Olvidarse del mundo a la sombra de la caprichosa geografía de un árbol de la sangre de dragón o sumergiéndose en el universo que guardan las aguas cristalinas de una costa completamente virgen. Existe un edén en las aguas del Índico que haría las delicias de cualquier turista sediento de aventuras y llevaría al éxtasis a los amantes de la naturaleza. Ese tentador destino está en Yemen, aislado pero al mismo tiempo unido al incierto porvenir de un país roto en pedazos por la guerra.

“Socotra es una de las islas más bonitas del mundo por sus aves, sus árboles, sus plantas y, en definitiva, por su maravillosa naturaleza”, cuenta a El Independiente Manduh Saleh, un vecino de 27 años que acepta ser nuestro cicerone por los confines de la mayor isla de Yemen, un enclave emplazado a unos 350 kilómetros al sur de la costa de la Península Arábiga y a unos 240 kilómetros al este de la costa de Somalia.

Pescadores en la costa de Socotra
Pescadores en la costa de Socotra

'Las Galápagos del Índico'

Socotra, la principal de un archipiélago homónimo, es tan apetecible como inaccesible. Es uno de los rincones más recónditos del planeta, una joya que habitan unas 60.000 personas y que hace más de una década la ONU declaró Patrimonio Mundial. Su rico ecosistema, que le ha valido el sobrenombre de las “Galápagos del Índico”, resulta tan inalcanzable que hasta escasean las guías turísticas donde la mencionen. La última edición de la Lonely Planet, publicada a finales de los noventa, se vende en las librerías de segunda mano a precio de anticuario. “En los últimos años los primeros grupos de turistas han llegado a la isla y hoy la oportunidad tienta a muchos”, esboza el volumen a propósito de Socotra.

Por aquel entonces, los vientos soplaban a favor. Las autoridades acababan de firmar un contrato con una constructora egipcia para levantar una red de cinco hoteles de lujo, que aspiraban a ser los primeros alojamientos turísticos de la isla. La realidad cambió drásticamente hace seis años, cuando el grupo rebelde chií de los hutíes y el gobierno del presidente Abdo Rabu Mansur Hadi se enzarzaron en una guerra civil transfigurada en un conflicto regional que involucra a los vecinos Irán, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos.

La incipiente oferta turística de Socotra, su tímida irrupción en las agencias de viajes dedicadas a los periplos menos transitados, ha perecido bajo el ruido de las balas y la sed infinita de los señores de la guerra. Pocos han sido los peregrinos que se han internado en la isla. El año pasado, la crisis del coronavirus que paralizó el planeta alcanzó a Eva Zu Beck, una influencer polaca, en los dominios de Socotra. Fascinada por los paisajes y la hospitalidad, optó por quedarse atrapada en sus playas.

“No hay coronavirus en Socotra y, puesto que nadie ha llegado a la isla en la última semana, me parece un lugar mucho más seguro que quedarme en cualquier ciudad europea o en cualquier aeropuerto internacional”, arguyó la joven mientras compartía en sus redes sociales las instantáneas de playas solitarias y escarpadas sierras.

En los valles y montañas de Socotra, sacudidas por los monzones, las lluvias y la niebla, vive uno de los ecosistemas más diversos y singulares de la Tierra, investigado por los biólogos de la ONU en 1997. Por sus coordenadas crecen más de 800 especies de flora y sobrevuelan 192 aves. Bajo las aguas habitan 253 especies de corales, 730 de peces y 300 de cangrejos o langostas.

El viaje hasta aquí resulta bastante complicado. Solo hay un vuelo semanal

AMMAR SALEM, HABITANTE DE SOCOTRA

Alrededor del 37 por ciento de sus plantas y el 90 por ciento de sus reptiles -la mayoría serpientes- son autóctonos, muestras de una isla que se desgajó del continente africano durante el plioceno, en un lapso de tiempo que discurre entre hace 5,3 y 2,5 millones de años.

De tanta soledad la botánica de Socotra acabó por ser única. Y esa suerte de destierro, de ir por libre, también ha moldeado la voluntad de los humanos que la pueblan. “El viaje hasta aquí resulta bastante complicado. Solo hay un vuelo semanal hacia Mukala [capital de la provincia yemení de Hadramaut]. La mayoría de la gente prefiere el barco”, admite a este diario Ammar Salem, un profesor de biología en un instituto de la isla. Uno de los puntos de referencia, Adén, la capital del sur de Yemen, se encuentra a más de mil kilómetros de la isla.

