ellos, apenas había exámenes orales... y tenemos una circunstancia que lo prueba: tenemos unos médicos, unos científicos, unos ingenieros que hacen cosas espectaculares en el mundo, pero salvo raras excepciones, cuando esos profesionales intervienen en congresos, o en televisión, o en entrevistas en cualquier otro medio, su excelencia comunicativa no está a la altura de su excelencia profesional.

P.- ¿Por qué ocurre eso?

R.- Porque hay un problema de origen. Existe una falta de formación en comunicación desde la escuela primaria hasta la universidad. Ni siquiera en las facultades de Periodismo, o en las de derecho, hay una mínima formación en oratoria. A ello hay que añadir que, esta sociedad, no le concede a la comunicación la importancia debida. Cada vez más, pero no lo suficiente aún, a diferencia de lo que ocurre en el Reino Unido o en otros países.

P.- Tan es así que, dice usted en su libro, y desde mi experiencia como headhunter desde hace más de veinticinco años asesorando a grandes empresas estoy absolutamente de acuerdo con ello, que buena parte del éxito de una corporación tiene que ver con la capacidad y con la eficacia en esta materia por parte de sus máximos responsables.

R.- El valor percibido de una empresa está en relación con la capacidad comunicativa de sus líderes. Pero no solo vale para ellos. Esto mismo sirve para una sección determinada dentro de una empresa. Nosotros nos hemos dado cuenta, en las distintas empresas en las que hemos trabajado, de que, una cosa es la realidad y otra la percepción de la realidad. De forma que, aunque exista una realidad solvente a todos los efectos, es necesario que los demás perciban que eso es así a todos los efectos. Y si esto no lo hacemos bien, los otros -aunque no sea cierto- tendrán una percepción de que lo que hacemos o lo que vendemos es mediocre.

P.- Explica usted también en su libro en qué forma, en nuestro país sin ir más lejos, nos enseñan a leer y a escribir, por supuesto... e incluso, más recientemente, a hablar en público. Pero no a escuchar.

R.- Sí, pero debemos tomar nota de que los grandes... ¡escuchan! Y si Obama obtuvo su: Yes we can de una señora en la puerta de una iglesia, esto es literalmente cierto; si Amancio Ortega nos explicaba al profesor Manuel Castells y a mí que, cada vez que viajaba a cualquier país para visitar una de sus tiendas y reunirse con sus ejecutivos, bajaba después a despachar: 'Porque así escucho'; si Carlos Fuentes nos dijo también que iba a las ferias del libro, sobre todo para escuchar, más nos vale aprender a escuchar. Ya lo dijo Plutarco: 'Solo habla bien aquel que escucha'.

No comunicamos bien por la sencilla razón de que, en nuestro sistema educativo, no estuvo presente la comunicación personal

P.- ¿Cómo ve en España el panorama en materia de comunicación política?

R.- En España hay un proceso de concienciación de que la comunicación es muy importante. Yo lo noto porque hace doce años que imparto cursos a políticos, a empresarios, a emprendedores, incluso a niños que consiguen así hacer mejor sus exámenes, en el Instituto de Comunicación Empresarial. Y noto, insisto, un progresivo interés por parte de las empresas. El proceso ha sido claro: al principio eran empresas de matriz extranjera las que enviaban a sus directivos a hablar en comunicación y, ahora, ya las empresas españolas se han dado cuenta, probablemente por la internacionalización de la economía de que, en sus viajes por el mundo, por ejemplo a Colombia, para vender ascensores, a igualdad de precio y calidad, llega un británico o un francés... ¡y se lo compraban a ellos! Por eso hay que tomarse en serio esta cuestión.

P.- Si esto lo complementamos con el conocimiento de idiomas, ya es maravilloso, dicho sea con respeto pero con humor al mismo tiempo, porque por primera vez tenemos a un presidente del Gobierno capaz de hablar con un dirigente extranjero en un correctísimo inglés y sin traductor, por supuesto. Valóreme el nuevo Ejecutivo de Pedro Sánchez.

R.- Estamos ante un Gobierno insólito porque, no solo saben idiomas, sino que además han viajado... ¡incluso uno de ellos al espacio!

