A Manuel González (nombre ficticio) los alumnos le llegan agotados a clase, no duermen lo suficiente porque se pasan horas y horas con el móvil por la noche y acaban en el aula sin la más mínima capacidad de concentración. Él da clase en un colegio privado de Madrid, religioso y al que sólo acuden chicos, lleva más de 12 años y ve que cada vez más influye en el rendimiento una vida desordenada.

No es el único, Marta Lema empezó trabajando en un colegio privado de Cee, en A Coruña, hasta que se sacó la oposición y ahora, tras pasar por cinco colegios públicos, lleva desde septiembre en el colegio San Francisco Javier con niños de quinto de primaria, entre 10 y 11 años. Ella también se queja del agotamiento aunque, en la edad en la que están sus alumnos, asegura que se debe más a una sobrecarga del día a día de los niños. "Salen y tienen fútbol, dibujo, los deberes y llevan en el colegio desde primera hora, están agotados", y añade que muchos de los niños de su clase "entran a las siete y media de la mañana y acaban de hacer actividades a las siete de la tarde, es una jornada larguísima".

Lo mismo que Teresa Reportillo, que está opositando para ser profesora de infantil en Zaragoza y ve como, además de jornadas larguísimas, se impone a los niños de entre 3 y 5 años una vida de adulto. "Les decimos a los padres que no pueden irse a dormir a las 11, que si un niño no duerme lo suficiente no atiende y no está bien, pero no nos hacen caso", explica ampliando ya el problema de la falta de horas de sueño a todas las edades y asegurando que muchas veces lo más difícil es intentar hablar con las familias para seguir la misma línea tanto en el colegio como en casa.

Algo que Jorge, profesor de Filosofía de bachillerato en un instituto público de Madrid desde hace una década, también considera un problema y llega a hablar de una combinación fatal. "Se juntan dos cosas, la primera es una sobreprotección de los padres hacia sus hijos como si fuesen bebés y la segunda es una exigencia feroz en los últimos cursos, quieren que sean los mejores. Es decir, les tratan como a niños dependientes y como a adultos responsables a la vez. ¿Qué provoca esto? Vemos cada vez más ataques de ansiedad en bachillerato, es terrible y cada vez peor. Los padres acaban siendo los peores enemigos de sus hijos".

En línea con Marta Lema, que explica que para ella "los padres son la parte oscura de esta profesión". "A veces salgo de las tutorías enfadada porque me dicen qué es lo que tengo que hacer con los alumnos en clase. Tratan a los niños como bebés, con una excesiva preocupación y quieren que sus hijos sean los mejores en todo, es terrible. El año pasado, que daba clase en primero de primaria, una familia me decía que su hijo no sabía leer pero es que tampoco sabía sonarse los mocos, ni ir sólo al baño, ni quitarse el abrigo... Pues vayamos por partes".

Algo que no le ocurre a Manuel González en su colegio privado y religioso de Madrid. "Respecto a las familias, es un colegio con una idiosincrasia muy particular, son muy afines al ideario del centro así que no tenemos tanto problema, aunque sí que tenemos alguna promoción en la que los padres se posicionan siempre a favor de sus hijos. Esto antes pasaba muchísimo menos, nuestra imagen dentro de las familias ha perdido cierta autoridad". Y Lema cree que se debe a un mal ejemplo, "si los padres no te respetan, los niños tampoco y empiezan los problemas. Veo mucha manipulación en los niños y son muy pequeños. Creo que ocurre porque se les permite tratar así a sus padres que se sienten mal por pasar cada vez menos tiempo con ellos".

Aunque en este aspecto, Jorge les lleva la contraria, para él los alumnos de ahora son "muchísimo mejores de lo que éramos nosotros, tienen otras cualidades, más curiosidad". "Está claro que ya no se cuadran ante el profesor pero eso tampoco estaba bien. Me da la sensación que lo que ahora llamamos alumnos disruptivos es una broma comparado con los alumnos macarras de los 80", asegura.

Aunque añade que lo que ha cambiado mucho es cómo atienden los niños en el aula. "Hay que incidir en que los adolescente son una mente en formación, están en la poda neuronal y les alimenta igual dormir que comer. Una grandísima mayoría se queda trasnochando con el móvil, como hemos comentado antes, y se produce una mengua clarísima de la atención que se reduce a unos extremos históricos", y su compañero González ironiza con que está a punto de comprarse "un chaleco de Amazon que brille para que los alumnos presten atención".

