Al entrar en la casa donde vivió desde que se jubiló como embajador de Paraguay te reciben los ocho libertadores de América Latina. Subes las escaleras bajo la mirada altiva de Simón Bolívar, José Gervasio Artigas o Bernardo O' Higgins hasta llegar a un salón grande y luminoso donde los libros, las fotos, los cuadros y un piano negro te llevan a otra época, a otro siglo.

Ahora es la casa de su nieto, Víctor Ernesto Alba Giménez Caballero, y es la casa donde se conserva lo mejor del «genio improcedente», como lo llamó Franco, que agitó la cultura española de principios de siglo y que dio un vuelco al escenario político de los años 30.

Ernesto Giménez Caballero (Madrid, 1899-1988) murió hace hoy 35 años dejando un legado literario imponente y orgulloso de haber sido el ideólogo del fascismo en España. Por él pasaron todos. Federico García Lorca, Salvador Dalí, Rafael Alberti o Pío Baroja. También Gregorio Marañón, Antonio Machado o Maruja Mallo. Por él y por las páginas de su revista, La Gaceta Literaria, que cobijó la vanguardia española y elevó el arte de varias generaciones, sobre todo la del 27. Por él, y otra vez por su Gaceta, también pasó el fascismo italiano con tal fuerza que dedicó gran parte de su tiempo a encontrar al Mussolini español, al Hitler castizo. Y halló a su rey David. 

Su vida podría haber sido la de tres o cuatro. Desde su infancia en la calle del Duque de Rivas 7, en el barrio madrileño de La Latina, hasta su muerte, decidió hacerlo todo, escribirlo todo, publicarlo todo e incluso rodar algunas partes de ese todo.

Nació en una familia que había pasado de depender del sueldo de un empleado de ultramarinos a ser los dueños de una tienda de artes gráficas, de una imprenta y de una fábrica de papel en Guipúzcoa. Él llegó ya en una casa en la que se le permitió estudiar Filosofía y Letras y en la que había tiempo para leer y saber. Para entender y ser. 

Fue en la Universidad Central, con profesores como Ortega y Gasset, Menéndez Pidal o Américo Castro, cuando comenzó a escribir en pequeñas revistas de estudiantes y a juntarse con la izquierda universitaria, con algunos de los que luego formarían el Partido Comunista de España. Ya en aquella época era tratado como un genio singular y la fama (no sólo literaria) le llegó tras volver de la guerra de Marruecos.

Ella estaba sentada en un banco e iba vestida con unos guantes preciosos muy largos.  Él la vio, se acercó y le dijo que se iban a casar"

VÍCTOR ALBA GIMÉNEZ CABALLERO

Giménez Caballero publicó Notas marruecas de un soldado en 1923, donde criticaba la situación de los soldados y el comportamiento de España durante el conflicto. Lo imprimió y encuadernó en la imprenta de su padre y el tercer ejemplar se lo envió a Miguel de Unamuno con una carta en la que le pedía su opinión. «A los 15 días ya era famoso porque Unamuno habló muy bien del libro en varias conferencias y el decimosexto ya estaba en la cárcel», aseguraría años más tarde. «Le costó ir a prisión, pero no estuvo mucho porque le sacó Primo de Rivera después de leer su libro», recuerda su nieto ante uno de los retratos que conserva de su abuelo.

También, que en aquella época, cuando le llamaron para declarar, se encontraba en Estrasburgo inaugurando el puesto de profesor lector de español en la universidad, como ayudante del romanista Eugène Kohler. Fue allí, tras salir de esa corta estancia en prisión, donde conoció a la mujer que le cambiaría radicalmente la vida: Edith Sironi. «Allí conoció a mi abuela. Ella estaba sentada en un banco e iba vestida con unos guantes preciosos muy largos.  Él la vio, se acercó y le dijo que se iban a casar. Luego, gracias a Marcel Garrouste, la presentación se hizo oficial. Ella era italiana pero estaba allí porque era la hermana del cónsul mussoliniano en Estrasburgo», relata Víctor Alba.