P.- Sin duda es un Gobierno serio, muy bien armado y que no ha provocado, entiéndaseme bien la ironía, ni el caos, ni el hundimiento de las bolsas, ni el disparo de la prima de riesgo, tal y como vaticinaban algunos catastrofistas. Y fíjese que, en mi opinión, este Gobierno ha venido a tranquilizar, por supuesto a los que votaron al PSOE y a buena parte de los que no le votaron.

R.- Es un Gobierno cargado de mensajes. Es un prodigio de comunicación porque manda un mensaje a Europa, por ejemplo, con Nadia Calviño. Hay que ver la imagen de la despedida el pasado miércoles, en la puerta de la Comisión, con más de cien funcionarios que bajaron a hacerse una foto con ella. Tenemos un presidente del Parlamento Europeo, Josep Borrell, y del Instituto Europa de Florencia, el lugar de formación de la excelencia funcionarial, no solo de la UE sino de otros Gobiernos del mundo que quieran saber cosas de Europa. Es decir, que tiene todas las puertas de Europa abiertas. Creo que Puigdemont se ha dedicado a Borrell, con la ayuda de Torra, enfurecidos por su nombramiento, Otegui se ha dedicado a Grande-Marlaska, y todo ello ha desmontado ya, de un plumazo, esa peregrina teoría de que había un pacto con nacionalistas o con independentistas y cosas así. Desde el punto de vista de la comunicación cabe esperar que sea un Gobierno que dialogue, y que dialogue mucho... sobre todo por la inmensa minoría de 84 diputados que son los únicos que sustentan en este momento a este Ejecutivo. Habrá que negociar, no solo en el Parlamento sino en cada uno de los Ministerios, con todos los grupos parlamentarios y sectores de opinión, agentes sociales... eso garantiza una eclosión comunicativa espectacular en el próximo año o año y medio.

Estamos ante un Gobierno insólito porque, no solo saben idiomas, sino que además han viajado... ¡incluso uno de ellos al espacio!

P.- Esto está bien porque, así como en mi país, en Italia, estamos muy acostumbrados a la cultura del pacto, en España, el hecho de haber tenido durante casi cuarenta años a dos únicos grandes portaviones, los que han protagonizado la Transición, este ha sido un territorio prácticamente inexplorado.

R.- Yo soy un gran admirador de Italia, de su cultura, de su lengua... me apasiona Italia. Y, como allí, no considero que el pacto sea una traición, una cesión, o una bajada de pantalones, por hablar en términos castizos. Eso lo tenemos que aprender. Ahora bien, permítaseme una opinión sobre el momento político italiano: una cosa es pactar y otra hacer un Gobierno entre la Lega y Cinque Stelle. Es como si aquí hiciéramos uno entre los anticapitalistas de Podemos y Vox. Más o menos.

P.- Por volver a Cataluña un instante, Manuel. Yo repito constantemente en mis intervenciones en medios que habrá que terminar por sentarse a hablar, que habrá que negociar, que será necesario llegar a algún tipo de punto de conexión, siempre con la ley y la Constitución en la mano, como es natural, pero percibo que hay una parte del independentismo, la más radical, que está encastillada, que no se mueve... y dentro de ese sector, creo también que el papel de Puigdemont es cada vez más caricaturesco y que es un estorbo para ellos. ¿Cómo lo ve usted?

R.- El sector que está empeñado en la independencia no va a entender más que la independencia. El asunto grave es que ese sector, que estaba en torno a un 25%, hace pocos años, ahora amenaza con desbordar el cincuenta por ciento. Algo se habrá hecho mal. Hay mucha gente en Cataluña que quiere respeto, otro trato fiscal, otro tipo de consideración y que, ha abrazado el independentismo solo por los desplantes. No se puede dialogar enviando solo a la policía. Está por escribir y por investigar quién dio la orden de intervención. Porque generó millares y millares de independentistas y una imagen internacional de la que nos va a costar muchísimo recuperarnos. De modo que hemos tenido una imagen internacional abonada con errores internos, como ocurrió el 1 de octubre, financiada con descaro con dinero público desde las embajadas de la Generalitat y del Diplocat, y una abulia punible por parte del Ministerio de Asuntos Exteriores. El salto entre Alfonso Dastis y Josep Borrell puede darle la vuelta a la situación, aunque recuperar posiciones entre los editorialistas de la prensa internacional puede costar años. Pero me consta que hemos vivido situaciones de absoluta pasividad y no porque los embajadores quisieran.

