Se podía medir a Charles Aznavour en cada frase, en su capacidad de hacer de la vida algo más suave, más manejable. Llevaba 81 años creando una maquinaria que a sus 94 generaban vértigos, ilusiones y deseos. Era el señor de la chanson, el hombre que tendía a descansar en su silla cuando la letra le era extranjera y movía las piernas a base de erres.

Aznavour nos ha dejado cuando le quedaban dos pasos para los cien, cuando mucha gente ya pensaba que era inmortal. Se ha ido en la madrugada de este lunes, en su casa del sur de Francia.

Su biografría se puede escribir a través de 1.400 composiciones, 50 discos y algunas decenas de películas, en temas como La Bohème See me already. Su historia es la de un ganador, la de aquel que al margen del peso de las críticas consiguió convertirse en el gigante de la chanson francesa con su discreto metro sesenta de estatura. El hombre que no dejó de trabajar hasta hace uno meses, cuando tuvo que suspender su gira por un rotura de húmero.

Pero no todo era el arte, toda su carrera fue de la mano a sus compromisos sociales y políticos. Era un ferviente defensor de las libertades y vivía con miedo a políticos como Le Penn. “Hay que salvar a la humanidad de la política y de los artífices de la misma, que, como Marie Le Penn, levantan barreras por codicia”, aseguró hace unos años.

Además, desde 2009 era embajador de su país de origen -Armenia- en Suiza, donde vivía desde hace más de 30 años.  “Es un gran honor que me hace Armenia al proponerme ser su embajador en Suiza. Primero tuve mis dudas, pero luego pensé que lo que es importante para Armenia debe ser importante para todos. Por tanto, he decidido aceptar la propuesta con placer y alegría”, aseguró tras recibir la noticia de su cargo, que no es, ni era, remunerado.

Una de las luchas con la que estaba comprometido era la de las políticas migratorias de la UE, que aseguraba le producían sentirse "profundamente dolido".