“Un bochorno más, un escándalo más y todo habrá acabado”. La escena con la que arranca el primer episodio de la segunda temporada de The Crown  (que se estrena en Netflix el 8 de diciembre) resulta una absoluta declaración de intenciones. Tras la puerta de su habitación, Isabel, cada vez más segura en su papel de reina igual que Claire Foy en su interpretación, no es más que una mujer cuya verdadera preocupación no son los despachos políticos sino su cama, concretamente, la de su marido, el duque Edimburgo.

Ni en su peor pesadilla podía imaginar entonces la de humillaciones públicas que la vida le iba a regalar en el futuro. “Olvídese de Isabel de Windsor. Ahora, es sólo la reina Isabel”, así terminaba la primera temporada de la serie que fue premiada con el Globo de Oro al Mejor Drama y que ha seducido a toda la crítica especializada.

Te casaste con un espíritu libre, intentar domarlo es imposible”

La corona llegaba demasiado pronto y la monarca británica comenzaba a sentir la soledad y el peso de las responsabilidades heredadas sin haber sido educada desde el nacimiento para ello. En la segunda temporada, los rumores de infidelidad que desde el principio de su matrimonio han recaído en la figura del  príncipe Felipe de Edimburgo se manejan con la delicadez, exquisitez y argucia dramática que caracterizan los trabajos de Peter Morgan (The Queen). The Crown rezuma un cierto regusto estilo británico, ese que habla sin hablar, ese en el que las imágenes y las elipsis lo dan todo por sabido. “Te casaste con un espíritu libre, intentar domarlo es imposible”, le espeta Lord Mountbatten a la reina cuando le cuenta sus penas.

El matrimonio de Isabel II y Felipe se tambalea. De hecho, en 1956, el príncipe Felipe fue enviado a su primer viaje oficial en solitario. Una travesía que debía utilizar para reflexionar y ordenar sus prioridades, el viaje fue una estrategia de la reina que trataba de evitar una ruptura definitiva. De puertas hacia dentro, por supuesto.  “El divorcio no se contempla nunca”, le explica la reina antes de irse.

el espectador bucea por la infancia del duque de Edimburgo, que adquiere más presencia en la serie

En estos 10 nuevos capítulos, el espectador bucea por la infancia del duque de Edimburgo, que adquiere más presencia en la serie. Resulta fácil entender cómo se ha forjado esa alma fría y distante en la que se concentran todos sus fantasmas. Felipe de Edimburgo creció en una familia exiliada y vinculada al nazismo, por no hablar de la falta de cariño de su madre que padecía esquizofrenia.

Si el matrimonio real anda en crisis también lo está la relación entre las hermanas. Margarita se vio obligada a renunciar a su compromiso con el amor de su vida, el coronel Peter Townsend, por su condición de divorciado. “No fui yo, fue la corona la que te denegó el permiso”, le recuerda la reina. Margarita, princesa rebelde donde las haya, es la primera que se da cuenta que está atrapada en una institución arcaica mientras en la calle balbucean la revolución hippy, el feminismo y los movimientos antibelicistas de la década de los años 60 y 70. Su frustración la lleva directamente a un camino de autodestrucción, donde flirtea con el alcohol como vía de escape. Margarita conocerá su futuro marido, el fotógrafo Antony Armstrong-Jones (Matthew Goode), y la serie desvelará que su matrimonio nunca fue lo que parecía.

Matthew Goode y Vanessa Kirby caracterizados como Antony Armstrong-Jones y la princesa Margarita.
Matthew Goode y Vanessa Kirby caracterizados como Antony Armstrong-Jones y la princesa Margarita.

La acción arranca en 1956, con  la crisis por el Canal de Suez, cuando Inglaterra se alió a Francia e Israel con la patética intención de recuperar el control del territorio perdido, y  finaliza en 1964, con la renuncia del primer ministro Harold Macmillan tras el escándalo del Caso Profumo, donde el secretario de Estado se vio involucrado en un affaire con la amante de un espía ruso. En medio de todos los conflictos resulta especialmente conmovedora la visita del matrimonio Kennedy que refleja el encuentro de las dos parejas más admiradas de la época, dos parejas que a priori no tenían nada en común y en el fondo compartían las mismas tensiones matrimoniales.

The Crown mantiene una producción de lujo, no en vano cada capítulo cuenta con un presupuesto de más de 10 millones de dólares, en la que también repasa la historia del siglo XX. El proyecto completo de Neflix son seis temporadas de 10 episodios cada una. Queda mucho por ver. En la tercera temporada Claire Foy entregará el testigo a Olivia Colman, una reina madura que vivirá la llegada de Lady Di y las crisis matrimoniales de todos sus hijos.