Nos vendieron Las claves del siglo XXI como la televisión de calidad, el referente de lo que tenía que hacer una cadena pública: un programa riguroso, que centrase el debate con datos y argumentos y luchara contra la desinformación, eso que ahora se llama fake news y que toda la vida se ha conocido como noticias falsas.
Nos vendieron Las claves del siglo XXI como un programa valiente y arriesgado, que iba a poner a hablar a expertos en una franja horaria de prime time mientras otras cadenas apostaban por otros formatos (Telecinco, sin ir más lejos, ayer emitió Montealto, sobre Rocío Carrasco y su madre, Rocío Jurado). Era un espacio para abordar los temas de actualidad desde la seriedad, nos perjuraron. "Vamos a traer a gente que sabe", apuntó el presentador, Javier Ruiz, "y vamos a acabar con el cuñadismo, con el todo el mundo opina de todo". Por su parte, Esteve Crespo, director de contenidos informativos de RTVE aseguró que "es una apuesta por el contexto, por alejarnos de la bronca y la polarización".
Iba a ser un programa, vaya, que devolviese a las pantallas el nivel altísimo de aquel mítico 'La clave' que presentaba a finales de los setenta José Luis Balbín. El parecido del nombre de ambos programas --La clave y La clave del siglo XXI-- no es casual: TVE se puso en contacto con Balbín para que cediera sus derechos sobre la marca, pero éste se negó. En un comunicado, Balbín explicó que el nombre "no está en venta y permanecerá por siempre vinculada al mítico programa de debate".
Sin ritmo
Nos prometieron muchas cosas, desde luego, pero de tantas expectativas, el resultado no podría haber sido más decepcionante. Las claves del siglo XXI es un tostón con pésimo guion, sin ritmo y con muchas ínfulas. El público, además, no es que lo haya acompañado: en la primera entrega sólo consiguió el 5,5% del share o, lo que es lo mismo, unas 533.000 personas. En la segunda y tercera entrega los datos fueron aún peores. Y eso que contó con gente realmente mediática, como la cantante Chanel. Desde luego, ha sido uno de los peores estrenos de la era de José Manuel Pérez Tornero al frente de RTVE.
Que conste que estoy totalmente a favor de una televisión pública de calidad y que me encantan los programas informativos rigurosos, pero es un error creer que rigor sea sinónimo de aburrimiento supino y, sobre todo, que sólo sea verdad, la verdad fetén, la verdad de la buena, lo que se piense desde unas formaciones políticas determinadas. El programa, que pretendía ser imparcial y riguroso, en realidad sólo miraba ideológicamente para un lado y aprovechaba a la mínima para echar barro a formaciones políticas que no comulgaban con su credo. Lo que más que significar neutralidad implicaba cierto sectarismo mal disimulado.
El problema es que aún hay programa para rato. Inicialmente estaba previsto que hubiera 13 entregas. Se ha publicado en algunos medios que el presentador, Javier Ruiz, muy afín a Pedro Sánchez, por cierto, se estaría embolsando 6.000 euros por programa. Ahí es nada. Aún tendremos que aguantarlo una temporada entera.
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