Falda de cuero bicolor de Louis Vuitton, 2.700, 30 euros. Botas negras Beaubourg, también de la marca francesa, 1.050 euros. Que la ciudad de Venecia te regale un León de Oro, no tiene precio. Chiara Ferragni no necesita introducción, es la influencer por antonomasia. Emprendedora, empresaria y generadora de tendencias, la italiana se ha convertido, además, en una figura esencial para el turismo de su país.
En un verano atípico para uno de los motores principales del mediterráneo, Ferragni ha dedicado sus esfuerzos, no solo a elaborar looks que al día siguiente ocupan portadas de revistas, también a enseñar las maravillas de su Italia natal a sus 21 millones de seguidores.
«Como bien sabéis, soy una gran amante de Italia y de sus tesoros escondidos, por eso estoy en Venecia estos días, para enseñaros algunos lugares mágicos y menos conocidos. Por ello, y por mi compromiso cívico con mi país, he recibido el León de Oro, el premio más prestigioso que pueden darte en la ciudad de Venecia. Este es solo el principio y mi objetivo es hacer cada día más por mi país y mi gente». Con este largo mensaje explicaba la influencer el motivo del dorado regalo, con el que posa de manera exuberante en las diversas fotografías publicadas en sus redes.
El León de Oro es el premio más prestigioso de La Mostra, uno de los grandes festivales europeos de cine cuya edición de 2020 finalizó hace apenas unos días. El gran galardón lo ha pescado en esta ocasión Nomadland, filme protagonizado por Frances McDormand y dirigido por Chloé Zhao. Este felino también está presente en las estanterías de Alfonso Cuarón, con Roma en 2018, o Guillermo del Toro y La forma del agua.
Que Chiara Ferragni haya recibido dicha consigna no habrá sentado bien a los máximos expresionistas del arte puro. A ellos, o a cualquier ciudadano de Twitter con ganas de intentar buscarle sentido a la vida. Las influencers siguen siendo incomprensibles e incomprendidas para largos sectores sociales, que no las consideran como desempeñantes de un trabajo, sino como una figura que evita, de manera estilosa, que los michelines salgan en la foto y que recorren mundo sin hacer "nada". Como dirían en Italia, Il dolce far niente, que en castellano sería algo así como, qué bien se está cuando no se hace nada. Pasarelas, viajes, marcas de lujo, patrocinios millonarios, vidas de vértigo, barcos en Formentera... y un León de Oro.
Esta no es la primera polémica a la que se enfrenta la italiana. Chiara Ferragni recibió un aluvión de críticas cuando la Galleria degli Uffizi decidió privatizar su visita para un proyecto en colaboración con Vogue Hong Kong. La influencer se defendió de los titulares agresivos que no comprendían por qué una persona como ella recibía tales privilegios, y es que, ¿quién no ha soñado con ver a la Venus de Botticelli en soledad y silencio? Para el resto de mundanos parece tarea imposible.
La crítica no se produjo, únicamente, porque el museo estuviera a su plena disposición, sino por unas palabras que el director de la galería, Eike Schmidt, dedicó a la influencer en Instagram. Comparándola con el cuadro del pintor renacentista, Schmidt la consideró como “una divinidad contemporánea en la época de las redes sociales".
En Italia no se hablaba de otra cosa. ¿Chiara Ferragni y la Venus del gran Sandro Botticelli? ¡Venga ya! Nadie le encontraba sentido a la comparación. Los titulares se multiplicaban por segundos. Los historiadores, artistas, aficionados al arte... todos coincidían en el grave error que había cometido la famosa galería de Florencia. Los comentarios en Instagram, un hormiguero de insultos.
Y de repente... un 27% más de público joven el fin de semana posterior a su visita. ¿Coincidencia o efecto influencer?
Como en los Uffizi, Chiara ha repetido la estrategia con mil lugares más de toda Italia: visita privada a los Museos Vaticanos, hoteles, playas y montañas en Cerdeña, pasarelas en Lecce con Dior, basílicas en Puglia... una etiqueta, una localización y ¡boom!, todos quieren ir a la catedral que acaba de pisar la it girl.
No es la primera vez que una visita del estilo termina redondeando los números de los grandes museos. Jay-Z y Beyoncé fueron los precursores del fenómeno en 2018. Su vídeo de seis minutos para la canción Apes**t en las inmediaciones del Louvre consiguió que el museo parisino rompiera récord de visitantes ese año, más de 10 millones.
La Mona Lisa, la Victoria de Samotracia y una crítica al racismo detrás de un arte casi sin figuras negras en los lienzos. Con este guión se plantó una de las parejas más mediáticas en el museo más conocido del mundo, que aunque no necesita publicidad, no le miró los dientes al caballo regalado. Y eso es, precisamente, lo que el Louvre o los Uffizi buscan, potenciarse a través de figuras con una amplia masa de seguidores.
¿Se animará alguna influencer española a mostrar en sus redes las delicias de nuestro país?
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