Cultura

El amor que curó la locura de Putaendo

Publicado en Chile en 1994, ‘El infarto del alma’, el libro de Paz Errázuriz y Diamela Eltit sobre el amor y la locura entre las paredes del psiquiátrico Philippe Pinel, en Putaendo, llega por primera vez a España

Imagen del libro de Diamela Eltit y Paz Errázuriz, 'El infarto del alma', 1999. PAZ ERRÁZURIZ

Fotografió las huellas de la enfermedad, de los tratamientos con fármacos, de los electrochoques y del amor, que fue para muchos la única cura o esperanza a estar loco, el único viaje entre rejas y paredes blancas hacia las fronteras acordadas por la sociedad, donde la supervivencia del afecto prevalecía, como ahora, en el «espacio menos esperado». O al menos bajo esa premisa Paz Errazuriz (Santiago,1944) se adentró en el manicomio Philippe Pinel, en la ciudad de Putaendo, en la Región de Valparaíso, en Chile, y disparó para contar en imágenes en blanco y negro y en textos, cómo eran las parejas de hombres y mujeres que vivían y se amaban en el psiquiátrico: «Posaban frente a las cámaras despojados de complejos y con la complicidad de los amantes descubiertos», señala Errazuriz en palabras para El Independiente.

Pero Paz no lo hizo sola, la acompañó la novelista y ensayista Diamela Eltit (Santiago, 1949), y el resultado fue un libro, El infarto del alma, publicado en Chile en 1994 y reeditado ahora por primera vez en España: «Mi trabajo parte desde un involucramiento con las comunidades a las cuáles fotografío. En este caso mi interés con el hospital psiquiátrico era acercarme al tema de la locura, la sobrevivencia y sus imágenes, y cómo se trata medicamente. Pero estando allí me encontré con que el amor y las relaciones que desarrollaban las personas eran lo más importante, el amor era su forma de sobrevivir. El proyecto siempre fue pensado como un libro y se publicó en 1994 por primera vez. Ha sido reeditado en Chile tres veces y el año pasado se tradujo al portugués, en Brasil. Que llegue a España permite seguir expandiendo las reflexiones e imágenes en torno al amor y la locura», añade la fotógrafa.

  • Compartir

Las relaciones que desarrollaban las personas eran lo más importante, el amor era su forma de sobrevivir"

paz Errazuriz

El Philippe Pinel, fue un hospital construido en los años cuarenta para asistir a enfermos de tuberculosos que, tras la masificación de la vacuna preventiva fue convertido en manicomio, recibiendo pacientes de los distintos psiquiátricos del país: «Allí había enfermos residuales, en su mayoría indigentes, algunos de ellos sin identificación civil, catalogados como N.N».

Y los fotografío a todos. Alrededor de cuarenta instantáneas y noventa y cuatro páginas en blanco y negro han servido a ambas mujeres para cuestionar los indefinidos límites del amor y la locura, y cuestionar las estructuras del sistema de asilo y el propio encierro, tema crucial de la sociedad autoritaria en la que vivían entonces: «Estas fotografías fueron tomadas a principios de los noventa, cuando se iniciaba el proceso conocido como Transición Democrática, saliendo de la Dictadura Militar. No obstante, en el interior del hospital no existe el tiempo, ni el contexto. El día a día respondía a otras lógicas, es una rutina cíclica que interrumpí con este proyecto fotográfico. Quería entender el tabú de la locura, sentía la necesidad de estar en ese lugar. No sabía que había parejas allí, me enteré cuando ya estaba trabajando. Fue impactante, pasé mucho tiempo en el hospital y quise utilizar la cámara como herramienta a mostrar los vínculos afectivos entre ellos, resaltando la individualidad de los sujetos, de Margarita y Antonio, Claudia y Bartolomé, Sonia y Pedro o Isabel y Ricardo».

  • Compartir
  • Compartir
  • Compartir

Cofundadora de la Asociación de fotógrafos Independientes (AFI) y colaboradora de la revista Apsi y de diversas agencias de prensa, a lo largo de su trayectoria, Paz Errázuriz, ha dado voz en forma de imágenes a realidades desconocidas que «la sociedad aparta y deja en sus márgenes», como travestis estigmatizados, cuerpos desnudos esculpidos por la vejez, prostitutas, transexuales, comunidades indígenas o personas sin techo. Su intención era la de animar al espectador a mirar a esa parte de la sociedad que se había negado a observar, no en los términos del foto realismo periodístico, sino como un intento de subvertir las convenciones del orden visual y sus valores tradicionales, que a sus 77 años ve en el auge de la fotografía y las redes sociales, un potencial: «La posibilidad de fotografiar aquí y ahora ha dado una importancia muy grande a la imagen. El traspaso a lo digital es valioso además, porque permite reemplazar lo análogo. Si bien esto es maravilloso en tanto que técnica, ecológicamente no es sustentable y el contexto de escasez hídrica que vivimos en Chile, me ha hecho optar completamente por lo digital. En el panorama actual lo fotográfico se expande y se democratiza, pero igualmente sigue habiendo un campo de especialización en torno a este medio, personas que se dedican profesionalmente a desarrollar un trabajo y divulgar sus posibilidades infinitas», concluye.

Por todo su trabajo, la chilena ha recibido el premio Ansel Adams, otorgado por el instituto Chileno Norteamericano de Cultura, en 1995, el Premio a la Trayectoria Artística del Círculo de Críticos de Arte de Chile en 2005 y el premio Altazor en 2005. Además, en 2014 recibió el galardón Orden al Mérito Pablo Neruda, el Premio PhotoEspaña en 2015 y el Premio Nacional de Artes Plásticas en 2017.

 

 

Todas las claves de la actualidad y últimas horas, en el canal de WhatsApp de El Independiente. Únete aquí

Te puede interesar