Piscinas de sal en Socotra
Piscinas de sal en Socotra

Los zarpazos de la contienda

Savia seca del drago. ROD WADDINGTON

Su lejanía al Yemen peninsular les ha privado de algunos de los peligros que desangran a la nación más pobre del golfo Pérsico, un terruño plantado entre vecinos pudientes por el que campan a sus anchas el hambre y las enfermedades como el cólera o la difteria. “La situación aquí es tranquila y estable. La isla está lejos de los conflictos de Yemen y el resto de provincias”, confirma Saleh. “La guerra, sin embargo, nos ha afectado mucho. El coste de la vida se ha disparado porque todos los productos que consumimos aquí llegan a través de Hadramaut. Los precios se han duplicado”, lamenta el veinteañero desde Habidu, la capital isleña.

Los bombardeos no han destruido su callejero; arrasado las infraestructuras ni diezmado a su población, como sí ha sucedido tierra dentro, pero la contienda está más presente de lo imaginable en el edén de Socotra. La isla está hoy controlada “de facto” por Abu Dabi, el emirato que con sus reservas de petróleo y su poderío militar lidera Emiratos Árabes Unidos. La bautizada como “Esparta del Golfo” dispone de una base militar en la isla que usa como centro de espionaje del tráfico marítimo del estratégico estrecho de Mandeb. En los últimos meses, la prensa árabe ha informado de la llegada de decenas de turistas israelíes a Socotra en viajes organizados por Emiratos.

“Emiratos y otros países tienen ambiciones sobre la isla. Todos quieren aprovecharse de esta hermosa isla y explotar la pobreza en la que vive la población”, indica Saleh, muy crítico con el nuevo ocupante. “Emiratos ha mostrado interés por Socotra desde el inicio de la guerra pero el asunto se hizo evidente en mayo de 2018 cuando el Gobierno yemení censuró la llegada de tropas emiratíes que tomaron el puerto y aeropuerto de Socotra”, explica a este diario Elisabeth Kendall, investigadora de la Universidad británica de Oxford.

Los saudíes, que se han enfrentado a los emiratíes a propósito de Yemen y apoyado a grupos rivales en una interminable guerra, también desplegaron a sus uniformados en la isla. “Los saudíes enviaron tropas con el pretexto de rebajar las tensiones y preservar la soberanía yemení. Dijeron que Socotra sería su epicentro para las operaciones de reconstrucción de Yemen pero resulta altamente improbable. Socotra está a 380 kilómetros de la costa yemení y sería ilógico coordinar desde allí operaciones para el resto del país”, subraya Kendall.

Marco Polo pasó por aquí en el siglo XIII. Socotra sirvió de entrada regional al colonialismo europeo. Primero la conquistaron los portugueses y, entre 1876 y 1967, estuvo bajo dominio británico

Una isla cotizada

El embrujo de Socotra, ubicada en la ruta marítima que enfilan petroleros y demás cargueros por el mar Rojo, viene de lejos. Sus primeros habitantes datan del paleolítico y cuentan que el apóstol Tomás estableció una congregación cristiana en un páramo que por aquel entonces, bajo influencia grecorromana, se llamaba “Dioskouridou”. La población abrazó el credo de Jesús alrededor del siglo VII y Marco Polo pasó por aquí seis siglos después. Socotra sirvió de entrada regional al colonialismo europeo. Primero la conquistaron los portugueses en el siglo XVI y entre 1876 y 1967 estuvo bajo dominio británico.

Socotra está estratégicamente situada para la seguridad y el comercio

Elisabeth Kendall, investigadora de la Universidad británica de Oxford

“Está estratégicamente situada para la seguridad y el comercio”, recalca Kendall. Durante la Guerra Fría, Socotra perteneció a la República Democrática Popular del Yemen, un Estado que entre 1967 y 1990 ocupó el sur del país. Por aquellas décadas los soviéticos llegaron a establecer una base naval en sus paisajes de oasis y dragos, un árbol cuya savia es empleada como incienso, tinte y medicina tradicional.

Sin turistas que puedan quedar deslumbrados por su belleza natural, la población se gana la vida en las tareas que proveen la tierra y el mar. “La mayoría de la gente trabaja como pescadores en las zonas costeras y como ganaderos en el interior, principalmente de vacas y cabras”, admite Salem. Las penurias que hoy ahogan Socotra no han vencido, sin embargo, la determinación de Saleh, un veinteañero orgulloso de su tierra. “Es donde nací y crecí. A veces pienso en emigrar a otro país pero siempre acabo optando por permanecer en Socotra, mi patria”, concluye.