El 22 de julio de 1959 una ya famosísima Maria Callas llegaba al puerto de Mónaco junto a su marido. Lo hacía en un coche que tuvo que entrar despacio para no atropellar a ninguno de los periodistas que se agolpaban a su alrededor y a los cientos de fans que alargaban los brazos para tocarla. La Scala ya se había rendido ante ella, también México con su Norma y todo Estados Unidos como Lucia di Lammermoor. Era reconocida mundialmente y su atractivo iba dejando docenas de ramos de flores en sus camerinos.

"La Callas había logrado trascender mucho más allá de los escenarios. Sobre ella se extendía una leyenda viva tan seductora como su arte desmedido. También los periodistas se le echaban encima, mientras soltaban el enredo de sus cámaras y sus preguntas", asegura la periodista y escritora Carmen Ro que novela en El cuaderno secreto de Maria Callas (La esfera de los libros) las vacaciones que empezaron aquel día y que cambiaron la vida de la soprano y, sobre todo, la de su anfitrión.

Portada de 'El cuaderno secreto de Maria Callas', de Carmen Ro.

Porque Callas y su marido llegaron a aquel puerto por petición de Aristóteles Onassis. Se iban de vacaciones durante algo más de un mes tras unos años largos llenos de actuaciones, de trabajo, de prensa y de cansancio. Lo hacían en el yate del magnate, con la mujer de este, y con un invitado incluso más ilustre que nuestra protagonista: Winston Churchill. Pero lo que iba a suponer reencontrarse como matrimonio, descansar y alejarse del ruido se convirtió en unas semanas de infidelidades, lejanía, gritos y divorcios. En un cambio absoluto de vida que aumentó la tragedia griega de la gran soprano y la llevó a un lugar que ella pensó feliz y que se convirtió en un infierno.

Pero llegar hasta allí no había sido fácil. Onassis llevaba años siguiendo a Callas de concierto en concierto y mostrando un interés constante por entrar en su camerino y poder conocerla. Lo consiguió en 1957 en una fiesta en Venecia y desde ese momento, hasta aquella tarde de junio de 1959, no dejó de enviarle notas invitándola a ir a su yate, el Christina, de vacaciones. Aquel barco era el símbolo del magnate griego, decorado con pinturas de Miró y Renoir, por él habían pasado desde Greta Garbo a Rainiero de Mónaco, Liz Taylor, Richard Burton y hasta Frank Sinatra con Marilyn Monroe. Le faltaba La Divina y no paró hasta conseguirlo.

"El griego se sintió directamente hechizado. Desde ese momento, no dejó de llamar cada tarde al teatro de la ópera donde se encontrase Maria Callas. Iba a verla cantar, aunque no le gustase especialmente la ópera. Le enviaba ramos de flores al camerino, siempre con una nota rubricada donde la convidaba a embarcar en el Christina", escribe Ro en esta novela.

Ella acabó aceptando para alejarse de todo y reencontrase con su marido Giovanni Battista Meneghini, 30 años mayor que ella, y que había dejado la intimidad a un lado para convertirse en su manager durante los últimos diez años. Pero nada más llegar, Aristóteles Onassis hizo un despliegue de atenciones con Callas y dejó apartado aquel hombre que la acompañaba. También a su mujer, que tardó poco en sacar las uñas ante la cortesía extrema de su marido y la acogida que tenía esta en la soprano.

Aunque Ro no le menciona en su libro, al parecer la aparición de la Divina en el yate fue una venganza del magnate hacia su mujer, Tina Livanos, que tras cansarse de las infidelidades de su marido había optado por acostarse con otro hombre, algo que él no le había querido perdonar. También que ella, Tina, ya iba con el divorcio más que pensado a aquellas vacaciones y que "lo de Callas" fue sólo la guinda del pastel.

"Me robó más de la mitad de mi dinero al poner todo a su nombre desde el momento en que nos casamos. Fui una tonta... y todo por confiar en él"

MARIA CALLAS

Pero "lo de Callas" no fue algo esporádico. Aquel verano, con sus parejas en el mismo barco, vivieron una pasión irrefrenable que les llevó acabar con todo para estar juntos. Rompieron sus respectivos matrimonios aunque ella aseguraría que parte de aquel divorcio se debió a que su marido la había engañado con las cuentas y había perdido gran parte de su fortuna. Incluso la la historiadora Lyndsy Spence recoge este testimonio de La Divina en Cast a diva: The hidden life of Maria Callas: "Me robó más de la mitad de mi dinero al poner todo a su nombre desde el momento en que nos casamos. Fui una tonta... y todo por confiar en él".

El libro termina cuando bajan del yate cada uno por su lado para reencontrarse a los pocos días con sus matrimonios ya deshechos y el futuro abierto. La prensa se enteró rápido y se convirtieron en la pareja más perseguida. En uno de sus encuentros con periodistas Onassis llegó a decir: "Soy el ser más repugnante de la tierra, pero millonario y déspota, por eso no renuncio a Maria". Y así fue pero no acabó como esperaban o por lo menos como espera ella.

Callas vivió una agresividad feroz por parte de Onassis, aguantó infidelidades, luego se supo que tuvieron un hijo que murió a las dos horas mientras ella estaba sola en la camilla y él desaparecido. También, como relató Spence en su libro, que fue drogada por Onassis para mantener relaciones sexuales. "La información está sacada del diario de uno de sus amigos más íntimos", aseguraba la historiadora que daba por hecho que el armador había abusado de su mujer en repetidas ocasiones además de haberla maltratado físicamente. Incluso, una vez que el enfado entre ellos fue a más y ella no quería cogerle el teléfono, le dejó esta nota a su secretaria: "No quiero que vuelva a llamarme para que empiece a torturarme de nuevo".

Pero fue una tortura que no terminó ella, sino él. Onassis conoció a Jacqueline Kennedy y la griega pasó a un humillante segundo plano en muy poco tiempo. Cuando Callas se enteró, el mundo se le vino abajo, incluso dicen que intentó suicidarse con barbitúricos. "Por él abandoné una carrera increíble. Rezo a Dios para que me ayude a superar este momento pero no debo hacerme ilusiones, la felicidad no es para mí. ¿Es demasiado pedir que me quieran las personas que están a mi lado", escribió entonces.