Un reboot no es un reencuentro. Tampoco se trata de una continuación, ni de un qué tal les va la vida a los personajes de antaño. Es un reinicio y una manera muy efectiva de crear nuevas historias bajo el ala y el prestigio de un exitoso predecesor. Y eso es, exactamente, lo que ha ocurrido con la serie de Atresmedia y Mediapro para Amazon Prime Video, El Internado: Las Cumbres.

En el año de la emotividad seriéfila, del retorno a los personajes que marcaron adolescencias y las series que cautivaron el prime time de los 2000, El Internado, la ficción sucedánea de Física o Química, no podía desaprovechar la oportunidad de repescar la nostalgia y cautivar de nuevo al público que en su día empujó la serie al triunfo. Sin embargo, la lógica aplastante del universo 'internado' se cargaba todas las posibilidades de reunir a los ex alumnos (vivos y muertos) del Laguna Negra para retomar las clases en un nuevo centro, en plena treintena y bajo la rígida trama de vivir, de nuevo, al borde de la tortura y el asesinato.

Por eso un nuevo 'casi todo' parecía buena idea. Y es casi y no todo porque la nueva serie ha usado la esencia para fijar unos pilares sólidos en los que apoyarse para alzar una nueva historia con personalidad propia. Partiendo del azul de los uniformes, a lo largo de los ocho capítulos lanzados en la plataforma se puede observar un largo recorrido de similitudes como los frascos de cristal llenos de ojos, unas misteriosas catacumbas, las antorchas, los laboratorios o las luces que se encienden antes de cada crimen en un también frondoso y 'paranormal' bosque.

A pesar de todos estos puntos en común y los numerosos guiños que la nueva trama ha hecho a algunos de los momentos más épicos de la primera serie -incluido un brevísimo cameo de dos de sus protagonistas principales- Las Cumbres ha sabido renovar, reformar e incluso transformar la manera de narrar el peligro, la muerte e incluso las relaciones adolescentes envolviendo todos estos ingredientes en una estética notablemente más oscura, estricta y con elementos del terror y la religión.

Y es que, el Laguna Negra era un parque de atracciones si se compara con el nuevo internado. Mientras que el primero era un centro educativo que basaba sus principios en dar una formación elitista y prestigiosa a unos alumnos de buena familia o altas notas, Las Cumbres es más similar a un reformatorio, una cárcel y si me apuras, con un aroma un tanto sectario en el que conviven jóvenes conflictivos con antecedentes penales, asesinos o ex drogadictos con profesores que rapan cabezas a modo de castigo, invitan a la reflexión en 'neveras' subterráneas y no dejan que se oiga una voz durante las comidas.

También se diferencia la época que marca los misterios y la problemática de cada una de estas ficciones, pasando de los nazis a una subtrama mucho más relacionada, al menos durante esta primera 'tirada' con la Edad Media y una logia satánica con tintes religiosos, algo que se mantiene sustentado además por el monasterio y sus personajes, que comparten vida y espacio con los puramente 'educativos'.

La influencia de la plataforma digital

Asia Ortega y Albert Salazar tienen un gran mérito en su papel de puros ejes del movimiento y ritmo de la serie. En esta ocasión, los misterios y las 'investigaciones' corren principalmente a cargo de protagonistas, en contraposición con El Internado, donde se movieron en grupo de principio a fin a pesar de tener su propia historia y contar con personajes redondos que supieron evolucionar por separado.

Puede que esta sea una de las razones principales que ha desatado una oleada de "no engancha en el primer capítulo" o al menos, no como otras. Y es que, el comienzo de la acción parece alargarse en exceso para centrar a los personajes y la historia y rol de cada uno de ellos. Si bien esta parte se hace un poco 'bola', el misterio estalla y se prende la mecha de una dinámica que, por el contrario parece que pretende abarcarlo todo muy rápido.

El fuego lento no va con las plataformas. Esta es una realidad que se puede observar en los numerosos y aclamadísimos contenidos que han incorporado desde su aparición las plataformas de streaming. Aunque Atresplayer Premium si intenta con algunas de sus apuestas más extravagantes mantener la cocción de la ilusión y el ansia del siguiente capítulo dividiendo las entregas por semanas, la mayoría de estos nuevos espacios utilizan la emisión maratón como técnica base.

Esto se nota en la duración de los episodios, que en este caso pasan de durar 70 a 45 minutos, e influye de forma directa en el cómo avanzan las relaciones y el misterio. Todo parece que tiene que forzarse, darse rápido, una señal, una mirada o un profesor que desde el primer día apunta a maneras. Un 'malrollismo' y una intensidad que no es más que la respuesta a la impaciencia de un consumidor que se ha acostumbrado a no esperar demasiado para el pastel, a no dar muchas segundas oportunidades y a nadar entre opciones de contenido audiovisual. Ahora no esperas al jueves que viene porque antes de aparecer los créditos finales una corta cuenta atrás pone en marcha la taquicardia y te invita a entrar en un nuevo episodio al que no puedes decir que no ya empezado.