No está acostumbrado el Teatro Real a notar el crujido del suelo. Su público suele ser apacible, sosegado y calmado. Capaz de mantener el tipo durante seis horas con Wagner. Anoche no. Anoche bastaron dos horas con Sting para que el coliseo madrileño se viniera abajo y se transformara en una sala más. Seamos realistas, resulta complicado mantener a 1.750 almas quietas en una butaca cuando suenan los acordes de 57TH & 9TH, el último trabajo con el que el cantante británico regresa al pop rock, trufados con un nostálgico resumen de sus mejores canciones como solista o como vocalista de The Police. El concierto de Sting resultó una estudiada y perfecta fusión de nostalgia y retorno al formato comercial.

Con puntualidad británica, Gordon Matthew Sumner, el agijón zangolotino y flacucho, el rubio de la voz rugosa que antaño se ganó el sobrenombre de Sting gracias a una camiseta de rayas que se convirtió en su segunda piel, saltó al escenario del Teatro Real convertido en un cincelado modelo griego de 66 años. Estrenó el primero de los cuatro conciertos que dará en España con Heading South in The Great North Road a dueto con su hijo Joe Sumner. La cara b de su padre, pero con una tesitura de voz más alta.

La voz de Sting desapareció y desde el escenario nadie parecía darse cuenta

Todo iba sobre ruedas hasta que sonaron los primero acordes de Synchronicity el tema que le dio nombre al quinto y último álbum de The Police. La voz de Sting desapareció y desde el escenario nadie parecía darse cuenta. El público empezó a pitar, cada vez más fuerte. Buscaban a los responsables del sonido con la cabeza, mientras el segundo tema de la noche se convertía en una pieza instrumental. Necesitaron unos minutos, que de algún modo se hicieron eternos, para recuperar la voz de Sting. En cuanto sonó clara, ajustada y perfectamente ecualizada, los pitidos se transformaron en aplausos. No en vano, el público estaba entregado y un fallo de sonido no podía amargar la noche a nadie.

A pesar de que la gira se ha bautizado como su duodécimo álbum en solitario, publicado en otoño de 2016 y que hace referencia a la confluencia de calles en Manhattan que a diario cruzaba camino del estudio donde le esperaba su representante y productor Martin Kierszenbaum, Sting sabía que para calentar el ambiente tenía que pulular por los clásicos. Así que tras la metedura de pata de Synchronicity sonaron los acordes de Spirits in the material world de Ghost in the machine, a la que siguió Englishman in New York. Un absoluto revival antes de presentar a la banda en un complicado español con deje suramericano.

A la guitarra, Dominic Miller y su hijo Rufus como segundo guitarrista; Josh Freese, a la batería; Percy Cardona, al acordeón y Joe Sumner, a los coros. Con una energía impropia de sus 66 años, fue cosiendo un tema con otro, sin dar tiempo a la respiración ni al descanso, demostrando siempre que es uno de los grandes y que sus directos no dejan indiferente a nadie. Aportando algo nuevo a la versión discográfica. Una pizca de jazz, un poco de reggae... cualquier cosa para recordar que aquello era directo del bueno.

Tocaba también promocionar el último disco, de manera que entre las paredes del coliseo madrileño sonaron One fine day, la rocanrolera She's too good for me, (que por cierto recuerda mucho a The bed’s too big without you incluida en Reggatta de Blanc, segundo disco de The Police).

El escenario se fundió a negro y en un golpe de vanidad padre e hijo se intercambiaron los papeles

Antes de que los ánimos se descolocaran, regresó el maestro a una seductora versión de Mad about you para retomar el último trabajo con Petrol head. Cuando sonó el clásico Message in a bottle, el público ya pasaba de las butacas y había decidido invadir la primera fila para disfrutar de una versión interminable del tema.

Concierto Sting

Sting y su hijo Joe Sumner inauguraron el concierto con un dueto. EFE

"Joe, venga acá. Tu padre está un poco cansado". El escenario se fundió a negro y en un golpe de vanidad padre e hijo se intercambiaron los papeles para versionar Ashes to ashes en un claro homenaje a David Bowie. Genial el pequeño Sumner, queda saga para rato.

Tras la sorpresa, un incombustible Sting regaló versiones de 50.000, Walking on the moon, So lonely, Desert rose, una desgarrada Roxanne mezclada con los acordes de Aint’t no sunshine de Bill Withers, para terminar con dos bises en los que no podía faltar el clásico Every breath you take y Fragile, tema con el que se encendieron las luces de la sala.