"Tan de Madrid como Tomavistas" se podía leer en las vallas que cercaban el ya icónico festival que se celebra cada primavera en el Parque Tierno Galván de Madrid. Y es que en una ciudad en la que parece costar tanto organizar un festival de música con solvencia, accesibilidad y tradición, el Tomavistas saca pecho por su identidad castiza en un año marcado por el experimento fallido del Primavera Sound de Arganda y un nuevo cambio de ubicación del MadCool.

Los organizadores han entendido que la fuerza de su marca está precisamente en su personalidad y, en esta edición, han aprendido que la idea de llevarse el festival a Ifema el año pasado fue un error. Puede que les permitiera confeccionar un cartel más espectacular, pero se dejaron en el camino la parte más importante de su esencia, el Tierno.

Lo que les ha quedado en esta séptima edición en el parque es una vuelta a lo que les hizo grandes: un festival urbano y familiar, en un entorno agradable y sin excesivas masificaciones. Todo ello sin olvidar el auténtico objetivo: celebrar la música. Este año han configurado un cartel capaz de atraer distintas generaciones y estilos, pero dentro de una coherencia lógica que no desentona con un equilibrio entre lo comercial y lo indie.

Parque Enrique Tierno Galván.
Parque Enrique Tierno Galván. Adrián YR

El plantel de este año ha sido una mezcla de clásicos ya consolidados de la escena indie como los británicos The Vaccines o Metronomy, con otros nacionales como La casa azul, los Punsetes, Sidonie o La Bien Querida. Pero, fiel a su carácter local, también ha servido para dar a conocer (o conocer mejor) a algunos artistas emergentes, que cada vez lo son menos, como Ginebras, Shego, Judeline, Depresión Sonora, Cala Vento, Niña Polaca, Menta o La Paloma; relanzar la carrera de viejos conocidos en solitario como Carlangas o sorprender con conceptos como La Élite o Margarita Quebrada.

Obviamente este formato tiene algunas pegas, como que los conciertos tengan que empezar tan pronto, cuando el exceso de calor todavía puede empañarlos, o la ubicuidad de un segundo escenario con desniveles, mejor para ver, incómodo para bailar. Aun así, Tomavistas mantiene esa esencia de "fiestas de barrio", sin grandes espacios publicitarios y con un montón de familias enteras pasando el día con sus hijos. Es cierto que, los precios en las barras son igual de caros que en cualquier festival, pero la posibilidad de llevar tu propio bocadillo y tener fuentes de agua siempre es un plus.

Primer día: Carlangas se monta su propia verbena en una 'fiesta pop'

En su inauguración, el ambiente empezó oscilando entre el estilo postpunk de bandas como Menta o Depresión Sonora y las guitarras rockeras de Niña Polaca o las Shego, para luego quedar dar paso a una 'fiesta pop' en el escenario grande con Ginebras, en lo que pareció un calentamiento para su estreno en el Wizink, y el sonido dosmilero de La La Love You cerrando la noche. Pero si hay que destacar un concierto de esta primera jornada, ese fue el de Carlangas (ex de Novedades Carmiña) que, aunque tocó en el segundo escenario, consiguió montar su propia verbena gracias a una banda (Los Cubatas) tan ecléctica como divertida.

Justin Young (The Vaccines) durante su concierto en el Tomavistas.
Justin Young (The Vaccines) durante su concierto en el Tomavistas. Adrián YR

Segundo día: indie-rock de siempre y una performance de Justin Young (The Vaccines)

La tarde del viernes estuvo protagonizada por un trío de grupos que comparten generación: Perro, Triángulo de Amor Bizarro y Mujeres. Tres bandas que han quemado las carreteras españolas sumando adeptos gracias a la electricidad de sus directos. Sin embargo, en el segundo día brillaba por encima de todos el nombre de The Vaccines. Los de Londres supieron dar al público del Tomavistas lo que se esperaba de ellos. Un repertorio marcado por las canciones de sus primeros álbumes y una actuación performática de Justin Young, que acaparó todo el protagonismo con su actitud de british dandy, consolidando esa imagen de rockstar elegante que recuerda a sus compatriotas Alex Turner o Miles Kane. Con un estilo setentero, también dieron mucho juego los franceses de La Femme, calentando lo que sería el cierre multitudinario de La Casa Azul, con un auténtico espectáculo visual y auditivo a ritmo de electropop.

Los Punsetes durante su concierto en el Tomavistas.
Los Punsetes durante su concierto en el Tomavistas. Óscar L. Tejeda

Tercer día: Los Punsetes tiran de folclore y La Élite demuestra que el punk no ha muerto

El tercer y último día del festival fue una frenética y calurosa maratón que comenzó desde bien temprano con el concierto de Dani a las 13:15. El termostato ya marcaba alto mientras La Bien Querida congregaba a los primeros asistentes en el escenario central. A los de La Paloma les tocó bailar con la más fea en un escenario sin una sola sombra a las cuatro de la tarde, prometieron compensar a los fieles que allí permanecieron con una fecha próxima en la Ochoymedio. La música americana tuvo representación con los californianos Allah-Las y los chicos de Cala Vento demostraron que ya se han quitado el sambenito de grupo emergente, en la presentación de su último álbum, Casa Linda. La puesta en escena de Los Punsetes, con Ariadna Paniagua vestida de folclórica rojigualda parecían una banda de punk conceptual. Después le llegó el turno Sidonie, que echaba de menos al público del Tomavistas tras nueve años y decidieron dedicar parte del concierto a estar entre ellos. La gran sorpresa de la jornada fueron los catalanes de La Élite. Con apenas un micrófono y una mesa de mezclas ofrecieron un directo distinto, rabioso, sucio y sin complejos, demostrando que el punk no ha muerto, solo que ahora es electrónico. Electrónico también fue el concierto de Metronomy, los británicos confeccionaron un concierto muy instrumental que clausuró el festival como una gran fiesta de bailes despreocupados al son de su música ligera.

La Élite junto a Hofe en el Tomavistas.
La Élite junto a Hofe en el Tomavistas. Adrián YR

Después de los conciertos no hubo grandes aglomeraciones, esperas ni estampidas. El metro aún estaba abierto y la vuelta a casa no fue ninguna odisea. El Tomavistas cerró la edición de este año con la sensación de que no es tan complicado organizar un festival accesible y de calidad en Madrid. Sin polémicas ni masificaciones, un festival pensado para que la gente pueda centrarse en lo realmente importante, disfrutar de buena música en buena compañía.