Ya está. Esta mañana, Cristina de Borbón e Iñaki Urdangarín, ex-duques de Palma, enviaban un comunicado a EFE donde anunciaban "de común acuerdo", "la interrupción" de su matrimonio (menos mal que no han optado por la tontería de "cese temporal de la convivencia"). Llegó lo que todos esperábamos desde el miércoles pasado, cuando la revista Lecturas publicó las fotos de él con otra de la mano (luego supimos que se trataba de Ainhoa Armentia, una contable del despacho de abogados de Vitoria donde trabaja Iñaki). La infanta Cristina se apresuró a asegurar rápidamente, vía Hola, que ella ya lo sabía, aunque todo apunta a que se enteró tan sólo un día antes, cuando Lecturas envió la portada a Casa Real para su información. Cuentan los mentideros que el shock en Zarzuela fue tremendo, aunque no hubo mucha sorpresa. Al fin y al cabo, se sabía desde hacía años que Iñaki tenía sus affaires, si bien nadie pensó que llegaría al punto de dejarse fotografiar con alguna amiga en actitud que no dejase lugar a dudas.

Lo que lleva a la pregunta del millón que ha mantenido en vilo a media España desde hace días: ¿todo esto ha sido un robado, el desafortunado desenlace de un descuido, o ha habido algo más? ¿Quería Iñaki ser cazado? Y si es así, ¿por qué?

La pregunta del millón es: ¿todo esto ha sido un robado, el desafortunado desenlace de un descuido, o ha habido algo más? ¿Quería ser Iñaki cazado? Y si es así, ¿por qué?

Respuestas hay para todos los gustos. Los partidarios del no, de que Iñaki no ha provocado todo esto, alegan que el ex-duque de Palma no era últimamente demasiado perseguido por los fotógrafos, por lo que se debió, simplemente, confiarse. Además, debió pensar, portaba la mascarilla y en Bidart, donde los cazaron, todos o casi todos lo conocen y nadie le persigue ni le dice nada. Que se sentía resguardado de las lentes de fotógrafos profesionales, vaya. Las fotos, desde luego, no tienen excesiva calidad (algunas parecen hechas con un móvil), por lo que queda descartada la intervención de un paparazzi avispado.  Más bien parece la obra de alguien que, casualmente, pasaba por allí y se debió dar cuenta de que aquel tipo tan alto era Iñaki Urdangarín y que la chica rubia con la que iba de la mano no era la infanta Cristina.

Sin embargo, precisamente esta teoría --que fue todo una carambola del destino que surgió por pura casualidad-- no cuadra a los partidarios de que todo estaba amañado. Puede que a Urdangarín ya no lo persiguieran los fotógrafos como antes, pero sigue siendo el cuñado del Rey, marido de una infanta de España, un tipo que ha cumplido una larga condena por un escándalo de corrupción que ha dado la vuelta al mundo. Pensar que alguien no te va a reconocer y a hacerte una foto con un móvil es de una ingenuidad que espanta. Aparte, ¿no va con escoltas? Es imposible que salgan imágenes así contra su voluntad si tenía protección.

Por todo ello, muchos apuntan a que Urdangarín, simplemente, ha querido decir basta con estas fotos. Punto y final. Borrón y cuenta nueva. Pasar página, dejar atrás un matrimonio y una historia con los Borbones que pensó que le reportaría pingües beneficios económicos y, por el contrario, lo ha acabado destruyendo. Si es así, y puede que lo sea (o no), desde luego habría actuado con mucha torpeza y falta de delicadeza --la humillación hacia la madre de sus cuatro hijos no deja de ser mayúscula--, pero Iñaki nos tiene ya acostumbrado a estos golpes de efecto que mezclan la ingenuidad con la soberbia: al fin y al cabo, no sería la primera vez que comete un escándalo sonado sin pensar mucho en las consecuencias (pensemos en el caso Noós, por ejemplo).

Además, dicen quienes la conocen o dicen conocer, que la infanta Cristina no hubiese cedido nunca a un divorcio de no haber sido por algo tan público y explícito. Todos aseveran que, de no haber sido por las imágenes publicadas, el divorcio --o perdón, "la interrupción de su relación matrimonial"-- hubiese sido impensable. Pero la humillación ha sido demasiado descarada y notoria. La infanta Cristina, según se rumorea, está destrozada. Ya no hay vuelta atrás.

