A Juan Ortega le llegó el día señalaíto y todo el mundo, en la Puerta del Príncipe o en el hotel Colón con una ovación al bajar victorioso de la habitación -eso debe de ser de aquella manera-, lo cacareó entre abrazos de tarde grande.

Ortega acababa de cortar las orejas en Sevilla a un toro de Domingo Hernández el Lunes de Feria, qué más se puede pedir. El torero trianero, ingeniero agrónomo y hombre público hace poquitos meses por su no-boda en Jerez, ha culminado su sueño en su décima temporada de matador. Ni en lo profesional ni en lo humano -33 años- es un chiquillo, arrastra horas y horas, días y días de entrenamiento extenuante con Pepe Luis Vargas, El Maestro, quien creyó en él y así se lo hizo saber a las puertas de la Macarena.

Dio la sensación de que Ortega pudo incluso llegar a acordarse de los malos tragos de hace unos meses -cuando se hizo hombre público, hasta que contó todo a Carlos Herrera y volvió a su intimidad de los trastos- con lo que confesó en la entrevista en OneToro al salir pletórico, rendido, de La Maestranza. "Llevaba mucho tiempo esperando, muchas peleas con uno mismo cuando no le coge el compás a las cosas. Pero soy paciente y todo llega".

Coger el compás a las cosas. Aquí Juan volvió a cortar las orejas.

Ese toro, de guapísima expresión -y por eso embisten los animales, dijo el torero-, se lo había brindado a Pepe Luis Vázquez, hijo de la leyenda sevillana de mismo nombre a quien dio la triste sensación de que apenas unos cuantos reconocieron. Juan le dio las gracias a Pepe Luis por todo lo que familia Vázquez ha dado a Sevilla, "por tanto arte y tanta sensibilidad".

Esa sensibilidad sublime tiró después del noble ejemplar de Domingo Hernández en una faena unánimemente cantada por los que más saben y que será repetida -entera o por bloques- en las redes sociales, el gran escenario de estos tiempos en el que Juan Ortega es un pionero imitado ya por muchos otros.

Juan ha tenido este Lunes de Feria -casi nada- su día señalaíto, el de los gitanos de temporá de Raimundo Amador, y aún le queda otra corrida el sábado 20. Y luego por supuesto San Isidro y todas las grandes ferias de la temporada.

Por eso se le esbozaba una sonrisilla al destacar de la faena que consiguió llevar al toro "muy despacito, hasta que parecía que se frenaba, y ahí la gente perdía los papeles".

Perder los papeles. Otras dos orejas.