Durante el mediodía del sábado 6 de junio de 1964, tras unos años de perforaciones por páramos burgaleses, 6.000 litros de petróleo brotaron del suelo. El chorro, de unos 50 metros de altura, tiñó de negro los sembrados de trigo de la comarca de La Lora, próxima al límite de la provincia de Burgos con Santander. Los medios de la época no tardaron en exaltar el acontecimiento. España acababa de descubrir su primer yacimiento de oro negro y el optimismo llevó a que algún periódico se preguntase si aquello de Burgos sería “nuestro Texas”.

El descubrimiento no llegó por casualidad. Ya en 1900, según recoge la página web del Museo del Petróleo, una primera exploración con dos pozos en una zona de Burgos arrojó los primeros indicios de que bajo esas tierras podría haber petróleo. Las prospecciones se intensificaron en los años veinte, aunque sin los resultados esperados, y se quedaron en intentos anecdóticos durante la posguerra. Fue a partir de 1953, tras el deshielo de las relaciones internacionales de España -sobre todo con Estados Unidos-, cuando las empresas se lanzaron a la búsqueda del petróleo.

Las noticias y crónicas de las ediciones del ABC de aquellos días describen cómo se gestó el hallazgo. Varias perforaciones fueron cercando la zona bajo la que encontrarían el crudo. La empresa mixta Amospain-Campsa se fijó especialmente en un terreno ubicado entre el pueblo de Sargentes de La Lora y la aldea de Valdeajos. La Lora era un páramo olvidado, áspero, duro y con un elevado índice de emigración. Sus vecinos “se dedicaban a su patata y a su trigo y a algo de ganadería”, cuenta a El Independiente Miguel Moreno Gallo, profesor colaborador de la Universidad de Burgos y coordinador del libro ‘El petróleo de La Lora. La esperanza que surgió del páramo’.

“¡Petróleo! ¡Petróleo!”, exclamaron los presentes en la mañana del 6 de junio al ver salir de la tierra un líquido negruzco y denso. La propia Campsa mantuvo sus reservas tras el descubrimiento en el pozo, que recibió el nombre de 'Ayoluengo número 1': en un comunicado a los pocos días, la empresa explicó que hasta que no se hicieran las “necesarias comprobaciones” no era posible “medir la importancia y extensión” de lo que encontraron. Una actitud compartida también por El Alcazar, que llamaba a “evitar un optimismo exagerado”; aunque no tanto por otras publicaciones o el NO-DO, que defendía que el petróleo de La Lora permitía “sospechar la posible existencia de un yacimiento importante”.

“Al principio había un poco como de alegría subida, pero la gente siguió cultivando sus patatas y su trigo. No se volvieron locos”, sostiene Moreno. Se abrieron bares, llegaron técnicos americanos y hasta se convocó una fiesta en Valdeajos. “Yo creo que el hallazgo hizo más impacto fuera que aquí. A nosotros nos pareció normal que lo encontraran. Después, cuando comenzó a llegar gente y más gente, fue cuando pensábamos que aquello podía ser muy importante para la comarca y para España”, recordó a El País Fermín Santidrián, que fue secretario del Ayuntamiento de Sargentes. Se valoró la idea de construir hasta una refinería, pero las ilusiones cayeron por tierra cuando se continuó investigando.

Un mar de petróleo que no llegó

Dos años después, en 1967, comenzó la explotación industrial del petróleo de La Lora. La compañía Amospain fue la primera en entrar al negocio y “estuvo unos 10 años con los sondeos y la explotación”, contó a Libre Mercado Idoia Prieto, una guía del Museo del Petróleo. El funcionamiento era el siguiente: una estación recibía el petróleo de los diferentes pozos y un oleoducto lo sacaba hasta otra estación en Quintanilla Escalada, en la carretera de Burgos a Santander. Desde ahí, los camiones de Campsa lo distribuían a empresas de Burgos, Miranda, Valladolid y Bilbao.

El petróleo, que tenía un alto contenido de vanadio que impedía su destilación, se utilizó para la quema industrial de la zona

En 1973, según la edición del ABC del 30 de octubre de ese año, se explotaban un total de 28 sondeos pero sin demasiadas esperanzas ni nuevos descubrimientos de hidrocarburos.Tampoco estaban contentos en los pueblos: los empleados de las compañías hacían su vida en Burgos y no en Sargentes, el alcalde de Ayoluengo se quejaba “por lo mal” que les habían pagado las tierras y en Valdeajos solo un vecino trabajaba con los petrolíferos. “El punto álgido del empleo fue cuando se estaban construyendo los pozos, luego ya los puestos de trabajo disminuyeron porque la actividad estaba muy mecanizada”, explica la guía del Museo, que resalta también que el yacimiento permitió que “toda esa gente no tuviera que emigrar ni a Madrid ni al País Vasco”. Gracias al petróleo, según el profesor Moreno, una comarca como La Lora, “que se habría despoblado mucho antes”, se mantuvo “bien”. El crudo, sin embargo, tenía un alto contenido en vanadio que impedía su destilación. Además, las prospecciones confirmaron que en el resto de Burgos no existía un gran mar de oro negro. El crudo servía a las industrias de la región como combustible, pero no para convertir a Burgos en el ‘Oklahoma español’.

Durante las décadas siguientes las prospecciones cayeron notablemente: 14 sondeos en los setenta, 20 en los ochenta y tres en los noventa. Hasta hace poco, la empresa Columbus Energy Resources era la encargada de explotar el yacimiento. En enero de 2017, el Gobierno de Mariano Rajoy denegó a la compañía una prórroga después de que se cumpliera los 50 años de explotación otorgados por el contrato de concesión, según informó Europa Press. Sin embargo, valoraron la posibilidad de convocar un concurso para adjudicar una nueva concesión. Una alternativa que rechazó después el Ejecutivo de Sánchez, que comunicó en noviembre a la empresa que debía cerrar definitivamente el yacimiento burgalés, el más antiguo de España. “Ha sentado muy mal, la gente está muy disgustada (…) es una decisión política que a mí se me escapa”, cuenta Miguel Moreno sobre el final de un lugar que llegó a ilusionar a todo un país.