"Esto se debe a la influencia de las nuevas tecnologías. En mi centro están prohibidas, hasta evitamos el uso de plataformas para colgar trabajos porque hemos visto que lo tradicional les viene mejor, pero no podemos controlar lo que hacen en casa. Mi mujer, que también es profe, trabaja en un colegio donde estaban utilizando iPads y están dejando de hacerlo, se ha visto que es un error", sentencia.

Algo que comparte Marta Lema y eso que siempre ha dado clase a niños de primaria. "Les afecta muchísimo pero solo tienes que salir a comer y ver cómo están los niños enanos en las mesas, con el móvil o el iPad y eso luego repercute en la capacidad que tienen de concentrarse en clase. Para ellos parece que todo tiene que ser inmediato, se aburren con facilidad. Siempre digo que mira que hemos tomado a Finlandia como ejemplo, que ellos empezaron con el uso de las pantallas, y que tendrán resultados buenísimos en PISA pero que su tasa de suicidios infantiles es intolerable".

Para Retortillo la tecnología también es un favor negativo para la concentración de los alumnos pero va un paso más allá y dice que se solucionarían muchos problemas bajando el ratio de alumnos en cada aula. "Son una barbaridad de niños. De 22 alumnos siempre tienes dos o tres que necesitan más ayuda, son autistas o con problemas motores, ¿cómo vas a conseguir educar, que se concentren y enseñar a todos estos alumnos y atender las necesidades especiales de los otros?", se pregunta.

Y peor lo pone Marta Lema, que tiene 25 alumnos y una de ellas con un trastorno poco conocido. "No les puedo dar la atención que se merecen, hay momentos en los que estoy con el funcionamiento general del aula y no puedo atender como se merece a esta alumna y es muy frustrante. Necesitamos más profesores y bajar la ratio porque sino no vamos a educar bien a los niños", sentencia.

Menos de 25, dicen, un número que a Jorge le suena a bendición. "¡Tengo en torno a 40! No puedo ni separarles para que no se copien en los exámenes. A veces son tantos que no te aprendes ni los hombres, ¿cómo vas a tener una atención personalizada?", asegura y añade que cree que 15 sería el número ideal. "Permite una docencia individualizada, ves el proceso de conocimiento y también si hay acoso escolar. Llevan muchos años prometiendo bajar la ratio y no se produce. Están uno encima de otro, literalmente", comenta.

Manuel González no tiene un problema de exceso de alumnos en sus clases pero pese a esto sí que ve cómo el nivel académico ha bajado muchísimo desde la pandemia. "Es llamativo porque ha bajado un montón el nivel de los chavales y las notas han subido. Hay una burbuja de notas, es algo estadístico, las medias para entrar a la carrera son 13 con algo o 12 y pico y las notas del bachillerato de todos los centros han subido. Los profesores son más laxos a la hora de corregir", sentencia en línea con Jorge que considera que "los profesores están cada vez más cercados y para no complicarse suben las notas, para que no protesten los padres".

¿Jornada continua o partida?

Y llegamos al gran conflicto entre padres y profesores: la jornada continua. Los cuatro coinciden en que los docentes no trabajan menos horas y que no les supone menos carga esta opción pero que es mucho más beneficiosa para los alumnos. "En primer lugar, están diciendo que está haciendo que haya fracaso escolar y había mucho más absentismo antes, con la jornada partida muchos niños no venían a clase por la tarde", comenta Reportillo aunque añade que es consciente que tener clase después de comer "les viene muy mal a los niños, les viene mejor a los padres".

Algo en lo que está de acuerdo Manuel González. "Creo que lo mejor es empezar la jornada antes y terminar a las tres de la tarde. Sería mejor para los niños pero está el problema de las familias para compaginarlo con el trabajo. Las clases por las tardes son improductivas, la clase de las 16:10 es una guardería, no tenemos capacidad de sacarle jugo", concluye. Y Jorge añade que "favorece la concentración pero sabemos que en cuanto a la conciliación de los padres es más complicado".