El independentismo catalán no entiende, o no quiere entender, para qué sirve un referéndum. La mejor prueba está en que siempre ponen de ejemplo aquéllos en los que el resultado ha sido negativo, los que no han cambiado nada. Por eso siempre sacan a colación el referéndum de Escocia, cuando a lo que más se parecería una votación para separar Cataluña de España sería, en el mejor de los casos, al Brexit. Tanto por la desinformación deliberadamente emocional que llevó al sí como por el caos posterior a la victoria sin hoja de ruta.

Anda el president del Parlament catalán, Roger Torrent, aprovechando que empieza el juicio del procés para recorrer televisiones con el renacido mantra del volem votar (y de paso hacer campaña como líder de Esquerra). Es por tanto buen momento para recordar qué pasa con los referendos en la era de las fake news. Aquello de que esto no va de independencia, qué va, ¿se acuerdan?,  esto va de democracia. Que hay que dejar que la gente vote si quiere o no pertenecer a España. Que el pueblo es soberano para decidir dónde empieza y dónde acaba su país (el catalán, se entiende, el español debe de ser que no).

Dice Torrent que él no es nacionalista, que lo que quiere es la independencia de Cataluña para recuperar las instituciones. Que solo quieren vivir en paz y que no es nada personal, no es contra nadie pero es que solos están mejor. ¿Y quién decía esto también? La campaña que promovió el Brexit: Take back control (recuperemos el control). Ese fue el reclamo que convenció a una mayoría de británicos para votar a favor de independizarse de la Unión Europea. Y cuando ganó el sí, lejos de solucionar nada, empezaron los problemas.

Esto no va de democracia, claro que no. Esto va de políticos irresponsables que le proponen a la gente votar un maniqueo sí o no, un dentro o fuera, como simplificación máxima de un problema complejo, sin explicarles previamente qué están votando realmente ni cuál será el plan para llevar a cabo todas esas soluciones mágicas prometidas en caso de que salga adelante.

No tienen fama precisamente los británicos de dejarlo todo para el último momento, por lo que se hace aún más bochornosa la evidencia de que en realidad nadie piensa unreferéndum para proponer un plan viable con el que cumplir lo prometido. ¿A qué les recuerda?

No vamos a encontrar mejor espejo que el Brexit para darle un baño de realidad a ese referéndum de Fierabrás que vuelve a reclamar el independentismo como supuesta solución negociada para Cataluña. Al menos el británico fue perfectamente legal, aunque no por ello menos estúpido en términos políticos.

Ni siquiera cuando la votación es legítima, ni siquiera cuando encima hay más de dos años de plazo para negociar la salida de un territorio, ni siquiera así es posible garantizar que no van a salir perdiendo todas las partes. Y eso que en el caso británico lo que se negocian son los términos económicos y sociales, apenas emocionales.

Muchos de los que votaron Brexit no entienden por qué se van bancos de la City ni por qué se cierran fábricas tan británicas como Jaguar y Land Rover... ¿Pero no votaron recuperar el control? Será culpa, claro, de Bruselas. Tampoco los independentistas entendían que, tras la incertidumbre generada por el referéndum del 1-O., La Caixa trasladara su sede a Valencia y Codorniú a La Rioja. Sería culpa, claro, de Madrid.

Esperemos no tener ocasión de comprobar dentro de un mes hasta qué punto un Brexit duro, es decir, una salida sin acuerdo de la UE, puede empobrecer un país y sumirlo en el caos mientras dure la incertidumbre legislativa. Sería lo más parecido a los efectos de una declaración unilateral de independencia (DUI) que podrían ver los independentistas que se quedaron con las ganas de que prosperara la intentona indepe de hace un año y medio.

Gracias al Brexit ya no hará falta imaginarse una Cataluña fuera de España para explicar estos riesgos. Basta con recordar que estaría fuera de la UE, que es donde reiteradamente las instituciones europeas han explicado que situaría jurídicamente una hipotética República Catalana.

Y ojalá no lleguemos a ver hasta dónde puede llegar el caos de un Brexit duro como no vimos dónde acababa una DUI. Basta con calibrar la ineptitud de los políticos británicos y la inacción europea para hacerse una idea de que lo peor, aquello que no necesariamente beneficia a ninguna de las partes, a veces pasa si nadie se esfuerza lo suficiente en evitarlo.

Y ojalá no veamos miles de camiones haciendo cola en la frontera de Calais sin poder cruzar el Canal de la Mancha ni los supermercados británicos desabastecidos porque los políticos encargados de llevar a cabo el Brexit no hayan sabido gestionar su responsabilidad. Ojalá no veamos un Brexit duro. Pero eso sí, si llegara a suceder, que nadie se olvide de que todo empezó con un referéndum.