Hubo en Valladolid durante un tiempo un tipo que dedicaba sus tardes a correr detrás de los autobuses. A veces, se cruzaba con otro personaje que iba siempre en una moto y, cuando paraba en un semáforo, cantaba con voz de pito la canción de La Puerta de Alcalá. Desconozco si alguien le preguntó alguna vez el motivo de esa manifestación artística, pero ahí estaba, recorriendo la ciudad en una Vespino, repitiendo una y otra vez el mismo estribillo.

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