A finales de los años cincuenta Hannah Arendt dio una conferencia en la que alertaba de cómo la educación progresista que se había implementado en Estados Unidos durante los años 30 con la intención de crear "ciudadanos libres e independientes para el nuevo mundo" había fallado. Hablaba de que este método partía de un supuesto básico que consistía en que "uno sólo puede conocer y entender lo que uno mismo ha hecho, y su aplicación a la educación es tan elemental como obvia: sustituir, hasta donde sea posible, el aprender por el hacer", además de darle "especial importancia a borrar en lo posible la distinción entre trabajo y juego, en favor del segundo".

Decía que estos dos conceptos y la falta de aprendizaje, de disciplina y de referencias había llevado a la educación a un abismo en el que los estudiantes no estaban bien preparados y en el que la cultura occidental iba perdiendo peso con cada uno de ellos. "La desaparición del sentido común en la actualidad es el signo más seguro de la actual crisis. En toda crisis se destruye una parte del mundo, algo común a todos. El fracaso del sentido común, como una varilla de Zahorí, señala el lugar donde el derrumbamiento se ha producido. Aquí el problema va más allá de la espinosa cuestión de por qué Fulanito no sabe leer", aseguró aunque sin mucha influencia en lo que ocurriría después.

Portada de 'El suicidio de Occidente', de Alicia Delibes.

Porque ese sistema educativo que tanto criticó la filósofa y que se vio fallido ya entonces fue el que copiaron los franceses de Mayo de 1968 y el que ahora tenemos en gran parte de Europa y que ha llevado a Alicia Delibes, que lleva dedicándose a la educación 50 años, a escribir El suicidio de Occidente, la renuncia a la transmisión del saber (Ediciones encuentro).

Delibes empezó como profesora de matemáticas de instituto y acabó jubilándose como presidenta del consejo escolar de Madrid. Entre aquellos años 80, donde asegura que votaba al PSOE, hasta que dejó de ejercer tras trabajar de la mano de Isabel Díaz Ayuso, ha sido un referente dentro de la educación en nuestro país y ha trabajado desde profesora en Luxemburgo hasta para la OCDE o en París para la UNESCO. "Hasta que llegó el PSOE y me echó", confiesa.

De todos esos años de experiencia y de todas las lecturas sobre los modelos educativos surge este ensayo donde nos lleva de esa educación progresista estadounidense al Mayo del 68 y a la LOGSE de 1990. A cómo hemos tirado por tierra los pilares del sistema educativo occidental y ahora, según Delibes, vamos hacia una injusticia mucho mayor de la que huíamos cambiando la forma de enseñar.

Pero para que entendamos bien el porqué y el cómo repasa los últimos 250 años gracias a los pensadores y las teorías educativas que han tenido lugar en Occidente. Nos lleva de Condorcet a Rousseau, del wokismo que tanto está "atacando la universidad americana" a Ley Celaá, y lo hace con la intención de que "padres, profesores y personas interesadas en la educación entiendan de dónde viene esta crisis y la puedan detectar y afrontar lo antes posible".

Desde El Independiente la entrevistamos a raíz de esta publicación y tras ver que Esperanza Aguirre ha acudido a alguna cita con su libro en la mano. "Me ha dicho que le ha parecido interesantísimo y que quiere presentarlo", asegura. Y comienza casi por el principio, por el año 1990 cuando el PSOE aprobó la ley de la LOGSE y ella cree que todo empezó a caer en picado. "Entonces era profesora en Luxemburgo y había leído la ley, pero en 1994 vine a Madrid a un instituto donde ya la habían puesto en marcha, en otros lugares aún no estaba implementada, y descubrí que era peor de lo que había imaginado", critica.

La expresidenta de la Comunidad de Madrid Esperanza Aguirre, a su llegada a la Audiencia Nacional, el pasado 19 de marzo, para declarar como testigo en el juicio contra el exconsejero madrileño Alfredo Prada y otros cinco acusados por presuntas irregularidades en la adjudicación de contratos en el proyecto fallido del Campus de la Justicia.
La expresidenta de la Comunidad de Madrid Esperanza Aguirre con 'El suicidio de Occidente' en el brazo.

"Antes se dividía a los alumnos según lo que quieren hacer en un futuro. Había talleres y clases y dependiendo de las capacidades, el interés y el esfuerzo iban a un lugar u a otro. En aquel momento se cerraron todos los talleres y todos los estudiantes fueron a las aulas, eso fue una barbaridad. Detrás de esta decisión había un afán igualitario de que hasta que se terminase la etapa obligatoria todos tenían que estudiar lo mismo y como aquí era algo nuevo pues no sabíamos las consecuencias", recuerda.

