El refugio atómico, lo último de Álex Pina y Esther Martínez Lobato para Netflix tras La casa de papel, Sky rojo y Berlín, es puro Vancouver, la productora tras todos estos títulos. Pina y compañía, antes de tocarles la lotería con La casa de papel, hicieron la mili en Globomedia, en Antena 3 y Telecinco, con series como Los Serrano, Los hombres de Paco y Vis a vis. Digamos que El refugio atómico, a partir de hoy en Netflix, tiene algo de todas ellas, lo que desafortunadamente, a estas alturas de la película, no es un cumplido. Ya saben: renovarse o morir. Quien pensara que los desayunos de Médico de familia eran cosa del pasado estaba muy equivocado.

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De Vis a vis a La casa de papel

Lo que hace diez u ocho años fue revolucionario –un vitaminado drama carcelario con un gran elenco femenino, un atraco casi perfecto contado en fascículos–, ahora se antoja desasosegante y artificial. ¿Quién quiere ver a una panda de descerebrados, millonetis, entre cuatro paredes y bajo el mismo techo? Vis a vis, por ejemplo, fue una buena serie cuyo marco –emitirse por la noche, con publicidad, en una cadena generalista– la hacía mucho mejor. Influyó que, aunque ambientada en una cárcel de mujeres, bebía más de Breaking bad que de Orange is the new black. En cambio, ¿por qué casi todas las series españolas que produce Netflix son mediocres? Dos se salvan de la quema este año: Manual para señoritas y Superestar.

Si La casa de papel (Antena 3), con aquellos atracadores con caretas de Dalí, nombres de ciudades y monos rojos, proponía una rebelión contra los más poderosos (al fin y al cabo, robaban al Estado); El refugio atómico retoma la inquina que sienten los pobres hacia los ricos. ¡Abajo el capitalismo! ¡Arriba la anarquía! Hasta Westworld, a través de la ciencia ficción, plantó esta semilla: cómo se venga el oprimido, aunque sea un robot, del opresor.

En inglés, este tipo de propuestas, sobre las diferencias de clase, reciben el nombre de Eat the rich, y suelen funcionar como sátira y advertencia: ojo con abusar de los de abajo. He ahí la película Parásitos o la serie The White Lotus. O la reciente Furia, si barremos para casa. Y ustedes se preguntarán: ¿qué demonios tiene que ver El refugio atómico con el ascensor social? Más de lo que parece a simple vista.

El refugio atómico no es el Paraíso

Uno, por respeto a Netflix, a Vancouver y al público, no puede desvelar más de lo debido. Sin embargo, cabe avisar que El refugio atómico se distancia rápidamente, al final de su primer capítulo (son ocho en total), de otra serie estrenada este mismo año y ambientada –disculpen el destripe– en un búnker tras una hecatombe: Paraíso, en Disney+.

No es El refugio atómico una ficción postapocalíptica, sino más bien una imaginación sobre las consecuencias –dramáticas– de la Inteligencia Artificial, como la suplantación de identidad, las noticias falsas y la mercantilización de nuestros datos (el verdadero negocio de Amazon). Quién es quién –o, mejor dicho, quién trabaja para quién– es, a riesgo de analizar por encima de las posibilidades, el leitmotiv de la nueva serie española de Netflix. Todos los personajes, pobremente desarrollados, tienen un motivo para estar allí bajo tierra. Y un as bajo la manga, aunque se vea a leguas. Las alianzas y las rivalidades cambian de manera arbitraria. Ni siquiera la promocionada rivalidad entre dos familias pudientes es tal.

El refugio atómico es La casa de papel

Como en La casa de papel, hay en El refugio atómico un grupo de bandidos, más o menos peculiares, que tienen un plan maestro sin fisuras. Y para no confundir al personal, su líder (una Miren Ibarguren al borde del esperpento) narra dicho experimento –social, tecnológico– paso a paso. O sea, la misma técnica que El Profesor. Esto es, sin duda, lo más interesante de una serie previsible, abonada al melodrama, que se deja llevar por la verborrea y el sentimentalismo de sus personajes, a cada cual más insufrible. Hay, por supuesto, costumbrismo, humor, amor, guerra de sexos (sí, hay lesbianas), triángulos amorosos (heterosexuales) y un elenco al que no le falta ni un gramo de grasa y le sobran diálogos. ¡A uno de sus atractivos actores le ponen unas gafas de pasta para hacerle pasar por freak! Álvaro Morte sí daba el pego como sexy inadaptado social.

De aquella Globomedia de principios de los 2000 también salió Daniel Écija, que se independizó como productor con títulos como Estoy vivo y La valla, dos propuestas de género (un policiaco con elementos de fantasía y ciencia ficción, una distopía con dos familias enfrentadas) que demostraron el buen hacer de la ficción española.

¿Qué une, por tanto, a Los Serrano, Los hombres de Paco, Vis a vis, La casa de papel y El refugio atómico? La familia.

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