Un matrimonio siempre en la cuerda floja

Sea como fuere, las fotos y el comunicado de hoy de EFE confirman el final de una relación que siempre estuvo en la cuerda floja. Los mentideros de Madrid aseguran que Juan Carlos nunca vio con buenos ojos el matrimonio de su segunda hija con aquel guaperas de quien debía tener información no del todo positiva. Era imposible que a Zarzuela no le hubiera llegado que el entonces jugador de balonmano del Barça y de la selección olímpica española tenía una novia "de toda la vida" con la que estaba a punto de casarse. Poco de fiar, debió pensar el entonces Rey, el cual --siempre según los mentideros-- querría haber puesto punto y final a aquel romance errático y cargado de malos agüeros y, como después haría con Eva Sannum sin un resquicio de miramientos, pudo haber puesto en marcha una campaña mediática contraria a aquel disparate de boda.

Pero la infanta Cristina --obcecada como buena Borbón y acostumbrada siempre a hacer lo que le ha venido en gana--, no quería ni oír hablar de abandonar a aquel chico guapísimo, rubio, alto y con ojos azules, del que se había enamorado --o, al menos, encamprichado-- hasta el tuétano. Conocerlo, lo que se dice conocerlo, no lo conocía bien, eso está claro. Desde que se vieron por primera vez en las olimpiadas de Sydney hasta que pasaron por el altar en la catedral de Barcelona el 4 de octubre de 1997 no pasó más que un año.

Un cuento de hadas que nunca existió

La prensa del momento --mucha (que no toda) de un cortesano y cursi con la monarquía que desconcertaba-- evitó publicar y pronunciarse sobre lo que sabían de buena tinta --que todo apuntaba que aquel chico no era del todo trigo limpio-- y, en cambio, nos intentó vender un cuento de hadas: el atleta olímpico con tipazo de galán de cine con la princesa moderna, profesional y muy independiente. A Cristina, a la que prácticamente nadie había tenido en cuenta hasta entonces, se convirtió de la noche a la mañana en la nueva chica de oro de la Casa Real. De no ser nadie en la familia, a convertirse en lo que ahora se denominaría una power couple, una pareja que triunfa en los medios y a la que todos admiran. Lo suyo parecía una serie de Netflix para llenar las tardes de sobremesa, vaya.

Los retoños --cuatro en total, tres chicos y una niña, Irene--, todos rubios y monísimos y, como ha dejado claro estos días Pablo Nicolás, de una educación exquisita, confirmaron y reafirmaron la imagen impoluta de los entonces duques de Palma.

Pero los problemas comenzaron enseguida. Según propios y extraños, a él le empezó a gustar demasiado el lujo y la buena vida. Que si los veranos en Marivent con un yate enorme, que si los inviernos en Baqueira, que si amigos de postín en las familias reales de media Europa, que si palacios, palacetes, chalets y viajes a destinos carísimos. Se dijo en su momento que muchos de sus amigos de toda la vida tuvieron que dejar de verlo porque no podían seguir el ritmo.

Iñaki, claro, quiso ponerse a la misma altura que sus nuevas amistades, cuando él, en realidad, aunque venía de una familia con cierto patrimonio, no dejaba de ser un chico de clase media que ganaba un sueldo de deportista de balonmano. Juan Carlos intentó colocarlo en el COI, en un puesto institucional aburrido, sin capacidad ejecutiva real, pero muy respetable de cara a la galería. Lo ideal para un yerno de un monarca que no tenía ni estudios universitarios acabados. Pero él tenía otros planes. Quería ser él mismo, emprender, tener negocios, algo para lo que no estaba, ni de lejos preparado.

Una vida de postín y lujo

Iñaki Urdangarín volvió a la universidad y, aunque siempre había sido mal estudiante, se sacó en tiempo récord la carrera de Dirección de Empresas en ESADE. Según publicó un diario catalán años más tarde, Urdangarín hizo una carrera de cinco años en tan sólo dos. Muchos alumnos de su misma promoción no recordaban haberlo visto nunca en clase.

Pero semejante detalle no fue obstáculo para que, título en mano, comenzase una carrera supuestamente meteórica al lado de su socio, Diego Torres, un profesor de ESADE. Urdangarín quería ser de verdad “el hombre perfecto”, como le describía la prensa, y eso implicaba “no ser un florero como Marichalar”, según él mismo explicaba. 

