La muerte del papa le ha aguado a Pedro Ruiz la promoción de Mi vida es una anécdota, el espectáculo con el que viene celebrando medio siglo de carrera y que los días 2, 3 y 4 de mayo presenta en la Sala Verde de los Teatros del Canal de Madrid. Este "artista que conversa", según su propia definición, observa ese otro espectáculo, el de las exequias de Francisco y los prolegómenos del cónclave, con una sonrisa, "no de burla, sino de condescendencia con nosotros mismos. He acuñado una frase últimamente: me damos mucha pena, me damos mucha risa y me aburrimos. De repente el telediario de la televisión más de izquierdas comulga con una parte de lo que dijo el pontífice, del mismo modo que en Semana Santa ves tocando el tambor a 500 personas que nunca van a misa. Yo lo respeto mucho, pero la fe es como una cantimplora para atravesar el desierto".

Sobre la mesa de la sala de los Teatros del Canal donde tiene lugar la conversación, junto a un sencillo teléfono móvil plegable de los que se llaman tontos con el que Pedro Ruiz se mantiene comunicado pero se protege de la cháchara digital, hay una pila de ejemplares de uno de sus libros, que obsequia y dedica a los periodistas que vienen a entrevistarle, porque es el Día del Libro. También una carpeta de cartón a reventar donde guarda un manuscrito de su puño y letra que acaba de entregar a la editorial Algaida. "Lo he escrito en estos días de vacaciones. Escribir a mano también da salud y centra mucho el cerebro". 

La salud es uno de los temas de Pedro Ruiz. A sus 77 años presume de estar hecho un roble. "No cojo nada, no he pasado una noche en una clínica en mi vida, no me hago análisis, no tomo ninguna pastilla. Lo que tenga que venirme ya me vendrá y me matará. El hombre más rico del mundo de mi edad pagaría por mi salud y no se la vendo. Soy más rico que él". 

Hay una rutina diaria que forma parte de la mitología del personaje y que según él explica esta envidiable salud de hierro: la zambullida matinal en su piscina, todos los días del año, que viene practicando desde hace décadas, mucho antes de que los influencers del fitness pusieran de moda las inmersiones en agua helada. "Te blinda, te pone a punto el sistema inmunológico", asegura. "El salto mortal que hago en la piscina es también una metáfora de la vida. Yo quiero que mi impulso me pertenezca".

Cincuenta años no es nada

Pedro Ruiz muestra una reproducción de una página del diario Pueblo de marzo de 1974. Es la crónica firmada por Carmen Rigalt del acto en el que tuvo lugar el primer show que ofreció en Madrid y que acabó en relativo escándalo. Fue durante una fiesta en el Club Siglo XXI ante varios centenares de invitados, la crema del franquismo –Carlos Arias Navarro, la hija de Franco, la duquesa de Alba, el cuerpo diplomático–, puesta del largo del llamado espíritu del 12 de febrero, en referencia al discurso aperturista pronunciado en esa fecha ante las Cortes por el presidente del Gobierno. 

"Yo hacía por entonces un espectáculo en la sala Don Chufo de Barcelona. Vinieron a verme, les pareció que era estupendo para legitimar la apertura que querían vender y me trajeron. Lo cierto es que el show era incorrectísimo para la época, era romperle el himen a la sociedad en aquel momento, y allí estaba toda la carcundia". Se creyó lo de la apertura y no dudó en imitar a curas y políticos como el falangista José Solís, la sonrisa del régimen. "Algunos se levantaron y pidieron que me callara, que aquello no tenía ninguna gracia. Se pelearon entre ellos, los del Opus con los de Falange, encendieron las luces, se paró el espectáculo tres veces. Casi me echan del país". 

"En la Transición todo el mundo empujaba hacia la luz. Ahora todo el mundo vuelve a empujar hacia la sombra"

Fuera o no para tanto, desde entonces Pedro Ruiz ha desplegado en los escenarios y en la televisión su particular sentido del humor y del espectáculo. Ejerció el periodismo deportivo, inventó y bautizó Estudio Estadio, aunque se hizo popular con las imitaciones. "Así se empieza siempre, aunque un día dejas de hacerlo. Siempre se lo digo a Carlos Latre, en algún momento te cansarás de imitar a Pedrerol y querrás decir tus cosas". 

Pedro Ruiz durante la entrevista con El Independiente.
Pedro Ruiz durante la entrevista con El Independiente.

Barcelonés hijo de vallisoletano y andaluza, él chófer y ella vendedora de bacalao, Ruiz ya organizaba con diez años la fiesta de la calle del Camp, en Sant Gervasi, donde vivía con su familia. Era un "tímido con recursos" que descubrió muy pronto el potencial subversivo del humor.