Recuperar posiciones sobre Cataluña entre los editorialistas de la prensa internacional puede costar años

P.- Ha vuelto a citar a Josep Borrell, al que usted conoce bien. ¿Cuáles cree que van a ser sus primeras líneas maestras?

R.- Borrell es un jacobino ilustrado con sensibilidad por su pequeño país que es Cataluña. Y eso le hace un personaje de enorme interés y que genera un extraordinario rechazo entre el independentismo, porque saben que no va a ceder a la ruptura del Estado y que es riguroso, que va a desmontar las cuentas y los cuentos del independentismo, como dice el título de su penúltimo libro. Hay que recordar aquel debate de 8TV en el trituró dialécticamente a Junqueras. Un debate en el que Oriol Junqueras, que es muy religioso, rezaba porque se acabara cuanto antes. Fue tremendo. Borrell es una máquina intelectualmente y, vuelvo a insistir, es un jacobino ilustrado, con sensibilidad por su pequeño país,utilizando el término de la manera más rigurosa y elogiosa posible, capaz a la vez de comprender sus propios sentimientos. Borrell, con el que hablo -además nos entendemos en catalán debido a nuestra vieja amistad porque éramos de pueblos cercanos, él del lado del Noguera Pallaresa y yo del lado del Noguera Ribagorzana- está convencido de que hace falta un relato de España en Cataluña y otro, de la Unión Europea, al que él quiere contribuir y que interese a toda la opinión pública, sobre todo la que en Cataluña bascula hacia el euroescepticismo. Él es la persona ideal para elaborarlos y enlazarlos.

P.- Cambiando de tercio, aunque sin salir de la actualidad política, ¿qué va a pasar ahora, en su opinión, en el Partido Popular?

R.- El PP necesita una renovación y además con la mayor urgencia. De una forma fulminante. Porque no puede perder tiempo. Estoy seguro de que antes de la fiesta mayor de mi pueblo, que es el próximo 30 de julio, esto estará resuelto. Y se habrá celebrado incluso el Congreso Extraordinario. El PP es el único en España, junto tal vez con Podemos, en el que el poder de designación de su máximo directivo, aunque no esté en su mejor momento, pesa más. Por tanto, el dedo de Rajoy, hay que tenerlo en cuenta. Les han pedido cien avales y puede haber seis mil candidatos... cualquier friki podría presentarse. Pero la cosa está, básicamente, en torno a Alberto Núñez Feijóo, que ha obtenido tres mayorías absolutas. Ha ganado tres veces. Sabes bien que los partidos lo que quieren es ganar. Es renovación aunada, al mismo tiempo, con inteligencia parlamentaria. No digo que no haya más gente preparada, Soraya Sáenz de Santamaría o Dolores de Cospedal, que también ganó en Castilla La Mancha, desplazando a los socialistas... ya veremos.

El PP necesita una renovación y además con la mayor urgencia, de una forma fulminante.

P.- Dejemos la política, Manuel y hablemos ahora, aún sin salirnos de la comunicación, de los que, de una u otra forma, intervenimos diariamente en los medios. ¿En qué situación está el periodismo en este país?

R.- Tras la salida de la crisis, el periodismo quedó muy tocado. Con unos medios muy atrincherados y con periodistas excesivamente dependientes, porque el mercado se ha reducido y precarizado. No estamos en el mejor momento. Y echo de menos mucha más independencia. Por lo que se refiere al mundo más concreto de la televisión, como presidente de la Academia de Televisión que soy, aunque este año hay elecciones, hay tres asuntos pendientes.

