La lucha por dar valor a lo intangible es muy actual. Demasiado. Mucho antes de los NFT, el arte y la cultura han podido subsistir, además de por el histórico mecenazgo, gracias a pequeños trozos de papel que te permitían acceder a una sala, o a los eternos libros impresos, discos, vídeos o reprografías. Todo muy tangible, muy “real”. Ahora la realidad se va a haciendo virtual, y en este ámbito ya no se paga por la botella. Ni siquiera por el líquido. Se paga por el derecho a disfrutarlo. Porque de eso vive el que ha dedicado buena parte de su vida a crear eso que tanto te gusta. Hoy, Día Mundial de la Propiedad Intelectual, bueno es que recordemos lo necesario que es nuestro micromecenazgo en forma de entrada, mensualidad, o escucha de publicidad.

Charlo de todo esto, usando precisamente uno de estos inventos de la virtualidad moderna, con alguien a quién entrevisté en innumerables ocasiones en la época en la que él recorría el mundo con María, niños, y perros en una furgoneta. Teo Cardalda, (Cómplices) representa una parte importante de la Historia musical de nuestro país y sigue con María, claro, cinco niños que ya no lo son, y sus siete perros, a orillas del mar en Galicia. También eso es muy “real”, y no parece pasar de moda.

Pregunta.- Con todo lo que ha cambiado esto nuestro de la música, ¿hay cosas que permanecen?

Respuesta.- La ilusión de sacar un disco sigue intacta, aunque es cierto que todo ha dado la vuelta.

P.- ¿La gente sigue pensando que lo normal es escuchar “gratis” una canción?

R.- ¡Qué va! Afortunadamente el público ya comprende que debe pagar por disfrutar de las obras de los creadores. Se llenan los conciertos, se vuelven a vender vinilos… La gente nos apoya, pero el verdadero reto está en que las grandes corporaciones repartan el dinero con los que se lo hacemos ganar: los artistas. Ojo, que ya sabes que estoy a favor de la tecnología, que nos permite comunicarnos como ahora, o hacer desde casa un concierto y que lo vea la gente. Pero, por ejemplo, alguien ha subido un vídeo de “Es por ti” a Youtube que ha sido visto y escuchado 300.000 veces, y nosotros no hemos cobrado nada por ello. Alguien habrá pactado con la plataforma que podía ponerlo sin rendir cuentas a los que creamos y a quienes interpretamos esa canción. Otro ejemplo: tenemos 800.000 escuchas mensuales en Spotify, y con lo que hemos ganado te puedo invitar a cenar cuando vaya por Madrid, y poco más.

P.- ¿Cómo es eso posible?

R.- Nos ha pasado a todos los de nuestra generación. Cuando firmamos aquellos contratos con las compañías discográficas, les cedimos los derechos eternamente por algo muy raro que hablaba de “formatos futuros” y nos sonaba a ir a Marte y volver. Y ahora es justo de lo que viven, y de lo que deberíamos vivir todos.

P.- ¿Un negocio como el de la música produce suficiente dinero como para que se sostenga el sistema y se compense a los intérpretes?

R.- Si hubiese costumbre de pagar, sí. Por ejemplo, en Francia, las sociedades de gestión de derechos pueden estar ganando del orden de los 2.500 millones de euros anuales. En España se reparten menos de 300. Algo no encaja. Lo veo como una cueva oscura en la que algunas corporaciones que van creciendo en la costa californiana ganan fortunas mientras nos vigilan como borregos desde nuestros móviles.

P.- Volvamos a tu ilusión por sacar nuevo disco. Se llama “El viaje que nunca acaba” y coincide con tus 40 años en la música. ¿Cómo resumir tantas canciones?

R.- Al piano. Piano y voz. La sencillez es a veces lo mejor que puedes aportar a producciones que están bien como están, sin cambiar ni una nota. Es un recorrido por veinte temas como “Cena recalentada”, de Golpes Bajos, o “Dama del río”, una de esas canciones que la gente recuerda con cariño y que es mi favorita de Cómplices.

P.- No puedo evitar recordar cuando la presentaba en antena. También la radio ha cambiado. Y tú ya no vas con la furgoneta de promoción por toda España.

R.- Queríamos volver a nuestra tierra en algún momento, pero esto de la pandemia lo ha acelerado. Todos, de alguna manera, nos hemos reconectado con lo que verdaderamente importa.