A los pocos meses, volvió a España definitivamente y encontró trabajo como periodista cultural en el periódico El Sol y en la Revista de Occidente, firmando como Gecé, pseudónimo que le acompañaría de por vida. Allí se metió de lleno en el ambiente cultural de la época y en 1927, exactamente el 1 de enero, publicaría el primer número de La Gaceta Literaria, una revista con formato de periódico, que imprimía en la calle Canarias, donde el movimiento vanguardista español y la generación del 27 encontraban cada 15 días el mejor lugar para expandirse y que fue y es considerada una obra de arte.

«Salió con 10.000 pesetas que había recaudado entre intelectuales y lo hice con el formato de un periódico, que nunca se había hecho una revista así. No sólo tenía literatura, también arte, arquitectura, cine y artesanía. Quería que tuviese un carácter más ibérico así que había artículos en vasco, catalán y portugués y también teníamos una sala de exposiciones. Mi intención fue la de vincular la obra de los nuevos creadores con las dos generaciones anteriores (la generación del 98 y la del 14)», recordaría, ya en la última etapa de su vida, en una entrevista para TVE.

En palabras de Juan Manuel Bonet, Giménez Caballero fue «el hombre orquesta de nuestras vanguardias históricas» y cumplió con lo que Ortega y Gasset escribió en el primer número de aquella revista: «Mirar la literatura desde fuera, como hecho, e informarnos de sus vicisitudes, descubrirnos la densa pululación de ideas, obras y personas y contribuir a sacudir los restos de provincianismo que aquejan a las letras españolas».

En estas grabaciones involucró a todo el que se dejó y todos se sintieron seducidos por el carisma del hombre al que Umbral definiría como «el Groucho Marx del fascismo español»

Y lo hizo no sólo con la Gaceta. También con una serie de carteles literarios que Gecé expuso por primera vez en 1927 en las salas de las Ediciones Inchausti y en las Galerías Dalmau de Barcelona y que hace tres años adquirió el Museo Reina Sofía de Madrid por 200.000 euros, en los que llegó a hacer un aplaudido cosmos de la literatura española y un cartel para cada uno de sus amigos. José Bergamín, Filippo Tommaso Marinetti, Ramón María del Valle-Inclán, Jean Cocteau, Ramiro de Maeztu, Gustavo Gili, Benjamín Jarnés, Rafael Alberti, Pío Baroja, Federico García Lorca, Gabriel Miró o Gregorio Marañón tuvieron cada uno el suyo, una mezcla de collage y dibujo con la mirada irónica característica de Giménez Caballero.

Un año después de aquellas exposiciones -y junto a Buñuel- montó el primer cineclub de España, en el que se emitió cine ruso, italiano, educativo… y hasta sus propios documentales como Esencia de verbena, con decorados de Picasso y Maruja Mallo, o Noticiario de Cineclub. En estas grabaciones involucró a todo el que se dejó y todos se sintieron seducidos por el carisma del hombre al que Umbral definiría años más tarde como «el Groucho Marx del fascismo español».

Giménez Caballero filmando a los escritores del 98, del 14 y del 27 en la azotea de su casa en la calle Canarias.

Porque tras dos años publicando la revista, años en los que los intelectuales, artistas, poetas o periodistas compartían tiempo y visión con Giménez Caballero, tras fiestas en su azotea en la calle Canarias, tras varios libros publicados, las cosas empezaron a cambiar.

En 1929 se fue con su mujer a Roma y volvió a enamorarse, esta vez del fascismo. Como publicó hace unos años el escritor Manuel Vicent, «las calles estaban llenas de desfiles fascistas con tambores, correajes, pendones, camisas negras y saludos varoniles. Ernesto se convirtió al fascismo en la acera como un turista al ver pasar la procesión».

