Hay quien lo hace de forma curiosa y se cuestiona el porqué de cada pincelada y mancha de color, quien en la historia encuentra un cabal de comprensión a toda obra compleja, y quien en el rostro angelical de la infanta Margarita de Austria en Las Meninas de Velázquez o La Gioconda de Leonardo Da Vinci, ve un diagnóstico clínico.

Y es que eso es el arte: estética, realidad o formas bellas libres de interpretación, libres de cerrar los ojos para contemplar -aunque suene contradictorio-, y libres de pertenecer incluso a la ciencia.

Bien lo sabe el doctor Florencio Monje, cirujano, presidente de la Sociedad Española de Cirugía Oral y Maxilofacial (SECOM), autor de los libros La pintura de Goya y las deformidades faciales y El rostro enfermo. 50 pinturas universales para entender las enfermedades de la cara y el cuello, y apasionado del arte. Y esto último es precisamente lo que le llevó a visitar el Museo del Prado y convertir a los personajes en pacientes: «Siempre me ha gustado la historia y en días libres empecé a visitar el Museo del Prado durante mi residencia en el Hospital la Princesa de Madrid. Mi jefe en ese momento, el profesor Alonso del Hoyo, me dijo un día: “¡Oye! Francisco de Goya es posible que pinte muchas caras deformes”. Ahí empecé a interesarme por Goya y a obsesionarme con analizar todos los cuadros que podía en los distintos museos del mundo que visitaba. Además, empecé el grado de Historia del Arte, lo cual me ha dado una perspectiva más cercana al arte».

La pintura es posiblemente la actividad artística que ha dejado los testimonios más impresionantes de la personalidad de los hombres, y mirar a un personaje de un cuadro permite, según el experto en palabras para El Independiente, hacer un diagnóstico también sobre sus enfermedades. «Para un cirujano maxilofacial es relativamente sencillo sacar un diagnóstico de una deformidad, una enfermedad o problema en la cara con relativa veracidad. Es como pasar por delante de un edificio durante años y que luego te digan que tiene una forma particular en la fachada que ha pasado desapercibida durante años».

Lesiones cutáneas, anemia, pubertad precoz, xantelasma y otras tantas patologías, permiten hablar de una diagnosis en lienzo que identifica las condiciones médicas que afligían a los artistas o a los modelos de las grandes pinturas de la historia.

Un cuadro si se mira desde una perspectiva científica y médica se convierte en un fabuloso documento de la historia clínica»

Florencio Monje

Antes de la era moderna de la medicina, el diagnóstico no formaba parte del lenguaje médico, las enfermedades no tenían nombre y eran vistas como una forma en la que lo divino o religioso regulaba lo humano sin dejar lugar a la razón. Así, en el arte, numerosas enfermedades que hoy son identificadas estaban presentes mucho antes de que alguien les diera nombre e integrara con ellas un diagnóstico. Desde los largos y delgados dedos de El Greco que evocan al síndrome de Marfan, hasta la rosácea de Domenico Ghirlandaio o La noche del artista Michele di Ridolfo que, con una impresionante técnica y uso de los colores, presenta una de las primeras alusiones pictóricas al cáncer de mama. Y todo, inconscientemente, bosquejó e inmortalizo la historia del arte y la medicina al mismo tiempo hasta hoy.

«El diagnóstico en un lienzo es apasionante. La pintura se convierte en una historia clínica. Hay que analizar, en mi caso, todas las facciones faciales y hacer un trabajo de investigación acerca del pintor y del personaje retratado. Es interesante también ver y analizar pinturas donde se aprecian enfermedades que actualmente ya no se ven, por ejemplo, la lepra. Lo más importante es que un cuadro clínico si se mira desde una perspectiva científica y médica, se convierte en un fabuloso documento de la historia clínica, y esto puede ser un apoyo para la historia, para entender determinado tipo de acciones o repercusiones en los personajes retratados».

Siete cuadros para siete diagnósticos

A pesar de las grandes innovaciones para el diagnóstico médico, mediante análisis genéticos o avanzados estudios de imagen, la inspección como parte del método clínico es y será un pilar fundamental del diagnóstico clínico. Así lo reconoce el doctor Monje, quien también cuenta para este medio cuál es la obra de arte cuyo diagnóstico más le ha sorprendido: «El más sorprendente para mí fue el rostro de Margarita en Las Meninas, aún teniendo un diagnóstico previo del profesor Gregorio Marañón como Síndrome de Albright. El análisis de la biografía que hice de la princesa y el tiempo que vivió, lo confirmó. Asimismo es sorprendente Lady Gold de Gustav Klimt. Si analizamos la biografía de Adele Bloch Bauer y los episodios en que estaba realmente enferma, se deduce de su morfología facial y sus manos, que posiblemente tuvo una enfermedad reumática severa con afectación cardiaca».

Y es que como dice el cirujano: «Los ejemplos son numerosos y sorprendentes».

El niño de Vallecas, Velázquez (1635-1645)

El Niño de Vallecas. 1635 - 1645. Óleo sobre lienzo, 107 x 83 cm.

