Martin Parr ha muerto a los 73 años en su casa de Bristol, cuatro años después de que se le diagnosticara un cáncer. La noticia ha sido comunicada este domingo por la Martin Parr Foundation, que ha pedido privacidad para la familia, y que ha anunciado que trabajará con Magnum Photos, la prestigiosa agencia internacional a la que Parr pertenecía desde 1994, para preservar y difundir un legado que cambió la fotografía documental del último medio siglo. Deja una obra ingente: más de cien libros publicados, una treintena editada por él mismo, décadas de series fotográficas y una influencia que atraviesa la prensa, el arte contemporáneo, la publicidad y el imaginario visual británico.
Nacido en 1952 en Epsom (Surrey), Parr elevó a categoría estética aquello que parecía banal: playas atestadas de turistas, gente comiendo, fiestas regionales. Él mismo decía que su mirada nacía de la normalidad absoluta –"tan de clase media que resulta ridículo"– pero lo que encontró en ella fue una forma de radiografía social. "Cuando el absurdo se manifiesta, hago una fotografía", resumía como programa. Lo dijo para explicar por qué prefería el instante incómodo a la composición solemne: no se trataba de la belleza tradicional, sino de la fricción que revelaba la verdad. Su punto de vista, hoy integrado en la práctica fotográfica e incluso en la ironía cotidiana de muchos fotógrafos aficionados de Instagram, fue verdaderamente original.
Del blanco y negro a la saturación pop
Su salto al color coincidió con el Reino Unido de Margaret Thatcher. Mientras la fotografía documental seguía anclada en la gravedad y el contraste, él viró hacia los tonos ácidos, la luz dura, los encuadres cortados y la incomodidad como método. En aquella Inglaterra politizada su obra no encajaba: ni propaganda ni contracultura, sino una observación mordaz que escapaba a etiquetas. Esa disonancia se volvió estilo.
Su colega y comisario Thomas Weski, autor del texto biográfico que presidía la web de Parr, lo ha definido como "cronista de nuestra época", capaz de neutralizar la propaganda visual del presente con sus propias armas: crítica, seducción y humor. Sus imágenes, dijo, parecían grotescas a primera vista, pero acababan revelando cómo vivimos, qué mostramos y qué ocultamos sin darnos cuenta. El espectador acababa reconociéndose en ellas –a veces riendo, a veces con incomodidad– como si fueran un espejo en el que aparecía sin maquillaje alguno.
Ffotógrafo, comisario, editor, coleccionista compulsivo
Parr no solo fotografió: también seleccionó, clasificó, impulsó. Comisarió los Rencontres d’Arles en 2004, la Bienal de Brighton en 2010 y la exposición Strange and Familiar en la Barbican en 2016, donde reunió miradas sobre Gran Bretaña desde fuera. Entró en Magnum Photos en 1994 por un solo voto, tras un debate interno que simbolizó un cambio generacional en la agencia –su fundador, Henri Cartier-Bresson, lo describió como alguien "de otro planeta" respecto al resto de la plantilla de Magnum–, y terminó presidiéndola entre 2013 y 2017. Creó su propia fundación en 2017 para conservar su archivo y apoyar a fotógrafos emergentes.
Sus imágenes están en museos como el Tate, el Centre Pompidou y el MoMA, pero también en postales, campañas publicitarias, libros de bolsillo, camisetas y mercancía absurda –desde M&M’s hasta relojes con la cara de Saddam Hussein–. Esa circulación masiva no fue un accidente: su obra funcionaba mejor en la calle que en el canon.
Junto a su esposa Susie y la hija de ambos, Ellen, pasó largos periodos de tiempo en España, cuya sociedad tampoco escapó a su agudeza visual y conciencia social. En 2023, presentó MálagaEXPRESS, una muestra con 104 imágenes en la que exploraba los comportamientos del ocio y el turismo en la Costa del Sol.
Su muerte llega en un momento en que la fotografía documental lucha contra la sobreproducción de imágenes y la homogeneidad visual. Parr ya había advertido ese riesgo y construyó precisamente lo contrario: series extensas, autoría reconocible, un punto de vista irrenunciable. Fue un fotógrafo que hizo visible lo que todos habíamos visto ya –pero sin saber mirarlo–.
Hoy queda un archivo inmenso, una pedagogía del realismo irónico y una pregunta viva: ¿quién documentará ahora lo que creíamos demasiado ordinario para la historia? Deja unos cuantos discípulos con ojo propio: Tina Barney, Daniel Arnold, Chris Maggio... Además, como él decía, "Ahora todo el mundo es fotógrafo, y eso es lo mejor de la fotografía".
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