Desde el año 2005 en España son legales los matrimonios entre personas del mismo sexo. Costó, y mucho, que parte de los representantes políticos del país aceptaran la denominación de matrimonio para personas del mismo sexo. Pero parece que el derecho que adquirieron los ciudadanos aquel año ya está claramente afianzado. Son matrimonios civiles, claro. Pero hubo un antecedente en el matrimonio entre personas del mismo sexo que tuvo lugar en 1901 en Galicia. Es la historia de Elisa Sánchez y Marcela Gracia que ha llevado al cine Isabel Coixet y se estrena este viernes en cines y el 7 de junio en Netflix

No existía entonces ni el matrimonio civil. Dos personas sólo se podían casar ante los ojos de dios y esas personas sólo podían ser un hombre y una mujer. La historia de amor entre Elisa y Marcela era impensable, era inconcebible y era una aberración a los ojos de la sociedad de comienzos del siglo XX. Lo sigue siendo a los ojos de la iglesia romana, no a los de otras instituciones cristianas.

Marcela Gracia y Elisa Sánchez se conocieron mientras estudiaban para ser profesoras. Se enamoraron y estuvieron conviviendo cerca de una década por distintas partes de Galicia. Elisa se convirtió en Mario Sánchez, adoptó la identidad de un primo suyo fallecido en un naufragio, añadió varias mentiras sobre su pasado no católico en Londres para ganarse la confianza de un párroco que le bautizó y le dio la comunión. El mismo cura que vio normal que Mario se quisiera casar con su enamorada, Marcela, en su parroquia que además estaba embarazada.

Pero a su regreso a Dumbría los vecinos no creyeron la historia y empezó la persecución por parte de las autoridades. El caso del “matrimonio sin hombre” saltó a las portadas de los periódicos de la época. La pareja se vio obligada a huir a Portugal donde fueron detenidas.

Un salto en el tiempo

Natalia de Molina y Greta Fernández interpretan a Elisa y Marcela, respectivamente, en la película de Isabel Coixet. Un drama en blanco y negro que ha llevado a estas jóvenes actrices a dar un gran salto en el tiempo. Un gran viaje al pasado que pudieron superar, a nivel interpretativo, apoyándose el amor. “El amor es un sentimiento que no cambia de generación en generación, puede cambiar la manera afrontarlo, pero el amor es amor y nosotras hemos estado enamoradas de alguien. El amor lo conocemos y la rabia, el odio, aunque sean de otra época, sabemos cómo trabajar con ellos y cómo tratarlos”, explica Greta Fernández a El Independiente.

Para Natalia de Molina el trabajo emocional, clave para el rodaje, se vio favorecido por la buena conexión entre las actrices “es una historia de amor muy profunda que lucha contra todo y era muy importante tener una química con mi compañera que se hiciera creíble en la pantalla”, explica la actriz que asegura que se retroalimentaban emocionalmente en sus respectivos papeles “con tan solo mirarnos”.