Hay actores decididos a morir con las botas puestas. Y otros que prefieren apagarse lejos de los focos. Fue el caso de Gene Hackman, reciente y dramáticamente fallecido. Y va a ser el de Michael Douglas. El actor, de 79 años, ha elegido detenerse sin dramatismos: "No he trabajado desde 2022 a propósito", confesó este fin de semana en el Festival de Karlovy Vary. No lo llama retirada. Prefiere decir que no tiene intención de volver. Pero si el guion adecuado aparece, no lo descarta.
Esa ambigüedad –tan humana, tan poco hollywoodiense– convierte sus palabras en algo más que la nota de un actor veterano haciendo balance. Porque Douglas, que llegó a la República Checa como parte de su gira conmemorativa del 50 aniversario de Alguien voló sobre el nido del cuco (producida por su padre, Kirk), no tiene la necesidad de encarnar una última gran historia. "Tenía que parar", dice. Casi 60 años de carrera pesan. Y aunque no lo explicita, se percibe el deseo de no exponerse a una decadencia filmada.
"Estados Unidos está coqueteando con la autocracia"
Hay una sombra biográfica que resuena. En 2010 fue diagnosticado con un cáncer de garganta que lo enfrentó al silencio literal: de haberse sometido a cirugía, explica, le habrían extirpado parte de la mandíbula y perdido la voz. Salvó con éxito aquel desafío, pero no olvida lo cerca que estuvo de que le arrebataran el instrumento que ha dado forma a su carrera: un tono cálido, reconocible, áspero cuando hace falta. Aquel con el que seducía en Instinto básico, conspiraba en Wall Street o desbordaba angustia en Un día de furia.
Ahora, el actor parece más interesado en pensar en la situación que atraviesa su país que en representar sus ficciones. "Estados Unidos está coqueteando con la autocracia", advirtió desde Karlovy Vary. En una intervención más cívica que promocional, lamentó la entrada del dinero como motor de la política ("la gente se dedica a ella para enriquecerse") y se refirió con inquietud a la fragilidad de la democracia. "Manteníamos un idealismo en EEUU que ahora no existe", dijo, dirigiéndose a un público checo que sabe bien lo que significa perder la libertad.
No hay lágrimas ni ceremonia. Solo un hombre que se detiene y mira alrededor, tal vez con algo de desengaño, pero también con lucidez. Si este es el final de Michael Douglas en la pantalla, será sin fuegos artificiales. Si no lo es, regresará cuando tenga sentido. Y eso, a estas alturas, ya es una forma de elegancia.
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