Ella se puso a estudiar qué había ocurrido con este mismo sistema en otros países, qué pasaba en la práctica cuando se aplicaba esa teoría tan utópica y se llevó las manos a la cabeza. Leyó cómo ese sistema venía de la escuela progresista americana y cómo había llegado, tras el Mayo del 68, a Europa y en los 70 había sido asumida por los socialistas. "Parte de dos premisas: una pedagógica, de no traumatizar al alumno y de aprender jugando, y otra política, que es una idea extraña de igualdad donde si todos estudian lo mismo, todos llegan y todos con el mismo nivel educativo. ¿Qué ocurre? La carrera universitaria no sirve para seleccionar a gente y al final es cuestión de dinero por lo que la injusticia es mucho mayor", asegura. Y comparte la frase del filósofo Jean-François Revel, de su libro El conocimiento inútil, donde asegura que "la pretendida matriz de la justicia ha parido la injusticia suprema".

Añade que "pasado más de medio siglo desde aquella rebelión estudiantil francesa, donde comienza esta aceptación de la escuela progresista americana en Europa, si, como sugería Ferguson, ponemos el termómetro a la institución escolar encontraremos serias señales de que esta sufre una enfermedad mortal: la escuela de hoy no quiere transmitir ni los valores ni los conocimientos de la civilización occidental".

Porque ella también cree que otro de los grandes problemas es que somos la única cultura que se avergüenza de sí misma. "Poco antes de la pandemia, en una mesa redonda en la que se iba a hablar de educación, coincidí con Jon Juaristi, un extraordinario escritor y un profundo pensador. Al analizar el deterioro de la enseñanza, la falta de interés por la cultura y las primeras noticias que llegaban a España sobre las 'cancelaciones' a profesores de universidades anglosajonas, aventuré que, quizás, en el origen de todo ese desprecio por la cultura, podía estar el relativismo cultural. Juaristi me cortó en seco: 'No, relativismo no, es odio a la cultura occidental", recuerda.

A su juicio, "es la única que dice que lo ha hecho todo mal y la consecuencia es evidente: si tu cultura ha sido culpable por imponer su autoridad en todo el mundo, la desprecias". Y le ve difícil solución, porque si nos "arrepentimos de la civilización occidental, si todo lo que se hizo era oprimir al individuo y si no queremos transmitir los conocimientos a nuestros hijos pues será otra civilización. Hay un libro muy bueno del diputado francés François-Xavier Bellamy, Los desheredados, hablando de eso, de que la nueva generación no ha heredado la herencia cultural porque no la ha recibido".

Y continúa criticando el infantilismo de las aulas, donde han decidido que se aprende jugando y donde los docentes cada vez saben más de esta forma de enseñar pero menos de su materia. "El otro día estuve en un evento de FEDEA y estábamos analizando el informe PISA. Estaba el que fue ministro de Educación en Portugal, Nuno Crato, que coincidió en los años que Portugal mejoró mucho sus calificaciones. Le preguntaron el porqué del éxito y dijo que era sencillo: unos currículos muy claros y exigentes y hacer exámenes", recuerda. También que en cuanto Crato se fue, se cambió el sistema. "Porque no es políticamente sostenible, aquí los socialistas no quieren cambiarlo, es un invento suyo y siguen pensando que tampoco estamos tan mal, al final y al cabo los niños son bastantes felices", sentencia.

Recuerda lo que ella intentó hacer como viceconsejera de Educación durante el gobierno de Esperanza Aguirre en la Comunidad de Madrid. "Pusimos una prueba al final de Primaria, de conocimientos y destrezas, era muy sencilla y los niños salían diciendo que estaba chupada. Suspendió la mitad... Luego a medida que fueron pasando los años, los niños iban mejorando. Luego vimos que los problemas de lectura venían de más lejos así que empezamos a evaluar desde segundo de primaria y hacían tanto examen oral como escrito y los niños estaban encantados. De verdad, el cambio con los años fue alucinante. Luego llegó la ley Wert que tenía sus propias evaluaciones y dejamos de hacer las nuestras", recuerda.

Pero asegura que son indispensables porque marcan la temática, el currículum, y orientan al profesorado. "Hay un gran problema con los profesores, las Ciencias de la Educación no están bien orientadas, hay que saber matemáticas antes de enseñar matemáticas. Y nos hemos encontrado con docentes que amparándose en el horror de la teoría matemática moderna no sabían hacer una regla de tres y decían que no era necesaria...", denuncia. Y pretende hacer ver el problema para poder encontrar la solución a este "suicidio de Occidente".