Se lo dije el primer día que le conocí: tú eres el cordero de Dios que quitas los pecados de España»

GIMÉNEZ CABALLERO SOBRE JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA

Al volver, quiso meterlo en la maleta y traerlo a España. Dedicó su revista a publicar el primer manifiesto y su tiempo en buscar al Mussolini español. En 1929 publicó Carta a un compañero de la joven España, que usó como prólogo para unos textos de Curzio Malaparte, y donde escribió a favor de la eliminación del liberalismo político y la necesidad de encontrar a esa figura que representara estas ideas. «Podía ser Azaña. (…) Yo le propuse que fuera nuestro Mussolini, pero Azaña no era un hombre para la revolución trascendente, era demasiado burgués, oficinista y feo. Después soñé con Indalecio Prieto, pero le faltó genio y heroísmo (…) Luego estaba Ledesma Ramos, que era de raigambre humilde, como Mussolini, tenía talento y coraje, pero era muy enteco y esmirriado y encima pronunciaba las erres a la francesa, decía egue, egue, ¿y dónde iba un líder hablando con la egue? No había nada que hacer. Enseguida apareció José Antonio. Ese ya era otra cosa, lo que se dice un caballero, aunque le faltaba tener un origen proletario. Dio lo máximo que podía dar un señorito: su vida. Se lo dije el primer día que le conocí: tú eres el cordero de Dios que quitas los pecados de España», aseguró tal y como recoge el artículo de El País.

Y al final lo acabó encontrando en Franco. «El 7 de noviembre de 1936 pude ver a Franco en persona. (…) Creí encontrarme con una figura legendaria y bíblica: ¡un rey David! Breve de estatura, pero con una cabeza entre el guerrero y el artista, con ojos de inspirado, como de músico. Y, en vez de los papeles que tenía en la mano, me pareció adivinar un arpa. ¡Franco era David, David en persona, tocando el arpa! Con el doble talento del gallego y del judío», aseguró.

Durante esos años de búsqueda perdió a muchos amigos. Algunos, como recuerda su nieto, «pensaron que era una de esas cosas de Giménez Caballero que se le pasaría, pero no fue así, no se le pasó nunca». Desde 1930 a 1932 la revista fue perdiendo firmas y adeptos hasta que en sus últimos números Gecé lo escribía y lo hacía todo él sólo bajo el nombre de El Robinsón literario. Muchos dejaron de verle, otros se fueron del país. Incluso él mismo, cuando el 18 de julio le cogió en Madrid, huyó un tiempo a Italia, donde se reunió con Mussolini y donde permaneció hasta que Franco le llamó para ir a Salamanca con Millán Astray para que se encargará de la propaganda.

«Mi abuelo tenía una anécdota de aquella época que ahora es divertida. Convenció a Millán Astray de que hablase por la radio que acababan de regalar los alemanes (estaban escondidos en el Palacio de Anaya en Salamanca) y él dio un discurso larguísimo y muy trabajado. Millán Astray mandó llamar a mi abuelo días más tarde y le dijo que le iba a fusilar no sé había oído nada», recuerda Alba. Como contaría Gimenez Caballero, «pronunció una de sus más hermosas arengas y se me saltaban las lágrimas por haberle engañado, advirtiéndole sólo que había interferencias del enemigo para que tan maravillosa alocución no se escuchase bien».

Fue él, también, el que escribió el discurso que pronunció Franco en Radio Nacional el 18 de abril de 1937 desde el Cuartel General y donde anunció la unificación de las fuerzas políticas de zona nacional bajo su mando, aunque sus palabras fueron retocadas por Ramón Serrano Suñer. Después, fue nombrado vocal del Secretariado Político del nuevo partido unificado, FET y de las JONS, y en octubre de 1937 miembro del Consejo Nacional. «Los falangistas no me veían con buenos ojos y pensé que iba a estar más a salvo en el frente que con ellos, así que me hice alférez provisional y me fui», recordaría sobre aquella época, tal y como recogen en el programa A Fondo que le dedicaron en TVE.