El retrato de Velázquez formaba parte del nutrido grupo de monstruos, enanos y bufones que poblaban la corte española desde el siglo XVI. La deformidad física y mental aparente del personaje ha desencadenado numerosas reacciones a lo largo del tiempo, según los intereses de cada época. Sin embargo, el diagnostico común de la historia del arte ha sido la enfermedad del Cretinismo, una enfermedad debida a la falta de la glándula tiroides que se caracteriza por un déficit permanente en el desarrollo físico y psíquico, y que va acompañada de deformidades del cuerpo y limitaciones en la inteligencia.

San Jerónimo en su estudio, Marinus Van Reymerswale (1541)

San Jerónimo en su estudio. 1541. Óleo sobre tabla, 80 x 108 cm. 

La obra de Marinus, en el Museo Nacional del Prado, ha suscitado desde el punto de vista médico un síndrome de Marfan, ligado a los dedos largos, aracniformes y a la delgadez del personaje. A este diagnostico se ha sumado una posible esclerodermia, una enfermedad autoinmune que forma parte de las llamadas enfermedades del colágeno y que se refuerza en el cuadro con la tez apergaminada, la nariz aguileña, la boca reducida y una pigmentación de la piel poco habitual.

Las viejas, Francisco de Goya (1810 - 1812)

Las Viejas. 1810 - 1812. Óleo sobre lienzo, 181 x 125 cm. 

Las viejas o El Tiempo, como se le conocía inicialmente, ha sido una obra interpretada tradicionalmente con la belleza de la juventud aunque también ha sido objeto del ojo clínico que le ha diagnosticado la enfermedad de la Sífilis, una enfermedad de transmisión sexual causada por una bacteria llamada Treponema Pallidum.

La Duquesa fea, Quentin Massys (1513)

La Duquesa fea. 1513 Óleo, 64.2 × 45.5 cm.

La obra de uno de los pintores de retratos satíricos más célebres de la historia del arte, retrata a una mujer que padecía una anomalía del metabolismo que agranda y deforma los huesos. Se trata de la enfermedad de Paged. Este retrato del Renacimiento es sinónimo de un trastorno que normalmente afecta a la parte inferior del cuerpo y que fue descrita por primera vez en 1876 por el cirujano británico James Paget.

Las Meninas, Velázquez (1656)

Las meninas, 1656. Óleo sobre lienzo, 320,5 x 281,5 cm.

En el famoso cuadro de Diego Velázquez, Monje observa «en la sien derecha de la infanta una mancha pequeñita café con leche», una marca que aparece en retratos posteriores de la infanta y que responde al síndrome de Albright, una enfermedad genética que afecta a los huesos, a la pigmentación de la piel, la pubertad precoz y a la corta estatura.

La noche, Michele di Ridolfo del Ghirlandaio (1503-1577)

Las meninas, (1503-1577). Óleo sobre lienzo, cm 135 x 196 cm.

Las primeras representaciones identificables del cáncer de mama surgieron en el Renacimiento. Durante esos siglos, la anatomía avanzó mucho y surgieron los primeros tratamientos contra el cáncer. La pintura del italiano revela la presencia de un bulto a la altura del pezón, una región irritada alrededor de la areola y una reducción del tamaño del pecho izquierdo. Es por ello La noche es considerada una de las primeras representaciones pictóricas junto a La alegoría de la fortaleza de da San Friano.

El Descendimiento, Van der Weyden (1943)

El Descendimiento, 1443. Óleo sobre tabla, 204,5 x 261,5 cm. 

En la reseña patológica sobre la Virgen María, vestida de azul e ilustrada en el cuadro El Descendimiento del pintor flamenco Rogier van der Weyden (antes de 1443), el doctor Monje invita a fijarse en su cuello, en el que se ve un bulto característico del bocio difuso ocasionado por un aumento en la glándula de la tiroides.

Los beneficios del arte en la mejora del 'ojo clínico'

La medicina es un arte o viceversa, dicen. Y a la vista está. La formación en arte podría ser útil en muchos de los diagnósticos que se dan en las diferentes especialidades médicas.

Tanto es así, que los expertos destacan que la formación en materia de arte aporta, sobre todo a los estudiantes de Medicina, una visión objetiva y la capacidad para analizar en profundidad detalles que a simple vista parecerían irrelevantes. Asimismo a fines prácticos, el diagnostico del lienzo puede proporcionar una idea del desarrollo o la prevalencia de ciertas enfermedades en el transcurso de la historia.

«Conocer de arte en medicina es una ayuda primeramente cultural y humanista. Es conocer mejor a los personajes que están retratados y que a través de una serie de estudios permiten constatar que tienen alguna enfermedad. Además, es muy interesante ver que hay algunas deformidades por ejemplo, que ahora se operan de niño y que en el arte se ven en adultos. Esto nos hace ver como profesionales cómo evoluciona dicha enfermedad con el paso del tiempo», sentencia Florencio Monje.