En su Granada natal se habría ganado el apelativo de “chavea”. Con todas las de la ley. Como si los 77 tacos no pesaran, Miguel Ríos celebró este viernes el aniversario de su Rock & Ríos, el mítico concierto que hace 40 años marcó un hito en la escena del rock nacional. Lo hizo ante un auditorio entregado y con dos horas y media de repertorio, arropado por "compañeros de fatigas" de varios "generaciones límite", desde Rosendo, Víctor Manuel o Ariel Rot hasta Amaral o Vetusta Morla. “Joder, era una fiesta pero yo estoy reventado”, declaró entre risas cuando el concierto apuraba sus últimas canciones.

A las diez de la noche, puntual con la historia, la figura de Ríos se deslizó por el escenario del Wizink Center, entre el clamor cómplice de 12.000 personas. Enfundado en cazadora de cuero negra, saltó al ruedo con el mismo himno: “Buenas noches, bienvenidos/ Hijos del rock and roll/ Os saludan los aliados de la noche/ Bienvenidos al concierto/ Gracias por estar aquí”. Un saludo a “los hijos del rocanrol” que unió, en pie y a gritos, a varios generaciones. “40 años esperando a esto. Gracias, aunque muchos de vosotros no habríais nacido”, reconoció el granadino.

Quienes sí estuvieron aquel 4 y 5 de marzo de 1982 en el Pabellón del Real Madrid y repitieron este viernes fueron sus “aliados de la noche”: Mario Argandoña, batería; Tato Gómez, bajo; John Parsons, guitarra; Antonio García de Diego, guitarra y voces; José Nortes, guitarra; Mariano Díaz, teclados; Thijs van Leer, piano y órgano. Solo faltaron los fallecidos Sergio Castillo y Paco Palacios, que merecieron un recuerdo junto otros amigos que se fueron. “Ésta es la batería de Sergio Castillo, la misma que usó en aquel concierto de hace 40 años. Hoy la toca Pablo Nerea, un chaval de 18 años que está debutando con nosotros”, explicó el capitán del espectáculo.

No sé por cuánta generaciones límites habremos pasado. En este concierto habrá unas cuantas. La esperanza es que hay siempre una nueva ola

Hace cuatro décadas el Rock & Ríos primigenio fue un alarde tecnológico. Un espectáculo redondo que supuso una bocanada de aire fresco en plena transición política y también musical de un país que dejaba atrás a los grises y se lanzaba hacia la Movida. “Un espectáculo de la era del vídeo. La magia del rayo láser. Pantallas gigantes. 200.000 Wats. de luz, 15.000 Wats. de sonido...”, presumía la cartelería entonces. Para la gesta, Ríos contrató incluso equipos que habían sido usados por rostros como Peter Gabriel y que, tras permanecer retenidos en la frontera de Irún, llegaron de milagro al concierto. Justo para “tirar micros y cables” y grabar el disco en directo. “Lo hicieron porque no sabían que era imposible”, reconoció el protagonista.

“No sé por cuánta generaciones límites habremos pasado. En este concierto habrá unas cuantas. La esperanza es que hay siempre una nueva ola”, reconoció Ríos. Y luego la música bajo una pantalla con fogonazos de estas décadas, desde el atentado de Hipercor a los del 11-M, las victorias políticas y deportivas y la pandemia: “Estás en la generación límite/ Y ya no hay rastro de los viejos sueños”. En un tiempo de delirios bélicos e imperiales, la leyenda del rocanrol patrio lanzó un “No a ninguna puta guerra”. “Quizás sea un iluso pero siempre he tenido fe en el ser humano, hay más gente buena que mala, aunque parece que son más poderosos. No podemos ni queremos ni debemos olvidar la cruel invasión de Ucrania. Nos negamos a pasar página”, deslizó.

Ríos se salió del guión fijado hace 40 años para entonar Oración, una plegaria escrita por Luis García Montero en los prolegómenos de la invasión estadounidense de Irak en 2003. “A vosotros, que cortáis la manzana de la muerte/ con el anonimato de una guerra,/ os pido caridad”, murmuró. “No logramos parar la guerra pero salvamos la dignidad”, manifestó Ríos entre un mar de luces, las mismas que volvieron a asomar con el Himno a la alegría.

No veas lo que pesan 40 tacos. Se me han subido y los tengo de corbata

Para entonces, el auditorio había abandonado los asientos y se agitaba con puños en alto, como “seres eléctricos”. “No veas lo que pesan 40 tacos. Se me han subido y los tengo de corbata. Antes tenía otra cosa. Ahora no, ahora son los gemelos”, confesó entre risas. Ríos se apoyó astutamente en la banda y en su larga lista de artistas invitados para las dos horas largas de recital. Su entrega fue poética, total y portentosa. Solo conoció un desliz, cuando debió parar y comenzar desde el inicio Al sur de Granada. “Perdonad. Es otro tono. Es la edad. Lo siento”, se excusó. Pero el público, extasiado, respondió con aplausos.

Por el escenario desfilaron desde Anni B Sweet o Shuarma (de Elefantes) hasta Carlos Tarque (de M-Clan), Ainoa Buitrago, Javier Ruibal junto a su hija Lucía con el celebrado taconeo para la "experimental" Al Ándalus, el coro góspel de Rebeca Rods, Mikel Izal y Pucho y Guille Galván, de Vetusta Morla. Uno de los instantes más emotivos fue el que compartió con Víctor Manuel, con El blues del autobús como ligazón. “La letra de esta canción representa nuestra vida. Cuando la cantas sabes que ha estado en el quinto infierno”, dijo.

La apoteosis de Mike Ríos, el Rey del Twist llegó con los bises, transfigurados en un homenaje a los viejos rockeros que, ya se sabe, nunca mueren. Ariel Rot le acompañó en Sábado a la noche; Alejo Stivel en Rock&roll en la plaza del pueblo; Johnny Burning en Mueve tus caderas; los Topo en Mis amigos dónde estarán. Rosendo, en otro de los momentos mágicos del concierto, ha entonado Maneras de vivir de Leño.

Cerró, como una noche de marzo de hace cuatro décadas, Lúa, Lúa, Lúa: "Lúa se parece a un ciclón/Lúa es un proyecto de rockera en do mayor". Una reivindicación del Rocanrol Bumerang (“El Rock es un Búmeran/ Por eso siempre volverá”). Miguel Ríos repite la noche de este sábado en el Wizink, donde el lleno vuelve a estar asegurado. Amenaza con no jubilarse nunca: “Vamos a seguir de gira porque estoy harto de dar saltos”.