Nunca pudo mirar hacia otro lado. Ni con Franco, ni con ETA. Agustín Ibarrola (Ariz, Vizcaya, 1930) lo pagó caro. Detenciones, años de cárcel, ataques contra su casa, su taller y su obra, amenazas de muerte y aislamiento institucional y social... A sus 87 años aún no se ha despojado de su rebeldía contra las injusticias ni de su valentía para hablar cuando otros callan. Tampoco de la boina que siempre le ha acompañado. El artista, contemporáneo de otros grandes nombres de la escultura vasca como Eduardo Chillida o Jorge Oteiza, luchó siempre con esculturas, pinturas y pasos adelante. Su militancia política y social y haberse significado como artista comprometido le pasó factura; la de la censura, la del olvido y la del señalamiento.

En la Universidad del País Vasco se han propuesto reparar, al menos parcialmente, la deuda contraída en estos años. Dentro del XII edición del Festival de Censura que organiza la UPV, la muestra titulada, Censura-Zentsura, se ha convertido en la principal muestra de este año. Incluye grabados, óleos, pinturas realizadas en prisión e imágenes de algunos de los ataques sufridos por el artista. La rectora de la UPV, Nekane Balluerka presenta a Ibarrola como “un referente ético” de la sociedad. Pero no hace mucho tiempo, Ibarrola era un artista repudiado y rechazado en instituciones vascas por su militancia en movimientos contra ETA y afines a formaciones constitucionalistas.

La muestra exhibe trabajos y obras en las que se manifiesta el clima de censura, exclusión y amenaza en la que ha trabajado el artista

Aquel silencio e indiferencia hacia su obra y en el que creó durante décadas lo vivió con dolor. No comprendía los intentos por desplazarle o la ausencia de sus trabajos en retrospectivas de artistas vascos de la abstracción o el cartelismo que él tanto trabajó. En la muestra que desde hoy y hasta el 18 de febrero se puede ver en el Bizkaia Aretoa de la UPV en Bilbao, sin duda una obra destaca sobre las demás. Lo hace por su impacto y por el modo en el que sintetizan el clima en el que vivió durante mucho tiempo. Siete troncos esculpidos a modo de encapuchados, con los colores propios de su obra, pero con la mirada desafiante que muchos le dirigieron en los años más convulsos de la convivencia en Euskadi, ocupan el centro de la sala. Parecen gritar alguna de las consignas y pintadas que Ibarrola sufrió, como aquel “ETA mátalo, Ibarrola español”.

Esculturas de 'encapuchados' obra de Agustín Ibarrola expuestas en la sala Axular 'Zentsurak'
Esculturas de 'encapuchados' obra de Agustín Ibarrola expuestas en la sala Axular 'Zentsurak'.

Los siete 'encapuchados' de Ibarrola

Hacer un repaso por la obra de Ibarrola es recorrer algunos de los hitos de la historia reciente de nuestro país. Nació seis años antes de que la guerra dividiera España. En la posguerra pronto comenzó a destacar por sus dotes artísticas. Aquella sociedad en la que la presión social, política y económica no tardaría en despertarle curiosidad y suscitarle un compromiso en contra de la dictadura y de apoyo a las clases más humildes y trabajadoras.

Con 18 años el joven Agustín logró exponer por primera vez en una sala de Bilbao, la Galería Studio. Sus primeros trabajos le granjearon el apoyo en forma de beca en Madrid en el taller de Vázquez Díaz. También siendo caso un adolescente llegó su primera gran controversia social con sus bocetos para la Basílica de Aranzazu en Guipúzcoa. Aquella propuesta de manos de un artista no creyente no dejaron indiferente a la sociedad de los 50.

La España de la dictadura nunca le gustó a Ibarrola. Decidió viajar a París para continuar con su formación artística y escapar de la asfixia. Comprometido con la causa comunista y obrera, el artista vasco fundó en la capital francesa, junto con otros artistas, ‘Equipo 57’, una corriente de vanguardia en favor del arte racionalista abstracto. Pero a Ibarrola las cosas no le fueron como soñaba en París y optó por regresar. Lo hizo una década después, en 1961.