Bufonesco, epigramático, crítico con el poder, dice que ha alcanzado un estado de sabiduría "entre estoica y oriental". Ya no le interesa la política. "Con Sánchez intentando salir del pantano de puntillas y nadando con los codos, cómo te lo diría… he dejado de creer en la política. Aunque hay políticos buenos, yo no he votado nunca, pero es que yo no quiero que nadie me convenza. En un país mandan 40 familias. Al final las democracias, es una opinión mía digamos que muy drástica, se convierten solamente en la dictadura del dinero". 

Siguiendo a Rilke dice que su patria es la infancia. Al recordar con emoción los veranos en Garraf, donde están las cenizas de su madre, se apea por un momento del tren de metáforas y aforismos que conforma su discurso. Hace cuatro años vendió su última casa en Barcelona. "Ahora aquello es como una mayonesa cortada. A mis amigos independentistas les pregunto por qué quieren cambiar de ladrones. Gobernar es un negocio y la bandera es un pretexto. La patria es la madre y el Estado se casó con ella, pero se separaron hace mucho".

Un "pesimista vitalista"

Pedro Ruiz ha decidido que ya no quiere convencer a nadie de nada. "Es un error. Antes tenía un punto de vista más drástico, ahora no. Ahora estoy en un punto de concordia. Se nos condena a querer tener razón, a la polarización, y eso es algo que yo detesto y que me parece gravísimo. Yo ya no me doy importancia, y a la humanidad tampoco. La humanidad somos una anécdota en el cosmos, de ahí el título del show. Lo único que pretendo es que la gente se lo pase bien porque no voy a solucionar los problemas de nadie".

Pregunta.- Suena pesimista.

Respuesta.- Yo me defino, porque alguna cosa hay que decir, como un pesimista vitalista. Siempre estoy en lo próximo, ayer ya no es, tengo mil planes y mil cosas en la cabeza, pero si me dicen que vuelvo a nacer diría que no. Y soy un privilegiado enorme, por mi salud y porque me ha ido bien en la vida, aunque me la trabajo mucho, me ponen muchos vetos, es igual, no quiero hablar de eso. Pero ese pesimismo me invita a que pasemos un buen rato. Creo que no se le puede dar a la gente otra cosa que un rato agradable. Vamos a poner pomada. Es todo lo que puedes hacer. Nos programan para chocar testuz contra testuz, pero no hay soluciones que vengan del enfrentamiento. Yo no creo nada en esto de la polarización, me parece patético. Y discutir por la historia también me parece una gilipollez. Hagamos lo que podamos hacer juntos. 

P.- Entender las razones del otro. 

R.- Así de sencillo. Esa es la gran diferencia entre la Transición y este momento. En la Transición todo el mundo empujaba hacia la luz. Ahora todo el mundo vuelve a empujar hacia la sombra. Yo no juego a eso.

Pedro Ruiz en la penumbra de la Sala Verde de los Teatros del Canal donde presentará 'Mi vida es una anécdota'.
Pedro Ruiz en la penumbra de la Sala Verde de los Teatros del Canal donde presentará 'Mi vida es una anécdota'.

P.- Aunque usted siempre mira hacia adelante, Mi vida es una anécdota es un espectáculo retrospectivo, una celebración de esos 'momentos estelares' de Pedro Ruiz que el público guarda en la memoria. 

R.- Sí, pero retrospectivo porque lo de ayer contiene lo de hoy. El espectáculo no va de decir, miren qué interesante es mi vida, sino de que siempre pasa lo mismo, a todos nos pasa lo mismo y todos pasamos por la vida sin saber qué cojones hacemos aquí. El espectáculo es una mezcla de rebeldía y de ternura y sobre todo va de quitarnos importancia. Yo ya he pasado por una época de vanidades y cuando te ves desde fuera te das un poco de vergüenza. El subtítulo sería algo así como nada es para tanto empezando por uno mismo. Si aprendiéramos eso antes, seguramente los conflictos los tomaríamos de un modo distinto. Darse importancia te hace más prisionero. El tonto de Donald Trump, que es un niño rico que ahora se ha comprado un juguete que se llama planeta tierra, yo creo que no respira con naturalidad por ninguno de sus poros. Respira con la predeterminación de tener un retorno. La vida no es esto. Cuanto más importante te crees, menos libre eres. Todos, cada uno en lo suyo, mereceríamos un pequeño abofeteo. He llegado a la conclusión de que el éxito, si existe, sucede por dentro. Tener paz interior, aunque suene a cosa beatífica. Estar conforme con lo que haces. No hay más. Por fuera no existe el éxito. Tú puedes llenar el Bernabéu y ser una perfecta gilipollas, un perfecto estúpido, sentirte desgraciado, no dormir bien y tomar pastillas. Eso no es el éxito, eso es una aplicación del éxito que consiste en vender entradas.