Y volvió a hacerlo todo, en el frente se puso a editar un periódico, Los combatientes, y al acabar la guerra y recuperar la cátedra del instituto Cardenal Cisneros que había conseguido antes de que estallara el conflicto, inició lo que él llamó la gran obra pedagógica. Una serie de 7 volúmenes bajo el título Lengua y Literatura de España y su Imperio que estuvo escribiendo durante 13 años.

Le dije que había que volver a enlazar una dinastía romano germánica con España casando a Hitler con Pilar Primo de Rivera"

GIMÉNEZ CABALLERO A MAGDA GOEBBELS

A la vez, siguió pensando en lo mejor para el régimen, para su continuidad, «para recuperar el Imperio», y en uno de sus viajes a Alemania, en casa de Goebbels, en la Nochebuena de 1941, intentó llevar a cabo un plan que muchos tildaron de «magistral» y otros de «locura absurda». Tras entregarle a Goebbels un capote de luces «para torear a Churchill», y una vez sentados en la mesa, el ministro de Propaganda se levantó para atender una llamada de Hitler y él aprovechó para cogerle la mano a su mujer. Giménez Caballero le dijo que había que unir los dos imperios, España y Alemania, y que había que hacerlo como se hacía antiguamente. «Le dije que había que volver a enlazar una dinastía romano germánica con España. Que había que seguir con esa tradición y qué mejor que a través del matrimonio, porque sin la mujer la historia no existe», diría después sobre su idea de casar a Hitler con Pilar Primo de Rivera.

Magda Goebbels, tal y como contó él en Memorias de un dictador, le contestó: «Su visión es extraordinaria y yo la haría llegar con gusto al Führer, pero resulta que Hitler tiene un balazo en los genitales y es impotente desde sus tiempos de sargento. No hay posibilidad de continuar la estirpe. Lo de Eva Braun no es más que un tapadillo para disimular».

Su plan no pudo ser pero él siguió pensando y pensando cómo hacer más:. «Mi abuelo no dejaba nunca de trabajar porque era lo que más le gustaba», recuerda Alba, aunque nunca contaba qué había sido y qué quería seguir siendo. «En casa nunca dijo nada, yo me enteré de quién era mi abuelo cuando empecé a acudir a sus conferencias y a leer sobre él», asegura. Y ahora todo lo guarda en la azotea de su casa.

Porque Víctor vivió con él después de perder a su madre. «Él ya estaba en la embajada de Paraguay y me fui por 3 meses cuando tenía 11 años y acabé quedándome bastantes más», asegura. Giménez Caballero fue nombrado agregado cultural en el país latinoamericano en 1954, luego pasó un tiempo en Brasil y, tras la petición de Alfredo Stroessner Mattiauda, fue nombrado embajador en Paraguay.

«Se jubiló en 1970. Él nunca quiso retirarse, pero ya no alargaban más el trabajo de los embajadores», recuerda Víctor. En América Latina había seguido escribiendo, pensando y filmando (uno de los documentales favoritos de su nieto es Paraguay corazón de América) y, de vuelta a España, volvió a colaborar con la prensa y reeditar algunas publicaciones.  

Al llegar la Transición, muchos quisieron recuperar su figura eliminando la parte política. Incluso Alfonso Guerra quiso encumbrarle como intelectual, pero él siguió insistiendo en que todo o nada y que sin él el fascismo no habría llegado a España. En 1979 publicó un libro algo polémico, Memorias de un dictador (en la portada aparece en su despacho con los 8 libertadores que ahora su nieto ha colocado a la entrada de su casa), y volvió a coger fuerza en el panorama literario. La editorial Turner recordó su famosa Gaceta Literaria y volvió a imprimirla. Y cinco años después, en 1985, la editorial Planeta le otorgaría el Premio Espejo de España por Retratos españoles (bastante parecidos).

Murió el 14 de mayo de 1988 como el ideólogo del fascismo español, como el creador de la revista que agrupó al 27, que junto a todos. También como escritor, como descubridor de poetas y artistas, como fascista, como un genio improcedente. «Si hubiese seguido siendo de izquierdas habría sido más importante que Alberti», sentencia su nieto.