Ibarrola fue encarcelado tres veces durante el franquismo, sufrió ataques y amenazas por el entorno de ETA y el olvido institucional de su obra

Su rebeldía y lucha contra el franquismo continuó. Una actividad por la que terminaría siendo detenido por primera vez y condenado por un Tribunal Militar a nueve años de prisión. Ibarrola no se vino abajo. No dejó de pintar desde la cárcel. Llegó incluso a sacar clandestinamente sus obras desde la prisión e incluso a que fueran expuestas en algunas ciudades europeas. Tras cuatro años encarcelado, Ibarrola no tardaría en volver a ser detenido, en esta ocasión junto a su hermano, por su actividad política. Fue de nuevo encarcelado en la prisión vizcaína de Basauri.

Recuperada la libertad, Ibarrola decidió dedicarse a sus esculturas y pinturas y alejarse temporalmente de la actividad política. Pero para entonces, este artista comprometido ya estaba demasiado señalado por determinados colectivos y sectores. En aquellos últimos meses del franquismo, a Ibarrola le quedaban aún por sufrir ataques y amenazas de muerte. Sin duda, en 1975, cuando al dictador tan sólo le restaban unos meses de vida, sufrió uno de los más duros; el incendio de su caserío-taller y con él, parte de su obra. Un ataque, a plena luz del día, que siempre creyó que procedía del entorno de los llamados Guerrilleros de Cristo Rey.

El 'Lazo Azul', el Foro de Ermua y la AVT

Con la democracia el clima no mejoró. Ni en lo artístico ni en lo personal. Crítico con las corrientes “comercializadoras” del arte que empezaban a absorben a artistas y galerías, Ibarrola siempre defendió su singularidad, alejada de la “homologación” imperante y en favor de un arte como servicio público y no como negocio. Una singularidad que junto a su significación política cada vez lo aislaron aún más por parte de instituciones y organismos públicos.

Entre 1982 y 1985 nace su obra más popular, el Bosque Pintado de Oma, 47 obras pintadas en troncos de pino y que anualmente atraen a decenas de miles de visitantes hasta este valle vizcaíno. Es sin duda la más conocida, y la más atacada. Durante años Ibarrola sufrió con las reiteradas agresiones que el conjunto artístico, llegando incluso a talar alguno de los árboles, en muchos casos ante la indiferencia de las instituciones que entretanto la dejaban deteriorarse sin remedio. La obra de Ibarrola sólo recibió el calor de sectores afines a la izquierda constitucionalista, como lo hizo Rosa Díez, cuando como consejera de Turismo del País Vasco en 2000 y convirtió al ‘Bosque Pintado de Oma’ en el emblema de su campaña, ‘País Vasco, Ven y cuéntalo’.

El 'Bosque pintado de Oma', su obra más popular, fue durante años víctima de numerosos ataques y el olvido de las instituciones vascas

Para entonces, Ibarrola ya se había comenzado a significar contra la amenaza del terrorismo de ETA en aquella Euskadi aún silente que miraba hacia otro lado paralizada por el temor y la rutina. El compromiso de Ibarrola se plasmaría en otros muchos momentos. Es el autor del conocido ‘Lazo Azul’ con el que por primera vez la sociedad vasca salió a la calle para reclamar en 1997 la puesta en libertad del empresario Julio Iglesias Zamora. De su mente y sus manos también salieron otros símbolos contra ETA en forma de logotipos del ‘Foro de Ermua’, o de la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT).

Ibarrola se convirtió en un habitual de las concentraciones minoritarias en sus inicios, del movimiento Gesto Por la paz que en silencio repudiaba en plena calle cada atentado de la banda terrorista. Cuentan en su entorno que fue precisamente en una de ellas en las que vivió el momento más humillante de su vida, cuando en las contraconcentraciones organizadas por la izquierda abertzale, y que se situaban frente a las de Gesto por la Paz, fue agredido, arrebatándole su inseparable boina y ésta fue pisoteada.