Su rostro se había transformado en una mueca enjuta y sus puños en no más que un símbolo del final de la agonía. Habitación 263 del área de Terapia Intensiva del Centro Médico de Honor-Healt Scottsdale Osborn. «El paraíso te espera», se oyó - era el imán Zaid Shakir, que llamaba a la oración-. Aquel magno corazón había dejado de latir: Muhammad Ali, el más grande boxeador y referente del deporte de todos los tiempos, había muerto tal día como hoy hace cinco años.

El cuadrilátero se vistió de luto dejando un legado imborrable. El hombre que a través de sus puños se erigió en un defensor de los derechos civiles por la igualdad, había perdido en el ring definitivo y convertido en leyenda. Aunque es cierto, Muhammad Ali, no siempre fue Muhammad Ali.

Fue Cassius Clay durante veintidós años, y bajo ese nombre comenzó a escribir su historia. Cassius Clay y Muhammad Ali fueron dos personajes en una misma secuencia, la de una infancia marcada por el racismo del Lousville natal (Kentucky) y la de un joven que forjó su relación con el boxeo tras el consejo de un policía y entrenador aficionado.

Su primer contacto con el deporte de las doce cuerdas fue con dieciocho años, cuando comenzó a ganar peleas que le llevaron al oro de los semipesados en los Juegos Olímpicos de Roma 1960. Pero aquello fue un impasse, un sin más para muchos: su presea dorada acabó en el río Ohio de Louisville por la furia y su éxito, nublado por su color de piel. Y ahí nació Ali.

«Con la medalla colgada al cuello quise ir a una cafetería de la ciudad. Allí no recibían a gente negra pero, pensé que mi estatus de campeón cambiaría algo. "Quiero un café y un pancho, por favor", pedí. "Acá no servimos a negros", me respondieron. Tuve que abandonar el restaurante en mi ciudad natal. Acababa de ganar una medalla dorada ¿y no podía comer? Era el 'negro olímpico' y nada más», explicaba el propio Muhammad Ali en su autobiografía The Greatest (1977).

Soy de Estados Unidos. Soy la parte que ustedes no reconocen, pero acostumbrense a mí»

muhammad ali

Desde ese día dejaría de verse así mismo como Clay, y cuatro años después de tocar el cielo con las manos y con 19 victorias profesionales a sus espaldas, en 1964, el púgil se convirtió al Islam. Pasó de ser Cassius Clay, a hacerse llamar Muhammad Ali, el amado Dios. «Cassius Clay es el nombre de un esclavo. No lo escogí, no lo quería. Yo soy Muhammad Ali, un hombre libre», dijo tras cambiarse el nombre. Y defendió: «Soy de Estados Unidos. La parte que ustedes no reconocen. Pero acostúmbrense a mí».

Y quizás fue cuestión de costumbre o más bien de presagio. Porque el mismo año Muhammad Ali se convirtió en campeón mundial ante Sony Liston. Su esgrima, rapidez y verborrea en los combates se imponían al mismo tiempo que nacía un campeón: «¡Soy el rey del mundo! ¡Soy el rey del mundo!», profería.

El boxeador estadounidense, Muhammad Ali, durante un combate en Nueva York en 1971
El boxeador estadounidense, Muhammad Ali, durante un combate en Nueva York en 1971. EFE EFE

Muhammad Ali fue desde entonces el boxeador que rompió moldes deportivos, políticos y religiosos, y cinco años después de su muerte, sus gestas en el cuadrilátero, su apabullante personalidad y su compromiso público con los derechos de los negros o contra la guerra de Vietnam, le han convertido en un mito cuya fama pervive.

Negativa a Vietnam y récord mundial

Volvió a derrotar a Liston en el famoso combate del 'golpe invisible' y mantuvo su título mundial ocho veces más hasta 1967 en que fue suspendido por negarse a ir a la guerra de Vietnam.

«No voy a pelear una batalla en la que no creo, es algo injusto. Yo no tengo problemas con los vietcong. Ningún vietcong me ha llamado negro». Y le bastó. Muhammad Ali se negó a dar un paso al frente para ser reclutado por su país y cumplir con el servicio militar durante la Guerra de Vietnam.

Su postura en contra de la guerra le costó ser enviado al ostracismo y la condena a tres años y cinco meses de prisión. No fue hasta septiembre de 1971, cuando la sanción de Ali fue revocada, y la misma comisión que le arrebató sus títulos le otorgó de nuevo la licencia para boxear.

Fotografía tomada el 12 de mayo de 1975 y divulgada por Las Vegas News Bureau (LVNB) en la que se registró al boxeador Mohamed Ali, antes de un combate contra Ron Lyle, en el hotel Tropicana de Las Vegas
Fotografía tomada el 12 de mayo de 1975 y divulgada por Las Vegas News Bureau (LVNB) en la que se registró al boxeador Mohamed Ali, antes de un combate contra Ron Lyle, en el hotel Tropicana de Las Vegas. EFE LVNB/EFE

Muhammed Ali volvió a un ring con 28 años, un récord de 29 victorias y la voluntad de conquistar de nuevo el título mundial. Y lo consiguió: tres años después contra el también estadounidense George Foreman.

Durante los años siguientes Ali continuó boxeando. Le arrebataron de nuevo el título mundial, pero volvió a ganarlo en 1978 y se convirtió en el primer boxeador que conquistaba el campeonato en tres ocasiones. Sin embargo, en 1981, tras perder un combate con 39 años, anunció que ponía fin a su carrera. 

Con 56 victorias en 61 combates, Muhammad Ali fue para muchos el mejor boxeador del siglo XX.

"Todo lo malo es negro"

Fuera del ring, Muhammad Ali se erigió como una figura con influencia social por su alegato en contra del racismo y lucha por los derechos civiles y la igualdad. Tanto es así, que su discurso y lección de humanidad de 1971 frente a la BBC, fue, cincuenta años después, la irónica mirada al asesinato de George Floyd y a la crudeza racial aún presente en el que fuera su país natal.

«Siempre quise saber por qué Tarzán era el rey de la jungla en África y era blanco. Un hombre blanco con un pañal en África aullando: '¡ah, ah, ah, ah!'. Me preguntó por qué Miss América siempre ha sido blanca con todas las mujeres bellas negras que hay en Estados Unidos. ¿Cuál es el por qué de los puros de la Casa Blanca, la sopa de cisne blanco, el jabón Rey Blanco? Y ¿Por qué todo lo malo es negro? El patito feo es negro, el gato negro es el que atrae a la mala suerte etc.» decía.

Su último combate

La enfermedad del Parkinson fue su eterno y último combate. Muhammad Ali, el hombre del panteón de los deportes, murió el 3 de junio de 2016 con 74 años, tras pasar 32 batallando contra la enfermedad que produjo el desorden de su sistema nervioso.

«Muhammad Ali fue el más grande. Y punto» dijo una vez Barack Obama. Y a la vista está; porque su legado sigue vívido. Ali, como Obama, fue una figura esencialmente americana: un icono negro en un país todavía doliente de racismo, un hombre que creó su identidad, y un hombre, como el mismo coreaba: «libre».