El primero, constituir de una vez el CEMA, (Comité Estatal de Medios Audiovisuales), como existe en el Reino Unido y en otros países. Un CEMA al que se opuso el PP por presiones en aquel momento de la extrema derecha mediática y que, después, estuvo a punto de hacerse con Ramón Jáuregui, siendo este ministro de la Presidencia, aunque que no llegó a tiempo. Y eso que llegó a haber una lista de personas que lo hubieran integrado. Nosotros seguimos pidiendo que esté integrado por personas que conozcan el medio, desde la profesión o desde la Academia o la Universidad y que no sea un refugio de candidatos que se han quedado fuera de las listas electorales o europeas pero que no han pisado la televisión más que de visita. Confío en que, con este Gobierno y con Miguel Ángel Oliver, el nuevo secretario de Estado de Comunicación, que formó parte de la Junta Directiva de la Academia, que conoce a la perfección el medio y que defiende el CEMA, se produzca el impulso y sea el momento para hacerlo.

Una segunda cuestión es Televisión Española. Tiene que recuperar una ley que la rija y que garantice la pluralidad. Y que garantice que sea la televisión del Parlamento y no la del Gobierno de turno, incluyendo este que se acaba de conformar.

P.- ¿Eso pasa por volver a la ley anterior a 2012?

R.- "Eso sería lo más razonable. Y con un presidente elegido por consenso. Y no por concurso. Porque ningún profesional preparado se va a presentar si se asegura que será un comité de expertos el que te valore... ¿y quién será el experto?".

Hay que recuperar una ley que garantice que TVE sea la televisión del Parlamento y no la del Gobierno de turno

La tercera cuestión es TV3. Yo soy contrario a la intervención y lo dije públicamente el otro día en la emisora RAC1, a la que muchos me recomendaban no ir, pero fui y lo enfaticé. No soy partidario de la intervención, pero es urgente devolverla a la pluralidad para que sea un reflejo, como televisión pública de la sociedad catalana.

P.- Pero eso parece muy difícil, estando las cosas como están...

R.- Bien, pero debe ser así. Tiene que haber una ley del Parlament que obligue a TV3 a tener en cuenta a los siete millones y medio de catalanes, no solamente a los independentistas y, dentro de ellos, incluso solo a los más radicales. No puede ser que se invite a un programa a cuatro partidarios de la independencia y como contrapartida solo a uno en contra... y de ¡Vox!, que obtuvo menos de mil votos en Cataluña en las últimas elecciones. Es una burla. Intervención, no. Solución, sí. Porque se distorsionan los estados de opinión en Cataluña. Además, el propio Comité de Empresa de TV3, ha denunciado esa falta de pluralidad.

P.- ¿Por qué no puede ser posible en España un modelo como el británico de la BBC?

R.- Yo creo que sí es posible si se hacen las leyes oportunas y si se pone coto al intento de manipulación de las televisiones públicas por parte de quien gobierna, ya sea el Gobierno central, ya sean autonómicos como el catalán u otros que también han cometido excesos. Esto no tiene por qué ser así. Hay modelos como el puesto en práctica en Aragón que son ejemplares, tanto en el respeto a la pluralidad como en el control presupuestario. Yo sé que, cuando hay un proyecto político para la secesión, como lo hay en Cataluña, se utilizan. Pero las televisiones públicas no están para eso sino para respetar la pluralidad y para ser reflejo de la sociedad en la que viven. Lo importante es dejar claro que la televisión pública solo tiene sentido si es para todos. Si no, es una televisión privada, pagada con dinero público.

P.- ¿Fue un error suprimir la publicidad en TVE?

R.- Fue una frivolidad por parte de Zapatero. Fue una frivolidad, no tanto el retirarla, que quizás había que hacerlo, pero sí el no hacerlo gradualmente y no buscar alternativas, amortiguadoras, como quitarla del prime time pero dejarla en la segunda cadena o algo por el estilo. Yo recuerdo que los directivos de otras televisiones públicas europeas se llevaban las manos a la cabeza. Zapatero lo hizo por las razones que todos conocemos, pero además no le sirvió de nada. Lo hizo para ayudar a sus amigos, pero al final sus amigos no fueron capaces de mantenerse al frente de la televisión que él les había concedido.