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La final europea que el Telón de Acero hizo que no viera casi nadie

Los jugadores del Dinamo de Tbilisi celebrando su victoria en la Recopa de Europa de 1981.
Los jugadores del Dinamo de Tbilisi celebrando su victoria en la Recopa de Europa de 1981. | FC Dinamo Tbilisi

Cuando sonó el pitido inicial la atención de media Europa estaba en otras cosas. Apenas tres horas antes, el entonces Papa Juan Pablo II había recibido cuatro disparos en plena Plaza de San Pedro. Mientras se disputaba el partido el Pontífice aún estaba en quirófano y se temía que el atentado se convirtiera en cualquier momento en magnicidio efectivo. Pero que el partido, y todo lo que le rodeaba, iba a ser raro se sabía desde mucho antes y nada tenía que ver con lo sucedido en el Vaticano.

Era el 13 de mayo de 1981. Era miércoles. Y era la final de la Recopa de Europa, la extinta competición continental que disputaban los ganadores de la Copa de fútbol de cada país. Para el gran público europeo ambos equipos eran casi desconocidos, como la mayoría de los que jugaban al este del Telón de Acero.

El lugar elegido para jugar la final y que ambos fueran clubes de países del bloque soviético provocaba sensaciones que iban del morbo al desdén. Y es que ese último partido de la Recopa se disputaba en el Rheinstadion de Düsseldorf, en el lado occidental y capitalista de aquella Alemania partida en dos. Y los finalistas eran el Dinamo Tbilisi, de la Georgia integrada en la URSS, y el Carl Zeiss Jena, de la otra Alemania, la oriental, la comunista.

 

Durante la competición ambos se habían ganado la vitola de matagigantes. Los alemanes orientales hicieron historia eliminando en una remontada épica a la todopoderosa Roma, y luego dejaron fuera al Valencia –vigente campeón- y al Benfica. Y los soviéticos acabaron con el West Ham United y el Feyenoord de Rotterdam. El cartel de esa final nadie lo esperaba.

Cuando los jugadores saltaron al césped quedó claro que no era una final normal, que se trataba de un partido único. Cuando los veintidós ya en el campo esperaban que llegaran las 20.15 horas para que arrancara todo comprobaron que, pasara lo que pasara, ese partido iba a pasar a la historia. Y es que el magnífico estadio de Dusseldorf estaba casi vacío.

Entre el público de la ciudad de la Alemania occidental aquel encuentro había provocado a algunos indiferencia y a otros, abierto rechazo. No se molestaron en acudir a ver una final europea que se disputaba en casa.

Vladimir Gutsayev celebra el gol del empate del Dinamo Tbilisi.

Vladimir Gutsayev celebra el gol del empate del Dinamo Tbilisi. Futbolgrad

Los hinchas de los dos equipos no podían acudir, simplemente lo tenían prohibido. Las restricciones a la salida de país que imponían a sus ciudadanos las dictaduras comunistas impedían a los seguidores del Carl Zeiss y del Dinano Tbilisi viajar a la prohibida República Federal de Alemania.

En las competiciones internacionales sólo un muy reducido número de hinchas podían desplazarse para ver los partidos. Un privilegio reservado a simpatizantes de comprobada fidelidad al ideario comunista o directamente a dirigentes o cargos medios del Partido.

El Rheinstadion –el Estadio del Rhin, en alemán- tenía capacidad para unos 55.000 espectadores. Pero aquella noche de mayo en las gradas sólo hubo 4.750 aficionados presentes, según el registro oficial de la UEFA, aunque en algunas crónicas de la época se eleva la taquilla hasta los 9.000 asistentes. Aquella de la Recopa del 81 se convertía –y así sigue- en la final europea de fútbol con menos espectadores de la historia.

Fue buen partido. Puro fútbol directo y vertical. Una demostración de por qué esos dos equipos modestos en comparación con los gigantes europeos de la época se habían colado en aquella final. En el 63 Gerhard Hoppe adelantó al Carl Zeiss. Tan sólo cuatro minutos después logró el empate Vladimir Gutsayev. El gol –golazo- de la victoria del Dinamo llegó cuando se apuraba el tiempo, en el 86. Tras un recorte eterno dentro del área, fusiló Vitaly Daraselia.

El equipo de la URSS se llevó la gran final. Los jugadores georgianos corrían, saltaban y se abrazaban tras el pitido final. Las gradas eran solo gradas. Las imágenes de televisión demuestran que había más cemento vacío que aficionados celebrando nada.

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