Creó la empresa Noós y, al principio, todo parecía irle viento en popa. Al menos, su tren de vida dejaba entrever que sus ingresos debían ser estratosféricos. Los cuatro niños fueron apuntados al Liceo francés y el matrimonio se compró un palacete de 2.000 metros cuadrados en Pedralbes, el barrio más pijo de Barcelona y uno de los más caros. Se rumoreó en su momento que, entre la compra (y las reformas posteriores), la infanta e Iñaki se dejaron la friolera de ocho millones de euros. 

Comienzan los problemas

En el 2006, los asesores de Zarzuela informaron a Juan Carlos de que Noós acumulaba demasiadas irregularidades y que un escándalo mayúsculo podía explotar en cualquier momento. Casa Real no dudó en enviar a Cristina e Iñaki y sus hijos bien lejos: en el 2009, se instalaron en Washington.

Pero ni aquel exilio sirvió para calmar los ánimos y, en el 2011, el juez Castro imputó a Iñaki. Se le acusó de tráfico de influencias, prevaricación, fraude y malversación de fondos públicos. Juan Carlos, cabreado en grado máximo, ordenó el divorcio inmediato, pero Cristina, de nuevo más terca que una mula, en vez de separarse, se unió más a su marido. Irónicamente, se convirtieron en el matrimonio mejor avenido dentro de una familia que, como pronto descubriría toda España, era disfuncional en extremo.

Cristina e Iñaki se instalaron al cabo de un tiempo en Barcelona, el lugar donde habían sido felices y habían triunfado en sus años dorados. Pero fue un calvario. Les gritaban en los restaurantes e incluso los insultaron por las calles.

Mientras tanto, el caso Noós iba convirtiéndose en un escándalo cada vez más grande y peligroso para la supervivencia de la monarquía. Hoy nadie duda de que, más que Corinna, el elefante de Botsuana y las supuestas comisiones, lo que de verdad hizo caer a Juan Carlos y forzó su abdicación fue Iñaki Urdangarín. Aunque éste, por lo que se cuenta, siempre ha debido sospechar que podría haber sido una víctima de todo aquello. El cabeza de turco de un entramado donde el dinero corría, presuntamente, con excesiva fluidez y en donde sus protagonistas se sintieron durante años impunes a cualquier tipo de control.

Cristina debió creer lo mismo. Que ellos eran en realidad las víctimas y no los culpables de lo que pasaba en la monarquía. Por eso, a pesar de las presiones que recibió por parte de todos, sobre todo de su padre y de su hermano Felipe, con el que estaba muy unida, siguió con Iñaki. Parecía que el matrimonio era indestructible y que podría aguantar lo que le echasen. Cualquier nuevo escándalo era rápidamente superado. Ni la imputación de la infanta --que aseguró confiar plenamente en su marido--, ni la aparición de correos electrónicos donde se dejaba claro que él le había sido infiel con la mujer de un amigo, pudieron con la unión. Nada hacía tambalear a Cristina e Iñaki.

Es más: se recluyeron en Suiza con sus hijos y aseguraron por activa y por pasiva que eran inocentes. Hasta que el juez, finalmente, dictó sentencia contra Urdangarín y éste tuvo que entrar en la prisión abulense de Brieva en junio del 2018.

Todo parecía que iba a seguir igual

Hace un año, cuando Urdangarín logró el tercer grado, parecía que el calvario quedaba atrás o, al menos, se vislumbraba la luz al final del túnel. Eso, al menos, es lo que debió pensar la infanta Cristina, quien parecía decidida a recupera lo que ella creía que era un matrimonio que, a pesar de todos sus problemas, podía funcionar, aunque sólo fuera de cara a la galería.

Se les fotografió juntos en Baqueira y pasaron juntos las Navidades en Vitoria. También se les vio en Barcelona. Pero la humillación pública --insisto-- ha sido demasiado grande. Ha sido la gota que ha colmado el vaso.

Urdangarín tendría que haber sido mucho más discreto, de eso no cabe la menor duda. La situación no ayuda a nadie y, a él, mucho menos. Podría haber disfrutado de una vida tranquila en Vitoria sin que nadie le dijera nada, pero ahora va a ser de nuevo perseguido por los fotógrafos. Va a haber especulaciones continuas sobre su vida. Van a seguir a sus hijos.

No es la mejor forma, desde luego, de empezar una nueva vida.